El secularismo es la mejor valla de contención para que el dogma del integrismo radical no disponga de sustento dentro de las comunidades cristianas, musulmanas o católicas
Para muchas personas la laicidad es un atractivo que no necesariamente debe llamarse secularismo. Laicidad no significa adhesión o negación a la religión, sencillamente significa tener un vínculo mayor con la religión en aquellos que lo desean y menor en quienes no la priorizan. En otras palabras, significa la libertad de escoger o no por la religión según las personas lo deseen.
El significado real, guste o no a religiosos de cualquier confesión es: ‘Otorgar menos poder e influencia a la religión en la organización política y social del Estado’, lo cual no cambia la existencia de las personas que se ganan la vida honradamente con el fruto de su propio trabajo. No es más que eso. Tal vez por ello muchos lo consideran como una obra de Satanás sobre la conducta de los seres humanos.
Los evangélicos consideran al islam una razón de preocupación dado su crecimiento en Estados Unidos y Europa. Sin embargo, sus líderes, los que viven de la religión evangélica, consideran al laicismo una amenaza mayor al islam. Aunque para esa gente pedir que les envíen dinero en el nombre de Jesús durante el sermón de un pastor de Ohio no difiere en mucho de una fatwa de un Sheikh de Islamabad.
Estas creencias a menudo confunden multiculturalismo con dhimmitud y culpan a las personas laicas de no oponerse al islam. En cierto modo puede que tengan razón, un laico que no se opone a la sharia puede ser considerado un dhimmi (‘sometido’). Pero no estoy de acuerdo en el todo de esa posición. Por ello sostengo que el secularismo es la mejor valla de contención para que el dogma del integrismo radical no disponga de sustento dentro de las comunidades cristianas, musulmanas o católicas. De allí que afirmo que esa línea de pensamiento de clérigos cristianos no tiene ninguna base sólida.
Lo cierto es que hoy el secularismo está amenazado como nunca antes por creencias que se fundan en delitos varios como la violencia, el fraude o el pedido permanente y bajo engaño de dinero, pero también por el relativismo occidental sobre un multiculturalismo insustentable basado en la creencia y el respeto a religiones irrespetuosas de la vida humana.
Muchos dirigentes políticos explotan ese aspecto y la verdad es que lo hacen porque, en primer lugar, son líderes políticos que usan la religión para sus fines primarios —los políticos— y no parecen tener ningún respeto por tergiversar la laicidad para ejecutar egoístamente sus fines. Así, son cómplices necesarios de la expresión más peligrosa del planeta, el islamismo yihadista. Esa doctrina se ha constituido en un rasgo prominente de la vida occidental por los últimos 30 años en que se las arregló para devorar libertades individuales y derechos civiles con cierto éxito a través de su demanda constante de un trato especial, y siempre bajo la implícita amenaza de la violencia.
Como consecuencia de esta realidad, hoy tenemos tribunales que aplican la sharia en el Reino Unido, Francia y Alemania y donde las mujeres son consideradas la mitad del valor del hombre. Como laico, no me acostumbré a eso; conozco y hago la diferencia entre islam e islamismo radical, pero parecería que casi todo Occidente sí se acostumbró a leyes discriminatorias y represivas cuya peligrosidad es mayor a la opinión de no criminalizarlas en nombre de no ofender al islam.
Lo cierto es que donde quiera que la religión se mezcle con la política es secuestrada por radicales, hay intolerancia, conflicto, violencia, las personas viven menos libres y no hay excusas ante tanta barbarie.
Una sociedad secular bien podría ser la valla de contención a la violencia político-religiosa. Por tanto, mal que pese a clérigos cristianos y religiosos judíos proclives a confraternizar sin éxitos visibles con musulmanes, les resultará difícil mantener sus discursos de confraternidad e intercambios pacifistas o decir que el secularismo es la personificación del mal. Incluso el papa Francisco en el Vaticano debería abandonar sus discursos sobre las profundas cicatrices generadas por el secularismo en países tradicionalmente cristianos.
A mi juicio, el secularismo ha dejado cicatrices mucho más pequeñas que las que generó la Inquisición. El Papa dice creer que la humanidad está buscando a ciegas en la oscuridad. Pienso que no debería ser tan modesto, él es muy capaz de distinguir entre el bien y el mal, y a lo largo de la historia hemos tenido evidencias muy claras sobre este punto. No creo que la Iglesia Católica y los hombres que la dirigen sean incapaces de distinguir entre el bien y el mal, por lo que sería muy bueno que dejaran de lado lo inconducente de sus concesiones. Negar esto es francamente una perversidad; es como si Adolf Hitler renaciera y se postulara a una elección en Alemania y ganase abrumadoramente.
Lo concreto es que políticos y clero occidentales llevan el verbo rápido y las decisiones lentas. Eso es lo que demuestran cuando rotulan de inmorales a los laicos. Ellos no pueden ignorar la libertad de toda persona a creer en lo que desee, pues esto es un derecho supremo que forma parte del fuero íntimo de cada individuo para creer en quien quiera, sin la imposición de nadie.
Sería muy importante en estas fechas —y siempre— seguir los consejos de Jesús y de Baruch Spinoza y buscar la religión en el interior de nosotros mismos. Eso es precisamente una sociedad secular.