“Como cualquier cristiano tiene derecho a poder enterrarse donde crea conveniente”. Son palabras del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, en relación al posible enterramiento de Franco en la cripta de la catedral de la Almudena. Así es la Iglesia católica: se siente ofendida porque una mujer se descubra el pecho en su templo mientras recibe con los brazos abiertos a un vil asesino.
A nadie ha sorprendido la reacción de la Iglesia ante la posibilidad de que el dictador dé con sus huesos en la Almudena. Son muchos los favores recibidos por una dictadura asesina de la que la Iglesia católica, además de cómplice, fue una de las grandes beneficiadas. Sin embargo, no deja de ser una paradoja que Osoro hiciera estas declaraciones justo tras la inauguración de la jornada “Agenda 2030: el reto de una educación que cambie el Mundo”.
Imagino que el reto de la Iglesia, en sus horas más bajas, es retomar aquellos tiempos oscuros. Dice Osoro que “la Iglesia acoge a todas las personas (…). A lo largo de la historia siempre había un lugar siempre acoger a las personas, incluso gente que no era creyente”. Quizás “acoger” es una palabra demasiado grande para la Iglesia, que en su haber cuenta con horrores como sus internados religiosos en los que había barra libre de abusos sexuales, malos tratos y explotación.
Si uno repasa la Historia, como decía anteriormente, no puede sorprender que sea un templo de la Iglesia católica el que dé cobijo a uno de sus máximos benefactores: un dictador con el que, como sucediera en Argentina, cometió crímenes contra la humanidad. A los ateos debería resultarnos indiferente lo que suceda entre las cuatro paredes de la Almudena -de hecho, como si se consume en llamas-, pero a los católicos es otra cuestión.
A cualquier persona que defienda los valores cristianos se le deberían revolver las tripas sólo de pensar que en el mismo templo al que acude a rezar a su dios descansa y se venera a un dictador homicida. No cabe duda de que, enterrando allí a esta momia, los fascistas reforzarán uno de los puntos en los que ya acostumbraban a concentrarse para venerar al viejo (la Plaza de Oriente). La catedral de la Almudena, para vergüenza de la Iglesia católica y su comunidad, será punto de peregrinación para ese puñado de indeseables que añoran una España sin libertades. Pueden seguir añorando, porque incluso enterrando a Franco en la catedral, su desalojo del Valle de los Caídos es una clamorosa derrota, tanto para la extremaderecha como para la Iglesia, tan ‘comprensiva’ siempre con el fascismo.
David Bollero
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