El 27 de febrero de 2017 la organización Hazte Oír (HO) puso en circulación por Madrid un autobús con las siguientes palabras impresas en letras grandes: «Los niños tiene pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si naces mujer, seguirás siéndolo.»
La reacción mayoritaria en los medios de comunicación y las redes sociales ha sido de rechazo, en general rotundo y en ocasiones muy agresivo, a esta campaña; muchos han exigido que se prohíba la circulación del bus, y las autoridades han llegado a inmovilizarlo, todo ello alegando que un mensaje de ese tipo podría hacer daño a los niños transexuales(analizaremos este aspecto en la segunda parte de este artículo).
¿Promueve el odio?
También se ha dicho que el autobús de HO promueve el odio hacia los transexuales. No se ve que esa sea la actitud de Ignacio Arsuaga, presidente de la organización, en los dos primeros vídeos de este enlace.
Por otro lado, tras rastrear extensamente en Twitter los hashtagsrelacionados con el asunto, he visto infinidad de tuits con terribles insultos hacia HO, con llamamientos a apedrear el autobús o a quemarlo con sus promotores dentro, pero no he visto ni uno solo que incite al más mínimo rechazo o violencia hacia los transexuales; sí que he encontrado insultos reactivos de tuiteros que simpatizan con el mensaje de HO contra quienes quieren prohibir el autobús, pero no hacia los transexuales. Por otro lado, es difícil pensar que la exhibición del autobús pueda influir en alguien para que agreda u odie a transexuales.
Si no se hubiera dado esta exagerada reacción al autobús, solo una pequeña parte de la ciudadanía habría tenido conocimiento del mismo.Gracias a la campaña de los prohibicionistas, millones de personas han podido recibir el mensaje de HO.
Respuesta a una campaña previa
Normalmente las dinámicas de confrontación tienen una trayectoria más larga que la que vemos. No se ha informado lo suficiente de que la campaña de HO es una respuesta a otra campaña de la asociación de familias de menores transexuales Chrysallis consistente en unos carteles colocados en marquesinas del País Vasco y Navarra en enero de 2017 que decían: «Hay niñas con pene y niños con vulva. Así de sencillo». Algunos de estos carteles fueron pintarrajeados y destruidos, seguramente por personas con convicciones sobre la transexualidad similares a las de Hazte Oír.
En uno de los vídeos citados Arsuaga dice que no critican la campaña de Chrysallis, pero eso no es cierto: la página Actuall, vinculada a HO,informa de una inicitiva del Centro Jurídico Tomás Moro (que es «promotor de esta campaña, alojada en la plataforma ciudadanaHazteOir.org») para que «la Fiscalía de Menores inicie las actuaciones necesarias para eliminar dichos carteles. Y que inicie las actuaciones penales oportunas para esclarecer la autoría y la financiación de la campaña, llevando a los Juzgados a los responsables de la corrupción de menores que se está desarrollando con total impunidad y pasividad de los poderes públicos». Aunque ahora lo nieguen, HO ha defendido la criminalización de Chrysallis, al igual que tantos otros están defendiendo la criminalización de HO. Estamos ante una escalada de prohibicionitis.
¿Prohibir es la solución?
La mayoría de los partidos políticos y de los medios están defendiendo la prohibición del autobús de HO. Pero ha habido autores que, aun detestando el mensaje del autobús y todo lo que esta organización representa, han entendido que el autobús no tan es dañino como para prohibirlo, y que en este asunto está en juego la libertad de expresión.
Rubén Amón, haciendo referencia al caso del concejal de Madrid Guillermo Zapata, acusado de antisemitismo por unos tuits, y a otras ofensas recientes, escribe en El País (1.3.17):
«Los tuits de Zapata sobre los judíos y el terrorismo etarra se nos pueden antojar execrables. Y execrable puede resultarles a los católicos que el carnaval de Las Palmas lo haya ganado una drag queen en cuyo desfile emula a la virgen María semidesnuda y supercrucificada, pero el verbo prohibir y las medidas penales deben conjugarse con extraordinario cuidado. Y deben aplicarse en presupuestos inequívocos, precisamente para salvaguardar la tolerancia de los espacios emotivos o demasiado subjetivos.
»¿Hazte Oír incurre en un delito de odio? Explícitamente no, al menos a tenor de la lectura del texto y en sus connotaciones semánticas. E implícitamente es probable, más aún cuando se hace diana con los niños transexuales en un sesgo particularmente miserable, pero la duda misma invita a la prudencia. Y no porque el movimiento retrógrado Hazte Oír merezca la menor consideración o condescendencia, sino porque la libertad de expresión merece salir indemne, aunque sea por exceso.»
Paco Bello en Iniciativa Debate (2.3.17), recordando casos anteriores como el de los titiriteros represaliados por una obra de guiñol, explica por qué el prohibicionismo en casos como estos puede llegar a afectar a las libertades de todos:
«Nunca prohibir ha resultado ser mejor idea que debatir y razonar. Y nunca nos hemos arrepentido tanto de haber apoyado una prohibición que cuando más tarde hemos visto censurada la opinión propia.
»No se debe bajo ninguna circunstancia intentar homogeneizar la expresión del pensamiento por la fuerza, porque estancado, el pensamiento se pudre, y corremos el riesgo de transformar simples imbéciles en auténticos monstruos. La represión tiene, entre otros, este indeseable pero previsible efecto. […]
»Si apoyamos que se evite por decreto, además de darles la publicidad que buscan, estamos fomentando mártires y dando pie a que vean reforzadas sus obsesiones. Y quizá mañana con el mismo argumento tengamos que aceptar que se prohíba la opinión contraria, por más que sea sensata y justa, porque ‘la ley es igual para todos’.
»Corrijo. En realidad no hace falta esperar a mañana, porque con las medidas que se están tomando contra la propaganda de la asociación ultracatólica Hazte Oír, lo que se intuye es un intento de equilibrado en falso (sin consecuencias legales ni ingresos en prisión); un lavado de imagen que justifique, igualando por la vía represiva, los excesos punitivos y atentados totalitarios que se han cometido contra las expresiones políticas o culturales de izquierda, sean las de tuiteros, raperos, titiriteros o activistas.
»Pues que no sea en mi nombre. Yo no compro esta solución, venga de reaccionarios o de presuntos progresistas.»
Es significativo que César Strawberry, cantante condenado por el Tribunal Supremo por unos tuits considerados ofensivos, se posicione contra la censura a otros, aunque sean de ideología opuesta a la suya:
«Todo lo que sea reprimir la libertad de expresión me parece un atentado contra los derechos fundamentales de las personas. Hay que aprender a leer y escuchar cosas con las que no estamos de acuerdo. No estoy de acuerdo con que la Policía inmovilice un autobús por un cartel.»
Es importante entender que la prohibición del autobús de Hazte Oír es precisamente una solución al estilo de las que propone Hazte Oír, una organización que lleva años presionando a las autoridades, a los medios de comunicación y a ciertas empresas para que prohíban y censuren campañas y mensajes contrarios a sus convicciones morales (también hay que señalar que defienden algunas causas positivas, como visibilizar la persecución de los cristianos en algunos lugares del mundo).
Como el programa de HO es autoritario e impositivo, muchos piden que se les censure y prohíba. Pero precisamente la respuesta democrática a sus planteamientos liberticidas y confesionalistas no consiste en limitar su libertad de expresión, sino en mostrarles que en una sociedad plural y libre todo el mundo tiene derecho a expresar sus ideas, y que las excepciones a este principio solo pueden darse ante flagrantes atentados contra las libertades ajenas.
¿Hace daño a los niños transexuales?
Muchos defienden que se prohíba el autobús de Hazte Oír porque consideran que su mensaje puede hacer daño a los niños transexuales. Así lo expresa una niña transexual en este vídeo: “Estas estupideces que hace la gente pueden frenar a algunos niños por miedo al rechazo”.
Es bien sabido que muchos niños y niñas en algún momento juegan a ser del sexo opuesto, o incluso sienten que lo son, pero eso no necesariamente implica transexualidad, pues en muchos de ellos no se desarrolla esa identidad, sino que pasado un tiempo viven su sexualidad de acuerdo a sus genitales, como la inmensa mayoría de las personas. Parece bastante evidente que, al margen de los factores genéticos, factores ambientales pueden fomentar en los niños la convicción de que son del sexo opuesto.
Teniendo en cuenta esta realidad, quienes creen que el autobús de HO es dañino deberían considerar si también el cartel de Chrysallis al que aludíamos en la primera parte del artículo podría hacer daño a esos niños que no son transgénero. El proceso de cambio de género es largo, complejo y delicado (no sólo psicológica, sino también físicamente: tratamientos hormonales, operaciones…), y a veces traumático por no conseguir los resultados esperados. ¿No habría que evitar por todos los medios posibles que quien no lo necesite no sea sometido a él?
Una cosa es informar sobre la realidad transgénero en sesiones en las que pueda haber razonamiento y feed-back; otra cosa son los mensajes visuales que buscan el impacto emocional, y que quizá podrían fomentar “casos falsos” de transexualidad, con el dolor consiguiente para quienes los vivan.
Ante el simplismo de Chrysallis (“Así de sencillo”), Hazte Oír ofreció una respuesta también simplista (“Que no te engañen”). ¿Deberían prohibirse campañas de este tipo? No, pero sería deseable que todas estas organizaciones consideraran bien sus estrategias comunicativas.
Reacción a la intransigencia secular
La ideología de género es una de las corrientes dominantes en la sociedad y la política actuales, no sin oposición de algunos sectores. Forma parte del movimiento de lo políticamente correcto, que en su afán de eliminar cualquier atisbo de marginación, exclusión o discriminación de individuos o minorías, suele incurrir en algunos excesos.
Por otro lado, algunos de los que critican el pensamiento políticamente correcto tienden a idealizar el pasado, cuando lo cierto es que este tipo de pensamiento, llevado a su extremo, es el reverso de las tendencias impositivas de todos los tiempos. En las sociedades tradicionales ha existido siempre una presión moral, religiosa, social y política ajustada a la ideología dominante. Lo habitual (lo políticamente correcto) era que “herejes”, zurdos, discapacitados, homosexuales, “subnormales” (así se llamaba a las personas con síndrome de Down hasta hace no tanto), “brujas”, negros, “salvajes”, dementes… sufrieran o discriminación, o represión, o desatención, o marginación, o una combinación de todo ello y, en los casos más graves, encarcelamiento y hasta muerte.
Esto ayuda a comprender que muchos asocien hoy a organizaciones tradicionalistas y confesionalistas como Hazte Oír con un intento de regresar a aquellos tiempos. Hay que saber ver que entre los motivos delgiro histórico actual hay al menos uno que es positivo: el ideal deconstruir una sociedad en la que cualquier persona, por muy diferente que sea a la mayoría, pueda sentirse aceptada y reconocida.
Pero este avance no puede hacerse imponiendo a la sociedad una única ideología, ni reprimiendo las convicciones de los demás, porque de este modo estaríamos basculando hacia el extremo contrario, como ya viene ocurriendo en casos como el que nos ocupa y muchos otros. Es fundamental comprender que las libertades de conciencia y de expresión consisten ante todo en permitir y proteger la comunicación de ideas que resultan incómodas a otros (sean la mayoría o minoría). La convivencia de diferentes cosmovisiones y prácticas es lo que caracteriza a las sociedades libres.
Sugerencias para Hazte Oír (y para todos)
Como ya he dejado claro, que defienda el derecho de Hazte Oír a hacerse oír no significa que simpatice con las campañas de esta organización. Pero creo en la capacidad de evolucionar de las personas (empezando por mí mismo), capacidad que sólo se desarrolla mediante la interacción con los diferentes. Por eso me atrevo a sugerir lo siguiente tanto a Hazte Oír como a quienes se oponen visceralmente a ellos:
- Hay que evitar mensajes rotundos y simplistas que no admiten matices.
- No hay que dejar de exigir que se puedan oír las voces de otras personas, especialistas y colectivos que discrepan del pensamiento dominante, pero conviene hacerlo facilitando esa participación con un espíritu de confrontación de ideas, no de enfrentamiento social.
- Conviene abandonar la estrategia prohibicionista, y en su lugar propiciar espacios y medios en los que representantes de diferentes posiciones puedan intercambiar sus argumentos públicamente.
La transexualidad, un tema abierto
La ideología de género entiende que la identidad humana no está restringida a dos sexos (hombre / mujer), sino que existe una diversidad prácticamente infinita de identidades de género. Por el contrario, según el lema del autobús de HO, la transexualidad no existiría: no parece que pueda entenderse de otro modo la frase “Si eres mujer, seguirás siéndolo” (es cierto que luego en las declaraciones a la prensa matizan esa interpretación).
Son visiones irreconciliables. Lo cierto es que la transexualidad es un fenómeno muy complejo, en proceso de investigación, que no se puede reducir a lemas simplificadores, y sobre el que existe más debate que el que los medios (de una u otra tendencia) suelen reflejar. Entre los propios transgénero, algunos entienden que su condición es inevitable (dada por la naturaleza) y otros creen que es una opción; unos la perciben como una identidad fija, otros como una identidad fluida.
Véase por ejemplo este breve vídeo en el que cuentan su experiencia dos personas que fueron transexuales y decidieron “regresar” a su sexo original. ¿No merecen la máxima atención y respeto? ¿Alguien se atrevería a acusarlos de “transfobia”?
Se están dando casos que de momento provocan alarma, pero que previsiblemente serán cada vez más frecuentes. Por ejemplo, hay escuelas del Reino Unido en las que se pregunta a niños de tres años con qué género se identifican (o si no se identifican con ninguno), y se solicita a los padres que respeten la opción de sus hijos; una medida que solo puede contribuir a crear confusión y daños siendo que está demostrado que el 84% de niños menores de 12 años ha experimentado disforia de género, y cuando llegan a la pubertad esta persiste solo en un 15%, según un informe médico holandés. El porcentaje de niños que solicitan cambio de género (algunos a edades muy tempranas) está aumentando en proporciones tan altas (en torno al 1.000% en cinco años en el Reino Unido) que es inconcebible que se deba a que más niños se animan a “salir del armario”, y todo apunta a que influyen los condicionantes sociales.
Ante un asunto tan complejo, las familias deben tomar decisiones difíciles. No es “así de sencillo”, como dice Chrysallis. Pero creo que es puro sentido común tomar como criterio general que si un niño manifiesta tendencia a la transexualidad, es preferible ir observando sus inclinaciones y evitar cualquier intervención hormonal (no digamos quirúrgica), aun a riesgo de que pueda sentirse incómodo, y al alcanzar una edad adecuada dejar que decida por sí mismo, a precipitarse en catalogarlo en una categoría y marcarle psíquica y físicamente de modo irreversible, con el riesgo de que al crecer pueda sentirse insatisfecho o frustrado.
Por un debate plural
Por supuesto, la expresión de convicciones opuestas y la vivencia de prácticas diferentes generan conflictos. Pero es que los conflictos son consustanciales a cualquier colectivo humano, por pequeño que sea. Ahora bien, esos conflictos no pueden resolverse mediante la búsqueda de la uniformidad, pues ello lleva inevitablemente al totalitarismo. Por eso hay personas que sienten que se les impone una dictadura ideológica, porque se trata de silenciar su voz no mediante el diálogo o el argumento, sino mediante el decreto, la normativa, la censura y hasta la estigmatización.
Lo triste es que, como ha escrito Pacífico de Vocación (en mensaje personal), «en lugar de debatirse sanamente, asistimos al afán de las dos partes por imponer su propio pensamiento único, reprimiendo y (a)callando a la otra parte. Pero lo peor es que esto ocurre con este tema y con mil más (memoria histórica, tauromaquia, derechos de los animales, feminismo, islam, refugiados, etc., etc.). Cada vez hay menos intercambios constructivos, buscadores de la verdad, y más moral del linchamiento.»
Todo tiende a polarizarse, y cada medio de comunicación normalmente ofrece solo los datos que puedan apoyar las posiciones previamente asumidas como verdad. No hay medios que ofrezcan auténticos debates.
Se da la paradoja de que el paradigma dominante hoy es, o dice ser, relativista, pero a la hora de la verdad se impone de forma implacable. Como ha ocurrido siempre, los gurúes de la ideología políticamente correcta no son capaces de prever que con toda probabilidad en el futuro muchos de sus postulados incuestionables y “científicos” serán refutados y sustituidos por otros que quizá ahora ni imaginemos (¿quién habría imaginado hace veinte o treinta años la variedad de ideas sobre estos asuntos que hoy se consideran normales?). Ya se ha dado al menos un caso de “transedad” asociada a la transexualidad: un hombre de 52 años afirma ser una niña de seis, y vive como tal.
Quizá los “modernos” de hoy sean los rancios del futuro. Por ello, solo el que es capaz de escuchar a todos está orientado hacia la libertad.
¿Una sociedad libre?
Vivimos en el tiempo de los eslóganes, los tuits, los memes, los carteles, los anuncios de quince segundos, los titulares… Las campañas de concienciación se ajustan a esos formatos atolondrados, y las respuestas a las mismas son igualmente precipitadas. Como escribí en No nos ofendamos tanto y debatamos razonadamente, lo que realmente harían falta son campañas que promuevan la participación, en la que se priorizaran los debates plurales, se promoviera el respeto a todas las personas (incluso a las que sostienen ideas que la mayoría considera descabelladas) y se buscara la refutación mediante el argumento y no mediante la descalificación.
Me temo que, debido a factores como el ritmo vertiginoso de nuestro estilo de vida (acríticamente aceptado por la inmensa mayoría) y a la engañosa sensación de libertad que provoca la sociedad de consumo, el objetivo deconstruir una sociedad realmente democrática es hoy por hoy imposible de lograr. Pero no por ello quienes creemos que es un ideal que merece la pena dejaremos de luchar por conseguirlo.