La Iglesia católica es una institución profundamente clerical y que, precisamente por eso, se resiste a las profundas reformas desclericalizadoras del Papa Francisco. Sin clero, el catolicismo muere o languidece, porque, en contra de lo que pidió el Vaticano II, los laicos siguen siendo ciudadanos de segunda en la comunidad católica. Clase de tropa. Sigue pendiente entre los católicos la asignatura de la corresponsabilidad laical.
En todo el mundo occidental, las vocaciones al sacerdocio escasean tanto que la propia Iglesia habla de «invierno vocacional». El otrora vivero espiritual occidental, que surtió de vocaciones a medio mundo y evangelizó América y gran parte de Africa y Asia, está exangüe. «Una viña devastada», como decía Benedicto XVI. Non hay relevo para los curas. Los jóvenes no quieren ser funcionarios de lo sagrado. Y la institución, profundamente clericalizada, se resiste a buscar otras alternativas, como la del sacerdocio de la mujer o la de los curas casados.
Para muestra el botón de la propia Iglesia española, que se queda sin pastores. Ya sólo vive de las rentas del pasado. Los datos hablan por sí solos. España cuenta todavía con 18.000 sacerdotesdiocesanos. Pero los que fallecen duplican a los que se ordenan. No se garantiza ni siquiera elreemplazo generacional. La edad media del clero diocesano es de 67 años y el 40% tiene más de 75. Dentro de diez años, el número de curas quedará reducido a la mitad.
La ventaja de la Iglesia es ser católica y, por lo tanto, universal. Por eso, cuando se agota el vivero vocacional occidental, sigue creciendo el granero africano y asiático. En el último cuarto de siglo, el número de seminaristas se ha triplicado en el continente negro y, en Asia, ha experimentado un espectacular aumento, con un 125 por ciento más.
El ejemplo de la Compañía de Jesús es paradigmático. La mayor y más importante congregación religiosa católica está integra, en la actualidad, por 16.740 jesuitas: 5.000 en Europa, 5.000 en América, 5.600 en Asia y Oceanía y 1.600 en África. De hecho, la sequía vocacional de Occidente, la pueden compensar los jesuitas con el crecimiento vocacional de Asia y África.
El Papa sabe que Asia es la nueva frontera del catolicismo, también para las vocaciones religiosas. Por eso, tanto en Myanmar como en Bangladesh ha mimado de una manera especial a los seminaristas y, en este último país, ordenó, en una misa multitudinaria, a 16 sacerdotes. Son los nuevos curas para la primavera de Francisco. Por eso, les pidió autenticidad: «Procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis». Curas que dan trigo, el trigo de la misericordia. Sin olvidar a los laicos, para los que pidio corresponsabilidad en la Iglesia.
Por otra parte, el crecimiento de las vocaciones en Asia y África, asi como su descenso en América y Europa demuestra, una vez más, que «a mayor nivel de vida, menos vocaciones». En España, los seminarios se llenaron después de la guerra civil y se fueron vaciando a medida que el país se desarrollaba. Hoy, están casi muertos. Y lo mismo sucede en los demás países y continentes desarrollados.
De ahí que, mientras no cambie su modelo absolutamente clericalizado, la Iglesia tenga que importar sus cuadros dirigentes de Asia o África, continentes naturalmente religiosos y todavía pobres. Lo asegura el cardenal Arinze, nigeriano, papable y prefecto emérito de Culto del Vaticano:
«En Europa, el cristianismo existe desde hace 2000 años, la sociedad está muy desarrollada, los jóvenes tienen muchas oportunidades y tienen, por lo general, mucho que comer, excepto los que no tienen trabajo. Y en la naturaleza humana hay una tendencia a olvidar a Dios cuando hay muchas cosas materiales, abundantes».
Curas de países pobres, que ya estamos viendo al frente de muchas de nuestras parroquias. Porque el cristianismo se agosta en los pueblos ricos y sigue floreciendo en los pobres. Quizás porque el consumo seca los anhelos más profundos del corazón de las personas, aquellos que los conectan con la trascendencia y con el prójimo, a través de la regla de oro: «No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti».