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Las fuentes urbanas que lavaron Lugo de la tentación de la lujuria

El obispo Izquierdo decidió ampliar la red de agua potable tras los escándalos entre militares y mozas en la de la Magdalena, en Recatelo

La malograda fuente de San Vicente, en la Praza do Campo, nació en el siglo XVIII con una sana intención: la de lavar del pecado de la lujuria a los militares y a las mozas que, hasta entonces, solo se servían de agua en otra fuente de Lugo, la única existente, la de la Magdalena, en el barrio de Recatelo. Como, probablemente, habría mucho que lavar, no solo se levantó la fuente de San Vicente, también se construyeron otras dos más: la de la Praza Maior, existente hasta principios del siglo pasado, y la del patio interior del palacio episcopal. La resolución la adoptó el obispo Francisco Izquierdo y Tavira y, para ello, empleó más de 300.000 reales, dotando a Lugo de una conducción de aguas potables.

La Crónica general de Lugo, de José Villa-Amil (1866), refiere que, por aquel entonces, la escasez de agua en la ciudad era tanta que no solo faltaba para beber y para los usos domésticos sino también para apagar un incendio.

«Para remediar estos males, pensó el obispo Izquierdo en traer a la ciudad las exquisitas aguas que brotaban de un copioso manantial a un cuarto de legua al poniente de la ciudad, con la que ya se había abastecido esta en tiempo de los romanos», cuenta Villa-Amil, haciendo referencia al acueducto romano y a la fuente de O Castiñeiro, que partía de A Piringalla y atravesaba Camiño Real hacia el centro, como se demostró tras los restos romanos hallados hace años en la calle San Marcos. Y se aprovechó esa canalización para llevar el agua a las nuevas fuentes.

El confesor del obispo Izquierdo, Alfonso de Chaves, fue quien reveló la verdadera intencionalidad del obispo en la construcción de esas tres nuevas fuentes, que tenía un matiz piadoso. Alfonso de Chaves relató que, durante un sermón en la catedral sobre la Samaritana, habló de los escándalos que se cometían en la fuente de La Magdalena entre soldados y mozas del cántaro. Cuando el obispo Izquierdo tuvo conocimiento de estos hechos, pasó días «gimiendo y meditando sobre el remedio decidiendo, por último, aplicar el de la construcción de las nuevas fuentes».

PERSONAJES. Francisco Izquierdo Tavira llegó a Lugo en 1748 y aquí falleció en 1762. La España sagrada —libro escrito por Manuel Risco en 1798 que recoge la historia eclesiástica desde el siglo XII al XVIII— lo describe como un hombre que ejerció el voto de pobreza en todas las facetas de su vida. «Su cena más larga fue un huevo a la que solo añadía frutas o hierbas cocidas», dice Risco. Pero el ayuno más grande ocurrió con ocasión de un robo en la iglesia de Meilán, donde quedaron varias hostias por el suelo. El obispo reaccionó pasando ocho días ingiriendo solo algo de chocolate por tal sacrilegio.

También era pobre su ropaje, en la cama y en el vestido.»Nunca usó lienzo a raíz de sus carnes y dormía con la camisa de jerga por más que sus médicos le solicitaron que se la quitase», relata Risco, que añade que «su vestido era tan pobre y usado que se cubría en invierno con un roponcillo negro tan raído que casi tocaba la indecencia». Algo similar ocurría en el palacio, que carecía de tapicerías y alfombras, con solo algunas estampas de papel en la pared.

Su sueño era corto, sacrificándose por estar despierto. «Para que su sueño fuese más parco acostumbraba a no desnudarse y tener su cabecera muy dura poniendo en ella una talega de arena bien apretada», refiere la España sagrada.

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