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Juan José Sebreli: «Es muy difícil conciliar los extremos de la razón y del dogma religioso»

El sociólogo publicó un voluminoso ensayo en el que arremete contra las religiones y sus utilizaciones políticas; las objeciones al papa Francisco y la intransigencia con el populismo

Desde muy temprano, podría decirse que ya desde los artículos y críticas que escribió en los años cincuenta para la revista Contorno, Juan José Sebreli se dedicó a poner en crisis algunos supuestos que, desde su perspectiva, habían terminado naturalizándose. Baste pensar, para poner dos referencias cronológicas más bien lejanas, en Mar del Plata, el ocio represivo, de 1969, y en La era del fútbol, de 1998. Pero en verdad, ya antes de todo eso, había estado ese libro decisivo que fueBuenos Aires, vida cotidiana y alienación, un caso de microscopía sociológica y ensayística. De las temprana y muy fuerte influencia de Jean-Paul Sartre, una influencia que, por lo demás, compartió con Oscar Masotta.

A partir de ese influjo existencialista, que en realidad se remonta a su lectura de Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, Sebreli se situó en un hegelianismo de izquierda que le permitió enfrentarse con objetos y fenómenos muy diversos. Una prueba es su nuevo libro Dios en el laberinto (Sudamericana), en el que rompe una lanza ilustrada a favor de una crítica de las religiones que es por lo menos polémica, y eso para usar una palabra suave. Ya en el primer capítulo señala el riesgo que corre de ser señalado como un «fundamentalista ilustrado», una definición que él mismo se ocupa de corregir para proponer en cambio la de «fundamentalista del antifundamentalismo». ¿Pero cuáles serían los supuestos de ese fundamentalismo de signo negativo? «Eso se vincula, más ampliamente, con un dilema que no se resuelve: el de la tolerancia», explicó Sebreli en el ciclo Conversaciones de LA NACION. «¿Hay que ser tolerante con los intolerantes? ¿O hay que ser intolerante con los intolerantes? Yo me ubico en esta segunda opción. No se puede ser tolerante con un nazi. No hay forma de discutir. Hoy se habla mucho de la grieta, pero la grieta va a existir siempre. ¿Creen que yo puedo ponerme a conversar con [Luis] D’Elía, o con [Guillermo] Moreno, o con la misma Cristina? Indudablemente, hay peronistas con los que se puede conversar. Pero existe una diferencia que ya ni siquiera es política sino que es filosófica: el peronismo no cree en los individuos, no cree en los partidos. El «movimiento», ¿qué significa? La sumisión del individuo a la masa, a la clase. O en el caso de los fascistas, que es una forma del populismo, al Estado.

-¿Ve al peronismo como una subespecie de las distintas variedades de fundamentalismo?

-Sí, por supuesto. Yo no creo que se pueda criticar al kirchnerismo sin hablar del peronismo, con las diferencias de época y de personalidades, claro. Pero hay una continuidad. El modelo populista es uno solo. En el caso de la Argentina, el populismo se llama peronismo.

-El papa Francisco es un protagonista crucial de su libro, y a propósito de él observa que eligió el lado político de la religión y que es un «papa populista». ¿En qué gestos encuentra esa evidencia?

-En todo lo que hace. Por ejemplo, los países que eligió en América latina para visitar: Ecuador, Bolivia, y en cambio excluye a los países democráticos y laicos, como Chile y Uruguay. O, en la propia Argentina, la gente con la que le gusta estar y reunirse. Recordemos los frecuentes encuentros con Cristina Kirchner después de que ella abandonara su posición anti-Bergoglio con gran sentido político. Es un evidente tercermundista, populista y peronista al mismo tiempo.

-Sin embargo, cuando se lee la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el documento hasta ahora más programático del papado de Francisco, hay una afirmación enérgica de la misión pastoral que no se confunde con ningún populismo: «La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción». La de la «atracción» es además una idea que viene de Benedicto XVI.

-Lo que dice Bergoglio no siempre es lo que hace. Tiene en su oratoria una mezcla de la astucia de los jesuitas con la picardía de Perón. No olvidemos que estuvo en Guardia de Hierro, un grupo que trataba de fusionar la religión y la política.

-¿De qué modo afectó a la política argentina tener un papa argentino? ¿Cómo le parece que se reposicionó el campo político?

-Redunda en lo que siempre existió en la Argentina, que fue el populismo. No sé cómo podrá seguir Bergoglio porque yo no hago pronósticos. Lo que sí puedo decir es que hizo una política de gestos que no condicen con la realidad, por ejemplo respecto de los divorciados y de los homosexuales. Son palabras. Una especie, también, de «relato».

-Es comprensible que los católicos estemos pendientes de las decisiones del Vaticano, ¿pero por qué le parece que tantos no católicos participan de ese interés?

-A los no católicos nos interesa en la medida en que influye en la política. Únicamente.

-En cambio, le interesa bastante Hans Küng, un teólogo que desde que objetó la infalibilidad del papa y aún desde antes se convirtió en una especie de outsider de la Iglesia.

-¡Ah, sí! Aprendí mucho de él. Una vez, Juan Carlos Scannone me dijo que Küng es todo lo protestante que puede ser un católico. Yo corregiría eso y diría que es todo lo agnóstico que puede ser un creyente. En otra época, lo hubieran quemado en la hoguera. Mi posición agnóstica también se funda en un teólogo católico.

-Su libro parece revivir la oposición entre herencia ilustrada y religión. ¿Es así?

-Yo creo que sí. Es una cuestión filosófica: la razón, según cree la Ilustración, como único medio de conocimiento, y la fe, el dogma, la autoridad son la base de la religión. Es muy difícil conciliar esos extremos.

-Dios en el laberinto reivindica un pensamiento sistemático, aunque a la vez se expone a la intemperie del ensayo, entendido como una manera de situarse fuera la academia, pero también, inversamente, fuera de la divulgación.

-George Steiner dijo una vez que el pensamiento actual es un diálogo entre un periodista y un académico. Y yo estoy completamente de acuerdo.

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