Actualmente hay unas 10.000 religiones en el mundo (Word Christianity Enciclopedy). Cada una de ellas tiene el convencimiento de estar en posesión de la verdad y ser la única verdadera. Según el estudio Global Religious Landscape de 2010, sólo el 16,3% de la población mundial no sigue ninguna religión. Hay religiones que no tienen ningún dios (budismo, jainismo), que tienen un solo dios (cristianismo, islam) o que tienen millones de dioses (hinduismo), pero en todas es bastante habitual mantener odio hacia los que profesan otra religión. Según diversos estudios, a mayor nivel de educación y mayor cociente de inteligencia más ateísmo hay, es decir, la religiosidad se correlaciona negativamente con la formación y con la inteligencia. El fenómeno religioso es mayoritario en el mundo (aproximadamente el 83,7%), aunque está en claro retroceso en múltiples países. Así, en España en los últimos 16 años el ateísmo se ha multiplicado por tres pasando del 8,5% de la población al 25,8%, siendo ahora casi el 50% de la población de 18 a 34 años la que se declara no creyente, lo que induce un fuerte incremento global del ateísmo en los próximos años.
Parece que la religión ha tenido ciertas ventajas evolutivas: 1) sirviendo para atemperar los instintos más agresivos y depredadores de los humanos, 2) ayuda a mantener unida a la comunidad, 3) establece mandamientos y prohibiciones beneficiosos para la salud (aunque hay estudios que demuestran correlación positiva entre rezar y padecer problemas psiquiátricos), 3) las convicciones religiosas ofrecen ayuda y consuelo en tiempos difíciles, 4) la religión da cierta sensación de optimismo y 5) la fe reduce el temor a la muerte. Pero, simultáneamente, a nivel social las religiones causan también enormes daños a los miembros de su comunidad, sobre todo a los que piensan de forma diferente. Desde el año 2000 el 43% de las guerras civiles han sido por motivos religiosos. La religión no es algo meramente privado, sino que intenta siempre que puede inculcarse en los demás con diversas formas coercitivas: recibe prerrogativas fiscales, intenta alzar políticamente su voz por ejemplo acusando de asesinos a los médicos abortistas o de enfermos a los onanistas, facilita la infección de sida a la gente sencilla por retorcidas y morbosas ideas contra los profilácticos, inculca una moral sexual farisea, se apropia de bienes públicos que no le corresponden.
Los neurotransmisores (sustancias quí- micas creadas por el cuerpo que transmiten información desde una neurona hasta otra) como la serotonina influyen en el nivel de espiritualidad. La cantidad de receptores de serotonina en el cerebro se correlaciona con ella. (Dick Swaab, «Somos nuestro cerebro», Plataforma Editorial). El genetista Dean Hamer ha encontrado un gen en el que pequeñas mutaciones determinan el grado de espiritualidad. La elección de ser o no religioso en general no es libre, sino que es «heredada», pues la fe de los padres se transmite a los hijos fijándose en los circuitos cerebrales de forma similar a lo que sucede con la lengua materna. El biólogo evolucionista británico Richard Dawkins considera la fe programada como un subproducto de otra característica del cerebro infantil que cuenta con una gran ventaja evolutiva. Los niños deben acatar las advertencias y seguir las indicaciones de sus padres y autoridades si no quieren correr un grave peligro. El adoctrinamiento a temprana edad es fácil. De esta forma, por ejemplo, creer que si uno muere mártir va directamente al paraíso y recibe como premio setenta y dos vírgenes, que los no creyentes deben ser perseguidos, o que dios es el bien supremo va transmitiéndose de generación en generación, grabándose en nuestros circuitos cerebrales.
Casi todas las religiones poseen alguna forma de fundamentalismo (interpretación literal de sus textos sagrados o fundacionales, o bien aplicación intransigente y estricta de la doctrina o práctica establecida) e ideas retrógradas tenidas por verdades absolutas y que deben ser impuestas a los demás. Así, los testigos de Jehová no permiten las transfusiones de sangre, en el islam existen los delitos de honor o la decapitación de rehenes y de personas que se conviertan a otra religión, el catolicismo repudia el sexo fuera del matrimonio y la masturbación. En los últimos años la neurociencia ha estudiado las creencias religiosas y los fenómenos relacionados con ella como la mística, la oración, la espiritualidad y la meditación, surgiendo la disciplina denominada neuroteología. Las creencias religiosas, como cualquier otra, tienen su asentamiento en el cerebro.
Generalmente las experiencias religiosas se asocian al lóbulo temporal, mientras que la meditación al lóbulo frontal. Existe cierta relación entre las enfermedades mentales y la religiosidad. Se ha detectado hiperreligiosidad en casos de demencia, comportamiento obsesivocompulsivo, esquizofrenia y demencia frontotemporal. A menudo las psicosis incitan el interés de los pacientes por la espiritualidad. En cambio, otras personas recurren a la religión para hacer frente a su enfermedad. Se ha detectado hiperreligiosidad en casos de manía, de comportamiento obsesivo-compulsivo, de esquizofrenia y de epilepsia del lóbulo temporal (Dick Swaab). El 82% de los norteamericanos cree que rezar puede curar las enfermedades graves. ¿Por qué las personas creen en la eficacia de la oración a pesar de que no hay ninguna evidencia de ello? Probablemente uno reza porque se siente bien al hacerlo, generando una disminución de la hormona del estrés (cortisol) en la sangre.
Vistos los efectos positivos de la religión a nivel personal y en términos evolutivos, así como los múltiples efectos negativos tanto a nivel personal como colectivo, cabe preguntarse si viviríamos mejor sin religión. La respuesta probablemente no es posible si se aplica cierto rigor científico, pues parece imposible medir adecuadamente todos los pros y contras anteriores. Lo que sí parece es que a nivel global la tendencia actual es hacia una disminución del peso de la religión, lo que no invalida el crecimiento de ciertos radicalismos religiosos. Actualmente las ciencias puras o las de la vida ya no justifican la necesidad de la existencia de Dios.
Científicos como Stephen Hawking indican que no es necesario recurrir a Dios para explicar la existencia del universo. Carlos López Otín afirma que hay variantes genéticas que predisponen al sentimiento religioso en el genoma, pero lo que en los genes no ha encontrado es el alma («El País Semanal», 21 de diciembre de 2016). En resumen, desde un punto de vista científico, tanto la religión como dios son inventos de nuestro cerebro que residen en el mismo y que pese a no ser imprescindibles para tener una buena vida, en general han estado presentes en gran parte de la humanidad y todavía siguen estándolo en la mayoría de la población, aunque con una tendencia a disminuir.