El destino de los restos de Hitler y Eva Braun, después de ser carbonizados por su camarilla de leales, y supuestamente recuperados por el ejército soviético, ha desatado durante décadas todo tipo de conjeturas. Las que parecen más verosímiles hablan de que sus cenizas fueron arrojadas a un afluente del Danubio o esparcidas al viento desde una colina. En cualquier caso, las fuerzas soviéticas de ocupación consiguieron lo principal: evitar, con su ocultación, que existiera un lugar de culto para las futuras generaciones de nazis. Seis décadas después, y por idénticas razones, los alemanes han esparcido en las aguas de un lago las cenizas de los restos del nazi Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler en el partido.
Nosotros, que hemos sido incapaces siquiera de condenar institucionalmente el criminal régimen franquista, amparado todavía hoy por sus herederos morales, o sea los líderes del Partido Popular, mantenemos y conservamos los restos del dictador bajo una losa de no sé cuántas toneladas, señalada, para que se vea desde kilómetros de distancia, por una cruz descomunal levantada con el sudor y la sangre esclava de los presos políticos. Una tumba, un agujero negro que atrae fatalmente al fascismo residual, y que es bendecida a diario por la camarilla sacerdotal que la cuida y mantiene.
En Alemania han tirado a un lago las cenizas de Hess sin caer en la cuenta de que, aquí, algún resto fascista de nuestra Academia de la Historia podría haberle hecho una biografía a la medida que lo dejase como un santo. Enterrándolo en sagrado, hubiesen evitado contaminar un lago con los restos infectos del ideólogo del nazismo.
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Meditación para hoy:
Hoy, 25 de Julio, es la fiesta de Santiago Matamoros. Un par de días antes, para calentar la celebración de tan magna efeméride, uno de sus discípulos noruegos, impregnado de su odio al Islam, lograba la hazaña de matar a 93 personas en nombre de la cristiandad y contra el marxismo.
Cuidado por ahí afuera, que vienen a salvarnos.