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¡Murcia, qué santa eres!

Santa y culta, cultísima; siempre al día. Vamos lo que se dice una tierra que no da vergüenza ninguna vivir por aquí, porque con su celo, con su conocimiento cultural de la historia y lo que le eches, es un palmico: “aquel cachito de cielo que dios una tarde se dejó caer…”

Pues si; preguntan los colegas de Cullera Laica al sacro ayuntamiento opus de la capital desde una porrá de kilómetros de la cortijá, que por qué cojones sigue una calle céntrica de Murcia ciudad, ciudad universitaria, con cátedras de casi toíco, rememorando el nombre de un arzobispo hinchao de migas, Simón López, un verdugo, que menos figurar en la memoria positiva de los hombres, debería de figurar en la lista de los aborrecibles del mundo, que más le hubiese valido a la humanidad que su padre se hubiera roto el pijo antes de hacerlo.

Pues sí; preguntan los de Cullera Laica cuál es la razón que lleva a una ciudad entera, a Murcia, a mantener el nombre de una calle con el de una bestia furibunda, inhumana, capaz de quitarle la vida a un maestro de escuela, don Cayetano Ripoll porque no se quitó el sombrero al paso de un copón; que para el arzobispo hinchao de migas, sería la razón de vivir a costa de no dar un palo al agua y que, seguramente, todo el sudor laboral de su vida sería el que arrancó fornicando.

O haciendo como su colega en santidad: calentando para que no pasara frío la niña ciega desde los doce años de edad, que su confesor la calentaba de noche, y vaya usted a saber que aberraciones le haría para que a la “Beata Dolores”, María de los Dolores López, le haya cabido el honor de ser una de las últimas víctimas de la Santísima Inquisición: la institución más horrenda que ha existido y existirá mientras el hombre camine por este planeta, y todo gracias al clero trinitario vaticano.

Gentes del tallaje del arzobispo al que se rememora en la ciudad de Murcia y se alaba poniendo una calle a su nombre, que como echaron mucho de menos no poder asesinar a gente en la hoguera y después, a los que tenían, despojar de todos sus bienes a sus familiares para que pasaran a poder del clero vaticano, porque como en 1.781, se acabó el gozo de la hoguera, el relajar a la gente como a ellos les gustaba y les gusta en su incultura mantener el vocablo, el citado arzobispo, un hombre de pro, insisto, de los que su padre lo mejor que le pudo pasar fue romperse el pijo antes de hacerlo, en Murcia, el último lugar donde se cerró el santísimo tribunal de la santísima inquisición (que vuelva, que vuelva, que caiga un chaparrón…) tomó parte activa y muy decisiva como hombre santo, en que si ya no existía el santísimo tribunal, crear por mandato divino en 1.824 La Junta de la Fe, y gracias a ella se pudo asesinar con papeles en regla, en 1.826, al maestro de escuela.

Pues sí; es de presumir que con el cáncer de opus dei que disfruta el ayuntamiento de Murcia, con el grado extremo de santa incultura que se está inoculando en una sociedad cortijera, el no contestar el ayuntamiento al escrito de Cullera Laica, esté motivado por el acualo de soberbia que se ha apoderado de una tierra que está en peor y no ha acabado, ni mucho menos, en ir a más a peor, porque siguen sus fuerzas vivas emperrados en la santidad a cojones de todos, pero ellos como el confesor, que decía que solo calentaba a la ciega, por cierto hermana de cura y de monja.

¿Alguien, algún estamento, puede dar más letal hipocresía?

Juan E. Palmis

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.
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