El 9 de octubre, Jerez conmemora su “reconquista” a manos de las tropas de Alfonso X e incorporación a la Corona de Castilla, concretamente al Reino de Sevilla. La celebración institucional comienza con el traslado del Pendón de Jerez desde la antesala del Cabildo Antiguo hasta la iglesia de San Dionisio y… ya estamos como siempre.
La realidad es que, a pesar de la fecha y la conmemoración, el hecho histórico se ignora y todos los fastos giran alrededor del santo. ¡Qué bien pensado eso de santificarás las fiestas!
Todos los 14 de julio, nuestros vecinos del norte, los franceses, celebran su Fête Nationale de la République conmemorando el día de la toma de la Bastilla, símbolo del fin de la monarquía absoluta, los estamentos y los privilegios. Y no necesitan de consagración alguna para que la sociedad lo celebre. Ellos no necesitan un día de San Camilo de Lellis, San Francisco Solano, Santa Tuscana de Verona o de cualquier otro santo que celebre el 14 de julio para tener su desfile militar, sus fuegos artificiales y sus bailes populares. Pero no, nosotros necesitamos de un San Dionisio Areopagita para que la fiesta de hoy tenga sentido.
Y ahí va nuestro Ayuntamiento, esta vez representado por el Pendón, portado por el concejal más joven y acompañado de parte de la Corporación municipal, en procesión cívico-religiosa hasta dicha iglesia de San Dionisio para rezarle el Te Deum al patrón. Una vez más, nuestras instituciones, en contra del principio de aconfesionalidad recogido en nuestra Constitución, se someten a ritos religiosos en los que la representación de la ciudadanía, ya sea en forma de Pendón, Bastón de Mando o la propia Corporación Municipal, se ve subordinada a la institución eclesiástica.
Desde el laicismo seguimos reclamando la escrupulosa separación de las instituciones civiles, nuestras administraciones públicas, de las religiosas. Formamos parte de una sociedad multicultural, en la que las diferentes creencias y convicciones, por muy mayoritarias que puedan ser, necesitan de dicha separación para que puedan ser respetadas como opciones particulares y no como imposiciones de una mayoría. Sólo desde la laicidad institucional se puede garantizar esa libertad.