La elección de decidir es una facultad humana, pero ésta no se conseguirá plenamente si no logra abrirse paso entre un fuerte entramado de intereses que la condiciona. Dijo Joseph Goebbels, jefe de propaganda de Hitler, que un pensamiento puesto en palabras y repetido muchas veces se convierte en verdad. Y de eso sabe mucho el poder político, el económico y eclesiástico.
Con digna excepciones, los medios de información, están muy concentrados en manos de los poderes económicos y, por tanto, son fieles trasmisores de la ideología dominante. Configurada la opinión por las grandes corporaciones mediáticas, hay que realizar un esfuerzo titánico para defenderse de su influencia. El lingüista e intelectual estadounidense, Noam Chomsky nos alerta de las diez claves de manipulación que recaen sobre los seres humanos y el periodista, Rysrard Kapúscinski, ya fallecido, advirtió que cuando los magnates de la prensa comprendieron que ésta podía ser un gran negocio se terminó con la prensa libre; esa prensa que desenmascaraba las mentiras, esa prensa que investigaba y contrastaba las noticias.
La impostura, la información incompleta y otras manipulaciones nos llevan a representaciones engañosas. Pero ya se sabe que las grandes mentiras son más consoladoras y por ello más fácilmente creíbles. De eso saben mucho las diferentes religiones; ellas crearon mitos, e inventaron un mundo extraterrestre para consolarnos del sufrimiento del mundo terrenal. Así púes, entre mitos, mentiras consoladas, medias verdades y manipulaciones varias, anda el juego de la vida.
Y con estos mimbres se crearon y se siguen creando conciencias humanas. Todas ellas basadas en la pluri-religiosidad en pleno idilio amoroso con el poder económico; ambas aprendieron a repartirse el poder después de la larga lucha de las investiduras. Podemos decir que la libertad de conciencia es una rara avis que se ejercita muy poco y que corre el riesgo de extinción, si no somos capaces de poner freno a tanta indefinición en los conceptos primordiales en los que basamos nuestra humanidad.
Se lleva amasando, a gran velocidad, una conciencia individualista que especula, delinque, tortura y mata, en nombre de la libertad de conciencia. Si seguimos por esos derroteros, la especie humana va camino de convertirse en una especia transgénica, algo así como humanoides. Si cercenamos la otroridad en aras del individualismo, damos alas al neoliberalismo; un sistema que va camino de convertir los derechos humanos en papel mojado.
La cultura patriarcal, en clara alianza con el sistema capitalista, ha sido capaz de influenciar en las conciencias de amplias capas de la sociedad; esta influencia es aceptada mayoritariamente, aunque en otros casos se rechace. Pero queda un amplio espectro de la población donde las contradicciones son evidentes y para ello me remito al Poema a clase media, de Mario Benedetti; nadar y guardar la ropa se hace muy complicado, cuando menos, cuando más se convierte en un ejercicio de cinismo. De cualquier forma, el maridaje capitalismo–patriarcado se convierte en ocio y negocio para el disfrute de quienes tienen dinero.
Indudablemente, para elegir es necesario tener varias opciones, no estar sujetos a ningún yugo que te obligue a aceptar una opción como válida cuando son otras las causas que inciden en tal decisión. El neoliberalismo, “en nombre de la libertad”, explota a los seres que considera inferiores y sobre todo a las mujeres, a las que cosifica. Es por ello que las mujeres seguimos con la soga al cuello de este sistema cultural que niega a las mujeres el derecho a decidir sobre diversas cuestiones. El nacional-catolicismo franquista establecía que había que tener los hijos que dios mandase, y que si una vulva y un pene se unían era para procrear, como “dios manda”, faltaría más. Poco importaba las muertes por los aborto clandestinos que las mujeres se veían obligadas para no parir hijos que después no se podían mantener en condiciones dignas. ¿Cuántas mujeres murieron por abortos clandestinos? El sistema nacional–católico dejó profundas huellas en las conciencias, huellas que no han desaparecido, carga que aún seguimos padeciendo,
El capitalismo ampara prácticas deleznables, como es que las mujeres sean máquinas de parir para otras personas que desean hijos a toda costa. y este individualismo galopante tiende la mano al más rancio catolicismo. El altruismo de alguna mujer no evita la mercantilización, el tráfico y las granjas de mujeres para satisfacer a quienes tienen dinero. Qué tipo de libertad es la que impone medidas punitivas a las gestantes si, por diversos motivos, se altera la modificación del contrato comercial, realizado bajo la coacción de la pobreza. La mujer que se ve obligada por motivos económicos no es libre.
Si aceptamos la lógica neoliberal, aquí vale todo, pero que no se hable en nombre de la libertad de conciencia, ya que ésta puede estar secuestrada por multitud de condicionantes. La desigualdad estructural que viven las mujeres es la causa que las empujan a seguir poniendo su cuerpo al servicio del mercado, sea la prostitución o los llamados “vientres de alquiler”. Y en esa discriminación económica nada tiene que ver la libertad de conciencia. Para el Patriarcado, las mujeres son seres auxiliares para otros y adquiere su máxima expresión cuando existe “una buena carta” para elegir y consumir, porque es mucha la pobreza de las mujeres. El cuerpo de la mujer siempre estuvo y sigue estando en la diana. Ya lo dijo Aristóteles, Fray Luis de León, Rousseau, y muchos otros que veían y siguen viendo a las mujeres como seres inferiores incapaces de pensar y hablar, seres al servicio del padre, del esposo, del estado del jefe y de dios.
La entente cordial entre capitalismo y religión se ha impuesto como un fagocito que envuelve a la humanidad. Todo vale si consultas a tu “conciencia individual”. Pero como decía Antonio Tabucchi, el lugar de la intelectualidad lo han ocupado los publicistas, los charlatanes. Y los hacedores de fortunas propias y ajenas se llevan las ganancias; suelen ser católicos, judíos, protestantes que creen en dios, en ese dios que hizo a la mujer de una costilla de Adán aunque él siguió teniendo las mismas costillas que antes de parir a la mujer.
Ante tanto disparate, caben muchas preguntas. ¿Quiénes pueden disfrutar de la libertad cuando los deseos pueden verse solo colmados con dinero? ¿Dónde quedó el materialismo, el anticlericalismo, el republicanismo…?
Quizá donde se pierde el horizonte.