Son las 2:36 de la madrugada del 18 de agosto. Todavía no sé qué me ha pasado hoy. Sólo sé que he sentido miedo y todavía tengo mucho miedo metido en el cuerpo. He sentido que mi suerte esta noche estaba en manos de quien debía protegerme como ciudadana, y me temí que no iba a ser la mejor de las suertes:
-¿A quién vas a denunciar, gilipollas, a la policía? Atrévete a decir que la policía te ha robado 6.000 euros esta noche, a ver si alguien te cree. No te atrevas a probar el asiento, no… al suelo!!!
Esa tarde salí a la calle sólo a manifestarme a favor de un Estado que respetara su aconfesionalidad, y que no diera privilegios a creyentes de una religión sobre ninguna otra creencia. Me han educado en el catolicismo, sí, y respeto, soy tolerante con todas las creencias. Porque yo creí hasta que dejé de creer, gracias en parte a mi educación, a mis lecturas de filosofía, a mi carrera universitaria de Periodismo. A mis viajes, a mis amigos y amigas de creencias musulmanas. Me hicieron ver que hay muchas maneras de tener fe, de ver el mundo, de vivir.
Esta tarde salí a la calle de forma pacífica, como siempre, sin ni siquiera, esta vez, hacer fotos ni publicar en las redes sociales. Quería estar allí, reunirme con mis amigas y amigos, con Carlos, con Yolanda, con María, con Jonás. A todos los pude encontrar en la plaza Jacinto Benavente. Estaba feliz de compartir con ellos una tarde de agosto en Madrid, mientras decido los siguientes pasos a dar.
Nos despedimos de parte del grupo en la misma plaza. Seguimos adelante hacia Sol, entramos en la plaza. Vuelvo a sentir la emoción de los primeros días de mayo. Nos quedamos en Puerta de Sol, hablando con gente, bailando con las batucadas, siguiendo a la policía a ritmo de Cunga cuando la vemos correr en fila y posicionarse en calle Montera. Todo en un ambiente festivo, pacífico. Subimos hacia Alcalá, divisamos Cibeles cuando nos topamos con la Policía. Sólo nos dejan pasar sin “cartelitos” del 15M. Están claramente protegiendo a los peregrinos que corean a gritos “Viva el Papa!” mientras cenan en el VIPS. Observamos a ciudadanos y ciudadanas indignados por no poder pasar sin el visto bueno de la policía.
-”Cuidado porque los peregrinos estos saben que están protegidos y van provocando, pero si les respondes, te detendrán a ti, no a ellos”, nos dice una mujer en la calle Alcalá.
Vamos a Tirso de Molina por donde buenamente podemos. En los cines Yelmo Ideal escuchamos que la Policía está cargando en Sol. Damos media vuelta y nos acercamos a calle Carretas. Por primera vez, me asusto al ver tan de cerca a la policía con porra desenfundada dispuesta a golpear. Vemos las lecheras en Jacinto Benavente cortando la calle desde arriba. -”Nos están encerrando”, escuchamos. Retrocedo a la altura de calle Cádiz. -”No quiero ni un palo ni medio sobre mí”, le digo a Jonás. Perdemos a Carlos. -”Me han encerrado en Sol”, nos pone en whatsapp. Nos dirigimos a la calle Mayor. En calle del Correo vemos apostada a la policía. Nos dirigimos hacia las vallas. Preguntamos qué está pasando porque dejan vía libre a las filas indias de gente de amarillo y a nadie más. Nadie puede pasar si no va vestido de amarillo y en fila india. Una chica pregunta si puede pasar porque tiene su bici en Sol. Le prohíben el paso. Nos quedamos todos observando los movimientos totalmente arbitrarios de vallas según si vamos de amarillo o no. Jonás insiste en preguntar por qué no puede pasar el resto de la gente, la plaza está vacía y no parece que haya ningún peligro.
-”Tú, listo, como sigas molestando con tus preguntas, te enteras… de hecho, te vas a enterar”.
No le dejan preguntar más. A la primera de cambio se lo llevan al lateral izquierdo de la furgoneta. Le interrogan, le registran, le piden documentación. Una chica me dice que lo que debe hacer él es pedirles la identificación. Le mando un whatsapp: “Pídeles tú la identificación”. Nadie lo ve, no hay nadie alrededor ni nada que podamos hacer. Les pregunto a unos chicos con cámara si son periodistas. Me miran con cara de “a mí no me metas en líos”. Pasan minutos. No sabemos qué le están pidiendo. Nos sentimos indefensos, impotentes, preocupados y nos entra rabia, ansiedad, muchos nervios.
Lanzo un tweet. “Están deteniendo a @jonascandalija”. Me aseguro de que se envía, no había podido en toda la tarde. Tengo poca batería. Inmediatamente después veo con asombro y perplejidad infinita como una fila de peregrinos atraviesa las vallas y se mete en Puerta del Sol pasando por delante de la lechera donde tienen a Jonás retenido.
No doy crédito, ¿nadie ve lo que está pasando?¿de turismo por Puerta del Sol mientras la Poli actúa impunemente delante de las narices de los peregrinos? De un arrebato me cuelo en la fila.
-”Eh, eh, ehhhhhhhh, ¿dónde vas tú, dónde vas, dónde vaaaas?¿Qué no me oyes, o qué?”. Me agarra fuerte por el brazo y me para. Policía con perilla.
-”Quiero saber qué le estáis haciendo a mi compañero”. “No, no puedes pasar, no puedes no puedes”. Forcejeo.
-”Que quiero saberlooooooooooooooooooooooooo”. Grito e intento escaparme. Me cogen por el cuello y la cabeza, me arrastran contra mi voluntad a la furgoneta policial, me hacen tirarme en el hueco entre el asiento trasero y el delantero.
-”Nada de asiento, al suelo, al sueloooo”. Me encierran. Me registran. Me insultan.
–“Qué se ha creído esta pilingui. Registrarla ahora mismo, toda, si hace falta, que venga una mujer que la cachee por si lleva algo encima”. Todo esto, a gritos, con insultos, desprecios y expresiones humillantes que me hacen sentir miedo atroz. “Estos, hoy, me matan y nadie se entera”, pienso.
-”Os voy a denunciar por detención ilegal, ¿de qué se me acusa?”. -No estás detenida, sólo estamos identificándote. Dános tu DNI”. Lo busco, les entrego mi carné profesional de prensa. -”Esto no nos sirve de nada, tu DNI”. Me tiran a la cara mi acreditación. -”Soy periodista, que lo sepáis”. Me retienen en la furgoneta sin más explicación. Miro a través de la luna izquierda como siguen interrogando a Jonás. Grito fuerte para que me oiga y me vea. Me hacen callar, me empujan y cierran la puerta.
Todo lo demás, pasa tan rápido y es tan humillante que apenas puedo aún dar crédito a lo que nos ha pasado, a todo lo que nos han hecho, nos han dicho, a todo el abuso de poder que han ejercido sobre nosotros. Me sacan y me llevan detrás de la furgona, intento que me vean y que alguien pueda hacer fotos.
No hay nadie mirando, sólo algunos peregrinos pasando por allí. Incluso un grupo está atendiendo las indicaciones de un policía justo enfrente de mí pero ni se inmutan. Puedo ver a una colega de RNE micro en mano entrevistando a otros peregrinos. Intento que me devuelva la mirada, no lo tiene difícil. Pero no hay manera. Me enseñan de malas maneras la supuesta denuncia contra mí.
–“Puedes firmarla o no, da igual”. No la firmo, ni me la entregan, ni puedo leerla. -”Te va a costar esto… unos 4.000 euros, o de 4.000 a 600.000″. Pienso que como no lo voy a poder pagar, ni me esfuerzo en recordar la cifra. Me dicen que me van a soltar en la calle Mayor.
-”A esta os la lleváis, bien lejos, y se acabó”. Me lleno de rabia otra vez. Ni me leen derechos, ni me leen la denuncia, ni me dicen por qué me retienen, ni qué se supone que he hecho. Nada. “Esto no lo voy a dejar así”, pienso. Me agarran por los brazos dos tipos y me llevan medio en volandas hacia las vallas de calle Mayor.
De camino les digo que me devuelvan mi turbante, que de un manotazo en la cabeza al meterme en la furgona, a empujones, me lo han quitado.
-”Volvéis a por él y me lo traéis”, les digo con mucha rabia.
-”Que te crees tú eso, gilipollas”. “Si me insultan impunemente, me amenazan, me humillan, me agreden, pues por lo menos les devuelvo el insulto”, pienso.
Me tiran tras las vallas. Corro. Me tiran al suelo, tres o cuatro policías. Me cogen por el cuello, me fuerzan y me ponen los brazos tras la espalda, me ponen la cabeza contra el suelo.
-”Ahora sí que te vamos a detener y a llevar, por insultar a la policía”. Me arrastran de nuevo desde esquina de calle Mayor con Sol hasta la furgona, que está a la altura de la calle Correo. Me quejo, me hacen daño, me fuerzan más, me insultan y me gritan.
-”Te duele, eh, ahora sí que te vas a enterar…” Me hacen mucho daño. Me estampan la cabeza contra la puerta de la furgona, con las manos atrás. Hay otra mujer detenida junto a mí, sentada en el borde de la puerta. Me piden el DNI de nuevo.
-”El bolso se lo han robado sus amigos del 15M”. -Posteriormente, mis amigos me confirman que le dijeron a la policía que lo tenían allí con ellos pero no les hicieron caso-.
No dejaron de repetirlo. -”Esos que son tus amiguitos del 15M, te han dejado sin bolso, luego dirás que somos nosotros los que robamos”. Sin DNI ni nada, ni ninguna explicación, sólo siguen insultando y hablando entre ellos: “Pues parece que hemos vuelto a tomar la plaza”o “Ya os decía yo que iba a ganar la porra”. Cosas así.
-”Luego dirás que nos hemos portado mal contigo, pero para que veas, puedes sentarte, incluso vamos a buscar tu turbante”. Así me responden cuando les digo que me han insultado ellos primero y que no he hecho nada más que pedir mi turbante. Se acerca de nuevo el policía de la perilla:
-”Ahora la multa va a ser más gorda, ¿la quieres firmar?”. -”No”. -”Pues nos da igual otra vez, ahora te dejamos ir y cuidado con lo que dices”. Algo así. Yo sólo quiero salir de allí, no puedo más con esa humillación por parte de los cuerpos de seguridad que se supone están para protegerme. Me siento fatal, decepcionada, castigada impunemente, humillada como nunca en mi vida.
Salgo de allí y veo a mi amiga Carlota con mi bolsa en la mano. Nos abrazamos. Siento la solidaridad de todo el mundo. Quieren ser testigos, me ayudan, me asesoran, me dan teléfonos, me animan a que denuncie, a que ponga un parte médico por lesiones, a identificar al poli que se ha ensañado bien conmigo. No lo logramos. Se han ido inmediatamente y son relevados por otros que se lavan las manos.