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La otra cara de la navidad

Debo advertir que a mí no me gusta la navidad. Ni en esencia ni en apariencia. Me explico.

Cuando hablo de esencia me refiero al mito de la “sagrada familia”, que junto al de los “reyes magos” están en el origen de estos festejos. No me gusta por la impostura que supone presentarlos como historias en vez de mitos, como puede ser Hércules, el caballo alado Pegaso, las sirenas, etc. Con el agravante añadido de ser la infancia el principal objetivo al que van dirigidos. Inoculando en sus pequeños cerebros en desarrollo unas disparatadas “historias” como si fueran ciertas.

Así nos encontramos con que instituciones que deberían cuidar por la salud mental y el buen desarrollo físico e intelectual de los pequeños, como son la familia, la escuela y la sociedad, colaboran para hacer pasar por verdades lo que solo son cuentos, contribuyendo a formar una población crédula y supersticiosa en lugar de ciudadanos críticos y racionales.

Si nos fijamos en la llamada “sagrada familia”, lo menos que podemos decir es que se trata de una familia muy peculiar. Pues tenemos una madre que aunque acaba de parir sigue siendo virgen, un padre que no ha participado en el acto de fecundación, y al parecer sigue en abstinencia sexual dada la supuesta virginidad de su esposa y un niño que es al mismo tiempo hijo y su propio padre, ya que representa una de las tres maneras en que se metamorfosea el dios cristiano. En fin, una historia “muy razonable” y rigurosa, que se viene contando de manera reiterada desde hace dos mil años, para formar ciudadanos racionales, críticos y difíciles de manipular. ¿O quizás ocurra lo contrario?

De los “reyes magos” solo dos consideraciones. La primera es que, independientemente de la edad, creer que tres personajes montados en unos camellos son los repartidores de juguetes a todos los niños del mundo, demuestra una falta de inteligencia preocupante. Y la segunda que, más pronto que tarde, los niños descubren que los adultos, y en especial los padres, no son dignos de confianza, sino unos mentirosos. Sin entrar en consideraciones más profundas como la desigualdad de los regalos en función del poder adquisitivo y no de la “buena o mala” conducta del destinatario como nos pretenden hacer creer.

En cuanto a la apariencia, es decir, las manifestaciones externas del evento por parte de los adultos, el panorama no es más halagüeño.

Durante el tiempo, convertido en semanas o meses por los comerciantes, que dura la navidad, no puedo dejar de rememorar aquella película de los setenta, interpretada por Jane Fonda: “Danzad, danzad, malditos”, y cuyo argumento mostraba un ambiente de terrible miseria, en los Estados Unidos durante la Gran Depresión, en el que personas desesperadas se apuntan a un maratón de baile con la esperanza de ganar el premio final en metálico y encontrar, al menos, un sitio donde comer, y mientras los concursantes fuerzan su resistencia hasta la extenuación, una multitud morbosa se divierte contemplando su sufrimiento durante días.

El imperativo de aquella película podíamos aplicarlo al periodo navideño, sustituyendo danzar por comprar. Así el lema con el que podemos definir estas fechas sería “Comprad, comprad, estúpidos”, dada la vorágine compulsiva a comprar que se apodera de las masas, que ayudada por una propaganda, muy hábil en manipular los sentimientos, genera una presión social asfixiante con “licencia para comprar” por una parte, al margen de las necesidades y posibilidades, y por otra, “sentimientos de culpa” si no se participa en este disparate (negocio) del regalo a tutiplén.

A las compras sin control se le añade unos consumos exacerbados de productos, en muchas ocasiones, dañinos para nuestra salud. Es como si durante estas fechas se nos diese permiso para liberar nuestros impulsos de las, habitualmente débiles, ataduras de la razón. Y el camino para conseguir la tan cacareada felicidad que se pregona sea a través de comprar y consumir. Destacando el consumo de alcohol y bollería típica para la ocasión como elementos esenciales de la tradición. El esfuerzo realizado para luchar contra el alcoholismo, el sobrepeso, la diabetes, el cáncer, las enfermedades cardiacas, la ludopatía, etc. de pronto hacemos un paréntesis y lo mandamos todo al garete en beneficio del mercado.

Otro ejemplo de consumo disparatado, por no decir estúpido, lo tenemos en la lotería. España es el país de Europa donde la población más dinero gasta en juegos de azar, mas de 30.000 millones de euros, de los que una parte importante se gasta en estas fechas.  Lamentablemente desaparecen por unas semanas la preocupación por la ludopatía que tanto sufrimiento causa en las familias. Se llega al disparate de que el Estado promocione la participación, incluso manipulando los sentimientos con anuncios como el de este año y la abuela demenciada a la que todos le siguen la corriente. Digámoslo alto y claro, el juego de la lotería está basado en los instintos más egoístas del ser humano  que lo impulsan a desear un beneficio a costa de que otros pierdan. Un porcentaje insignificante gana y la inmensa mayoría de los que participan pierden. Deberían sacar en los medios a las personas que se han gastado en lotería lo que tenían que haber destinado a cosas necesarias y se han quedado sin nada. Eso sería hacer pedagogía y no mercantilismo. Como dice el refrán: “Quien juega por necesidad, pierde por obligación” y aquí, se juega por necesidad.

Para finalizar solo señalar, como reflejo del tipo de sociedad que somos, los iconos que de manera habitual nos viene mostrando la televisión en la salida y entrada de año: Las sensuales burbujitas de una bebida alcohólica y la insana bebida azucarada de la que se venden un millón de envases diarios en el mundo. Todo ello endulzado con el turrón que nos retrotrae a una añorada infancia y perfumado con colonias que actúan como irresistibles feromonas. La ciencia, las artes, en definitiva la cultura y la salud de las personas y el medioambiente lo dejaremos para otro momento.

Ahora toca devorar, emborracharse, apostar, comprar, rezar, en fin, divertirse. Que ustedes lo pasen bien. Yo, como decía Sinatra, lo haré “A mi manera”.

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