La secta católica defiende la contradicción según la cual todo lo que Dios crea es bueno y la doctrina de que el mundo y la carne «el placer sexual», creados por Dios, son «enemigos del alma» y, por lo tanto, malos.
El mundo y la carne como enemigos del alma,según los dirigentes de la secta católica
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
La secta católica defiende la contradicción según la cual todo lo que Dios crea es bueno y la doctrina de que el mundo y la carne –el placer sexual-, creados por Dios, son “enemigos del alma” y, por lo tanto, malos.
Por lo que se refiere al mundo, considerado como enemigo del alma, los dirigentes de la secta católica y los sacerdotes del Antiguo Testamento fomentaron desde muy pronto la idea de que el cuidado del Templo y todo lo relacionado con el culto al Dios de Israel o al Dios del Cristianismo debía tener un carácter prioritario en la vida de todo judío o de todo cristiano y, por ello, presionaron desde el principio para conseguir que se tuviera bien asegurado el mantenimiento y el enriquecimiento del Templo y el de los “servidores” del templo, es decir, el de los sacerdotes del Antiguo Testamento y el de la actual jerarquía de la secta católica (en especial la formada por los obispos, arzobispos, cardenales y papa, aunque también por otros cargos menos importantes) mediante la asignación de un tributo o un diezmo, junto con las diversas ofrendas religiosas procedentes del antiguo pueblo de Israel, de los cristianos en particular y de las diversas naciones que se formaron después de la desintegración del Imperio Romano.
El fomento de esa prioridad de los asuntos económicos ligados al mantenimiento del clero debió de ser decisivo para que los sacerdotes antiguos y modernos fomentasen en el pueblo la idea de que había que anteponer la práctica de penitencias, holocaustos, ayunos, sacrificios y ofrendas al “Señor” al propio disfrute personal de las comodidades de la vida y de sus placeres, exhortando ya desde muy pronto el clero de la religión judía y el de la secta cristiana al pueblo de Israel y a los cristianos de base a llevar una vida austera, pues cuanto más gastasen en su propio bienestar menos bienes les queda-rían para ofrendarlos a fin de colaborar al sostenimiento del Templo o a los asuntos religiosos, especialmente los relacionados con la vida del clero y, sobre todo, con la de sus altas jerarquías. Sin embargo, desde el momento en que los dirigentes católicos comenzaron a enriquecerse por sus buenas relaciones con los emperadores romanos, con las posteriores monarquías del feudalismo o con los gobiernos de los estados de los últimos siglos, ha ido dejando en un segundo plano sus referencias al mundo como enemigo del alma, pues, de hecho, ella misma, con el disfrute de sus cuantiosos lujos y riquezas, pone cada día en evidencia ante sus fieles que no vive ni siente para nada aquellas exhortaciones de Jesús relacionadas con la ayuda a los pobres y a los hambrientos. Por ello, aunque de vez en cuando se atreven a hablar en favor del tercer mundo y de la lucha contra el hambre, siempre lo hacen de manera que parezca que ellos se han esforzado y se esfuerzan criticando a la sociedad actual, tratando así de des-viar la atención de sus fieles respecto al hecho de que ellos, con sus escandalosas riquezas, habrían podido remediar con creces todo el hambre y la miseria del mundo.
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