El debate sobre si se usa velo o no, no debe formar parte del movimiento feminista, tal como afirma la mayoría de expertas. Sin embargo, el tema esconde debates mucho más profundos tanto entre el feminismo occidental, como dentro del propio feminismo árabe. En este artículo damos algunas de las claves y controversias.
Hace unos días Laila Serroukh era rechazada antes de comenzar una entrevista de trabajo. Había enviado el currículum para un puesto de verano incluía una fotografía tocada con un hiyab (un velo que cubre la cabeza). Su sorpresa fue que cuando llegó a la entrevista le dijeron que estaban buscando a alguien con el pelo descubierto y que si no estaba dispuesta a quitarse el velo, no la iban a considerar para ese puesto. “Los clientes no van a querer que las atienda una chica como tú”, le dijeron para zanjar la situación.
La denuncia de Laila en las redes sociales volvió a poner sobre la mesa un debate candente en Europa sobre el que los Estados, la sociedad e incluso el feminismo no se ponen de acuerdo. Pero sobre todo, saca a la luz la complejidad de un debate que tras el velo esconde un sinfín de aristas, encuentros y desencuentros, violaciones de derechos y reivindicaciones políticas y religiosas que generan posturas encontradas, tanto dentro del feminismo europeo (hegemónico como lo llaman muchas feministas islamistas), como dentro del feminismo árabe.
“El de Laila no es un caso aislado, sino uno al que desgraciadamente estamos ya acostumbradas“, reconoce Wadi N-Daghestani, activista y feminista islamista. Ella misma relata un episodio de discriminación reciente, en un entorno que debía ser amigable. “El pasado ocho de marzo estaba en la manifestación [por el Día Internacional de la Mujer] cuando se me acercó una feminista y me dijo: ‘para estar aquí lo primero que tienes que hacer es quitarte el velo’. Cogí el altavoz y me despaché a gusto”. Para esta joven musulmana nacida en España de padres sirios exiliados en Asturias, es inconcebible que se den estas actitudes “racistas” en un ambiente en donde “debe reinar la sororidad”. “Desde nuestra corriente entendemos que el feminismo o es antirracista y antihegemónico o no será”.
Con “nuestra corriente” N-Daghestani se refiera al feminismo islamista, aunque reconoce que “hay tantos feminismos como mujeres en lucha”. Sin embargo, afirma que estas muestras de discriminación y de racismo no se pueden achacar ya al desconocimiento, sino al “pensamiento de un feminismo euroblanco, que aboga por liderar a todas la mujer dentro de sus propios patrones. Son patrones únicos y aparentemente universales en los que las mujeres suelen ser ateas, blanca, de clase media y reparten carnets de feministas a otras mujeres, al tiempo que rechazan las luchas de otras feministas por tener otros contextos históricos, culturales o religiosos”. Reconoce que este feminismo islamista tiene como enemigos tanto al patriarcado como a este feminismo “colonial”.
“La ignorancia es una excusa. Se trata en realidad de un problema de tradición colonial, de considerar a la otra como un ser subalterno, la ve como un sujeto pasivo al que liderar, como alguien limitado y sin capacidad de elección de sus propias decisiones. Esto forma parte de la historia colonial de Europa”.
Esta opinión es compartida por Jasmin Zine, profesora y activista canadiense que la semana pasada estuvo en España invitada por la Casa Árabe para dar una conferencia-debate sobre islamofóbia y género.
“Yo creo que ninguna forma de feminismo puede llamarse como tal si trata de determinar las elecciones de otras mujeres. Determinar lo que las mujeres llevan puesto o como representan sus cuerpos o cómo quieren representare a sí mismas, va contra cualquier idea de feminismo como movimiento liberador», afirma Zine en una conversación con Público.
Afirma que este tipo de “feminismo” existe desde la perspectiva del imperialismo occidental, que se ve a sí mismo como salvador de las mujeres musulmanas y otras mujeres del sur global (como las negras, las gitanas…). «Tienden a mostrarles a las mujeres musulmanas cómo los valores de occidentes pueden rescatarlas del ostracismo y la cultura misógina, y ese tipo de cosas”, afirma.
Para Zine hay muchos retos que tienen que afrontar las mujeres que ponen su “feminismo en el centro de sus creencias religiosas”. Como el tema de la islamofobia de género en un discurso occidentalizado o colonial que crea imágenes que dejan un margen de movimiento muy limitante para las mujeres musulmanas y que, desafortunadamente, se convierten en las narrativas dominantes”.
La clave está en la libre elección
Para esta pensadora y académica, al igual que para diversas feministas islamistas consultadas sobre el tema, la clave está en la libre elección de las mujeres. Tanto en occidente como en los países de tradición musulmana. Por lo que el debate sobre si velo si o velo no, no es un tema que esté sobre la mesa de las feministas musulmanas. Se trata, según su punto de vista del mismo rasgo misógino de centrar el debate sobe el cuerpo y la vestimenta de las mujeres que impulsa el patriarcado en todas las sociedades.
Sin embargo, para Zine, este debate constante supone una doble carga para las feministas islamistas. “Ser capaces de reclamar su madurez política para tomar decisiones sobre su propio cuerpo y su propia fe y cómo quieren estar en el mundo, es un reto añadido para el feminismo musulmán que tienen que combatir en dos frentes paralelos: por un lado luchar contra la islamofobia y el racismo fuera de su comunidad, y por el otro contra el sexismo dentro de ella. Porque el hecho de que exista racismo e islamofobia fuera de su comunidad les hace mucho más complicado cuestionar el sexismo al interior de su propia comunidad”.
Europa parece haber marcado una línea roja dependiendo del tipo de vestimenta que lleven las mujeres. Países como Austria, Francia y Bélgica ya han regulado la prohibición de llevar prendas como el nicap o el burka en espacios públicos. El último país en sumarse a esta línea de prohibiciones ha sido Holanda, cuyo parlamento aprobó a finales de junio una ley por la que se prohibe el uso del burka y el nicap, así como de cualquier prenda que tape la cara, en espacios públicos. Alemania, por su parte, lo prohibió de forma parcial, decretando que los empleados públicos tienen que llevar el rostro descubierto. Nicap y Burka son dos tipos de velo que cubren la cara. El primero sólo deja visibles los ojos, mientras que el segundo cubre totalmente el rostro de la mujer. Su uso es limitado a países como Arabia Saudí y Afganistán, donde además su uso es obligatorio.
Hace aproximadamente un año, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea admitió que las empresas privadas pudieran prohibir el velo islámico en el lugar de trabajo, siempre que las normas interna de la empresa establezca la prohibición de símbolos religiosos o políticos en general y que no afecten a un colectivo en particular. Poco después, el Tribunal de Derechos Humanos de la UE dio la razón a Bélgica ante la demanda de dos mujeres que cuestionaron ante el alto tribunal la ley de ese país que les prohíbia usar el niqap en la esfera pública. Según las denunciantes, lo llevaban por propia voluntad.
Para esta corriente del feminismo islamista, el concepto clave es la libertad de elección que tienen las mujeres. Defienden que el islam no obliga en ningún caso a su uso y que son las políticas de países con fuertes concepciones patriarcales los que los imponen. Por eso rechazan con tanto ahínco la prohibición de occidente de prohibirlo, como la de algunos Estados musulmanes de imponerlo. Pero no ven líneas rojas entre el uso del Shaila o Hiyab, que cubren la cabeza pero que dejan al descubierto la cara, o el del niqap o el burka, que tapan de forma total el rostro de las mujeres.
“Desde los feminismos islámicos se lucha primero para que de una vez por todas dejemos de hablar del velo, que dejemos de perder el tiempo con esto cuando hay otros temas urgentes que son los que nos preocupan y afectan en mayor medida”, afrima Amanda Figueras, una periodista española que hace años se convirtió al islam y que escribió el libro Por qué el islam: Mi vida como mujer, europea y musulmana.
“En España lo que se usa mayoritariamente es el hiyab, el burka tiene un uso anecdótico. Yo no conozco a nadie que lo use ni conozco a nadie que conozca a alguien que lo lleve. Pero no entiendo eso de la línea divisoria. Cada persona debe ser libre de elegir cómo vestirse. Igual que una elige si ponerse o no minifalda o enseñar el escote por ejemplo”, añade Figueras.
“Efectivamente el burka o el niqap, los velos que cubren la cara, son otro tema. Pero mi punto de vista es que no puede haber una acción feminista intentando evitar que otras mujeres realicen sus propias elecciones. Una cosa es que las mujeres sean forzadas a llevarlos, y esto si es un problema (como en arabia saudita, iran, Afganistán) y otra que sea su elección. En occidente es al revés. Aquí las mujeres están forzadas a destaparse. Pero se trata del otro lado de la misma moneda. Que estés forzando a las mujeres a taparse o que las estés obligando a destaparse, en cualquiera de los dos casos estás regulando y disciplinando los cuerpos de la mujeres y controlando sus cuerpos, y no creo que es Estado, los hombres u otras feministas occidentales tengan ese derecho. Creo que las mujeres tienen el derecho a vestir como elijan”, resalta Zine.
Entre las feministas Españolas no musulmanas, el debate tampoco debería centrarse en la vestimenta de las mujeres. Pero también hay matices a la hora de analizar el tema.
Para Justa Montero, representante de la Asamblea Feminista de Madrid, “es compatible ser feminista y llevar velo. No solo es compatible, sino que el hecho es que hay feministas que lo llevan. Llevar velo no es como un tatuaje que es para toda la vida. Muchas mujeres musulmanas deciden llevarlo durante parte de su vida y luego tal vez no. O al contrario·, afirma.
“El problema es que el feminismo tiene que hacer una lectura «decolonial» de lo que es el feminismo occidental y establecer un diálogo con otros feminismos de otras culturas, porque no hay un feminismo verdadero que puede juzgar lo que las mujeres hacen o dejan de hacer”, añade Montero.
Esta activista reconoce que se trata de un debate complejo porque existe la imposición de algunos Estados islámicos a llevar velo, pero también la libre elección de las mujeres que deciden su uso.
“Desde occidente le damos ese valor simbólico brutal al hiyab, como un elemento de sumisión, pero no vemos las imposiciones tremendas de la moda en nuestros países, de cánones estéticos marcados. Es la idea hegemónica y de islamofobia que cree que representa a una mujer liberada y que en cambio las que llevan el velo representan la sumisión. Es necesario escuchar, entender y respetar”, afirma Montro.
Para Marina Subirats, feminista y socióloga, el debate tiene otras aristas. Por un lado defiende la libertad de las mujeres a llevar lo que les parezca y no ser juzgadas por ello, pero por otra hace una dura crítica sobre el feminismo islamista.
«Desde el mudo árabe se ha ido usando a las mujeres como un elemento de confrontación con occidente. En el sentido de que se ha impulsado un feminismo musulmán, en el cual se presenta no sólo la reivindicación del uso del velo y de las figuras tradicionales de la mujer como si fueran una reivindicación de las propias mujeres, sino como si el feminismo occidental tratara de quitarles su esencia o su identidad», afirma Subirats.
«Hay feministas árabes que están en contra de esta corriente, porque la ven como una manipulación e incluso demandan al feminismo occidental ser mas beligerantes contra ese tipo de posiciones. Es un tema complejo, un problema político que se maneja como un ariete contra el feminismo occidental», añade.
Feminismo laico
Tal como apunta Subirats, no todas las feministas árabes piensan de la misma forma. Tal como ocurre en todo el mundo, aquí también existen controversias irreconciliables que por lo general tienen que ver con meter o sacar al feminismo de la esfera del pensamiento religioso.
Una de las críticas Wassila Tanzali, feminista argelina que durante más de dos década dirigió programas de la Unesco sobre derechos de las mujeres. Afirma a quien la quiera oír, que “el feminismo islámico no existe”. Y se la ha oído alto y claro. En diversas entrevistas ha manifestado la idea de que se puede ser musulmana y feminista, pero no se puede hacer feminismo con el islam. “En primer lugar, el papel de la religión no es el feminismo y no es la democracia. No se puede querer que la religión haga lo que no le corresponde. La religión conduce a la espiritualidad o a la moral y puedes estar a favor o en contra. El feminismo es otra cosa. El feminismo no habla de moral. Habla de libertad”.
Según su pensamiento, hay una especie de conspiración general que quiere que una mujer árabe sea una mujer con velo, “pero el velo es un símbolo de opresión, lo mires por donde lo mires. Yo no estoy contra el velo, estoy contra el discurso sobre el velo. Porque una mujer que quiere estar oprimida, tiene derecho a estarlo, no puedo obligarla a ser libre, pero hacer un discurso de libertad sobre el velo es peligroso”, añade.
Tansali ha sido una gran crítica a lo largo de los años del papel que juega la izquierda en Europa, especialmente los partidos socialistas, que han tomado decisiones tibias a la hora de prohibir el velo en sus países por temor a ser tachados de islamófobos y de compartir agenda con la derecha tradicional. En su opinión, la izquierda debería sre mucho más rotunda a la hora de limitar y prohibir el velo en las mujeres. Sus posturas le han granjeado la denominación de persona que defiende el pensamiento colonial y sus discursos son islamófobos por parte de la comunidad feminista islamista.
Otra feminista árabe, Marieme-Hélie Lucas, socialista y reconocida luchadora por el laicismo, reconocía en una entrevista recuperada recientemetne por CTXT que la izquierda tiene miedo a que la tachen de islamofóbica.
«El debate está formulado en términos occidentales. Hasta donde yo sé, no se obliga a las mujeres en el contexto musulmán a no llevar velo, y estamos hablando de la inmensa mayoría de las musulmanas en el mundo. En cambio, en la inmensa mayoría de los casos se ven obligadas a cubrirse de un modo u otro, a menudo por ley: y todavía no se ha oído una protesta a escala mundial contra esa situación», afirmaba.
Según Lucas, por un lado, hay millones de mujeres en todo el mundo obligadas a llevar velo que arriesgan su libertad y su vida cuando transgreden la orden. Quedan abandonadas a su suerte en nombre de pretendidos derechos “religiosos” y “culturales”.
Si coincidimos en que este súbito auge a escala mundial de determinado tipo de velos que se hacen pasar por EL velo ‘islámico’ no es de naturaleza cultural ni religiosa, sino una bandera política , entonces tenemos que admitir que llevar ese tipo de velo –ahora— en Europa y en Norteamérica tiene un objetivo político difícilmente podría yo aceptar la fórmula de ‘una mujer que elige cómo vestirse‘. Ese velo no puede, definitivamente no puede, equipararse con la opción de llevar tacones o zapato plano, minifalda o falda larga. No es una moda; es un marcador político. Si uno decide que va a ponerse un broche con una esvástica, no puede ignorar su significado político; no puede pretender que se desentiende del hecho de que fue la “bandera” de la Alemania nazi. No puede alegar que sólo le gusta su forma. Es una afirmación política», concluye.