Obra premiada en el Concurso Ranan Lurie 2015./ Mike Luckovich en The Atlanta Journal Constitution de EE UU
Una obra del ilustrador Alberto Guitián en la que aparece una persona disfrazada de Papa, con una copa de vino y un papamóvil de cartón, fue criticada por el Arzobispado de Santiago de Compostela, que habló de «herir las creencias de los creyentes», y también por la asociación Abogados Cristianos y la Asociación de Viudas de Lugo, que incluso presentó una denuncia al hilo de los últimos carnavales en A Coruña.
La denuncia ha derivado en imputación y el concejal de Culturas de A Coruña, José Manuel Sande, está siendo investigado por un presunto delito contra los sentimientos religiosos. Sande tendrá que acudir al juzgado de Instrucción número 3 de A Coruña el próximo 17 de abril. Pudiera parecer un relato inverosímil en un país democrático pero es algo real como la vida misma. Está pasando.
El problema no es el Papa Francisco –¡a saber lo que dirá el bueno de Jorge Mario Bergoglio como se entere de este caso!– ni el concejal José Manuel Sande: el problema es la intolerancia.
La sociedad correría un severo riesgo si pierde de vista que la libertad de expresión es un derecho fundamental y un derecho humano, consagrado en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en la Constitución española de 1978.
Mucha gente dio su vida por esta buena causa a lo largo de la historia. Baste recordar la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (Primera Enmienda) y la Revolución francesa. Ignorar a estas alturas los papeles desempeñados por Montesquieu, Rousseau y Voltaire en defensa del derecho a la libertad de expresión nos devolvería a la barbarie.
También es verdad que hay límites a la libertad de expresión, siempre que entra en conflicto con otros valores o derechos. ¿Estamos ante un caso así viendo el dibujo de Alberto Guitián donde figura una persona disfrazada de Papa, con una copa de vino y un papamóvil de cartón?