El calendario laboral que publica el Boletín Oficial del Estado marca el 6 de enero como «día de la Epifanía del Señor» –«Reyes», según la Generalitat–, pero para Albert Riba (Barcelona, 1947) hoy es un día como cualquier otro. Desde hace 23 años preside Ateus de Catalunya, una de las tres organizaciones laicistas de Barcelona. Según el barómetro sobre religiosidad de 2017, el 47,5% de los catalanes no tiene creencias religiosas.
–¿El ateísmo le viene de familia? No. Mis padres eran católicos practicantes y me apuntaron al coro de la iglesia. Pero yo no me dejaba comer el coco fácilmente. Nací librepensador y siempre fui un disidente.
–¿Cómo alimentaba el pensamiento? Me apunté a los Minyons de Muntanya, que eran católicos pero disidentes del franquismo. A finales de los años 60 en Barcelona se respiraba cierta euforia y en la facultad coincidimos un grupo que debatíamos de todo. Ahí me di cuenta de que mis palabras no se correspondían con mis actos y rompí definitivamente con mi bagaje religioso.
–¿Fue una ruptura brusca? Tuve que hacer todo un replantamiento de vida y empezar a preguntarme por qué hacía las cosas. La religión te libera de responsabilidad a costa de quitarte libertad y cuando conquistas tu libertad también adquieres toda la responsabilidad de tus actos.
–¿Qué diferencia al ateo del no creyente? El ateo ha hecho un esfuerzo de reflexión, y ha concluido que los dioses no existen o, en palabras del ateísmo moderno, no aceptamos el dualismo.
–¿En qué sentido? El dualismo concibe dos realidades, una material y tangible y otra inmaterial e intangible. Pero para el ateo solo existe una realidad, la material. Esto del espíritu es absurdo. Somos pura física y química.
–Ateus de Catalunya ha organizado la primera cena del solsticio de invierno. La convocamos el día 21 de diciembre porque el sol pasa por un punto y el día empieza a tener más horas de luz, pura matemática. El objetivo es celebrar un encuentro en el que todos –cristianos, musulmanes, budistas, ateos, no creyentes, etc.– podamos confraternizar, en lugar de estar obligados a participar en una fiesta que solo es de una parte de la ciudadanía.
–¿Usted no celebra la Navidad? Nos reunimos en familia pero no celebro el nacimiento de nadie. La noche anterior lo pasamos muy bien con los regalos de Papa Noel, porque es importante que los niños tengan imaginación e ilusión. ¡No les vamos a llevar a una cena del solsticio!
–¿Y el día de Reyes? ¿Cómo lo vive? Como la Navidad, es una fiesta con un sentido religioso y por lo tanto es privada, no es de todos. Forma parte de un libro sagrado y explica un cuento que hace más vendible una religión. Además, los niños no tienen tiempo de jugar con los regalos.
–Pero la cabalgata se ha convertido en una celebración ciudadana masiva. Pienso que no es necesaria, pero esto no se puede cambiar de un día para otro.
–Se le tirarían al cuello. Hay que empezar haciendo una labor pedagógica. Pensar por qué hacemos el pesebre de la plaza de Sant Jaume y la cabalgata, y ver si hay que seguir haciéndolo o podemos pensar una alternativa que vincule a toda la ciudadanía.
–La cabalgata no es para católicos. Nuestro primer objetivo como asociación es defender la libertad de conciencia. No nos metemos con que la gente siga adorando a sus dioses, yendo a la misa del gallo, haciendo pesebres o celebrando los Reyes, pero el ayuntamiento tendría que ser neutra y no gastar ni un duro en esto.
