Un estudio descubre que la experiencia religiosa en algunas personas activa los centros cerebrales del placer igual que lo hacen otras actividades más terrenales.
Rituales como las procesiones de Semana Santa o el salto de la reja del Rocío provocan emociones desatadas entre sus seguidores. En cambio, para muchos que no participan de ello, todo ese fervor religioso puede resultar algo sencillamente incomprensible. Pero hoy tal vez lo sea un poco menos: según un estudio publicado en la revista Social Neuroscience, al menos en algunas personas la experiencia religiosa puede producir una respuesta de placer en el cerebro similar a la que provocan la música, el sexo o las drogas.
El fenómeno religioso es materia de interés para muchos científicos. Algunos, como el biólogo y activista ateo Richard Dawkins, se interesan por él para tratar de erradicarlo por su convencimiento de que es nocivo para el ser humano, en lo individual y lo colectivo. Otros, como el también biólogo Francisco José Ayala, defienden que el conocimiento científico y la fe religiosa son esferas independientes de la experiencia humana, que no tienen por qué provocar conflicto mientras ninguna de ellas trate de dictaminar sobre la otra.
Pero si hay algo claro, es que las prácticas religiosas o mágicas han acompañado al ser humano desde que tenemos rastro de nuestra historia. Y para encontrar el origen de esas creencias, nada mejor que ir a buscarlo al lugar donde residen, el cerebro. «Todavía estamos empezando a entender cómo el cerebro participa en experiencias que los creyentes interpretan como espirituales, divinas o trascendentes», comenta en una nota de prensa el neurorradiólogo de la Universidad de Utah (EEUU) Jeffrey Anderson, director del nuevo estudio.
Anderson es experto en técnicas de neuroimagen como la resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en inglés), que permiten analizar qué regiones del cerebro se ponen en marcha cuando un sujeto ejecuta una tarea física o mental. El reciente desarrollo de estas tecnologías está permitiento abordar preguntas que, en palabras del experto, «han estado pendientes durante milenios».
«SENTIR EL ESPÍRITU»
El neurólogo y su equipo reclutaron a un grupo de 19 voluntarios, 12 hombres y siete mujeres, todos ellos con fuertes convicciones religiosas. Y tratándose de Utah, los autores acudieron al culto que tiene su núcleo mundial en aquel estado de EEUU: la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los feligreses de esta rama un tanto atípica del cristianismo, llamados mormones, son popularmente conocidos sobre todo por su proselitismo puerta a puerta, su vestimenta formal y su abstinencia de productos como el alcohol, el café o el tabaco.
Los participantes fueron sometidos a un análisis por fMRI durante una sesión de una hora en la que se les presentaban diversos estímulos típicos del culto mormón, como audiovisuales de carácter religioso, citas de líderes espirituales o frases del Libro de Mormón. Durante una fase del experimento, diseñado para asemejarse a un servicio religioso, los voluntarios debían rezar, y periódicamente se les invitaba a que pulsaran un botón para definir la intensidad de su experiencia; en términos mormones, si «sentían el espíritu» en mayor o menor grado. También debían pulsar un botón si pasaban por algún momento de sentimiento religioso especialmente intenso.
Los investigadores descubrieron que los momentos de máxima intensidad religiosa se correspondían con una activación del núcleo accumbens, un grupo de neuronas de la base del cerebro implicado en el circuito de recompensa y que desempeña una función en el placer asociado al amor, el sexo, el juego, la música o la adicción a las drogas. La máxima activación de esta región se observaba entre uno y tres segundos antes de que los participantes pulsaran el botón. Al mismo tiempo, su corazón se aceleraba y su respiración se hacía más profunda.
Sin embargo, los resultados muestran que no todo es emoción. Según explica Anderson a EL ESPAÑOL, también se activaban otras regiones de la corteza prefrontal, relacionadas con «la lógica, el reconocimiento de patrones, el análisis, el juicio y el razonamiento moral». «Así que nos parece más probable que la activación de todas estas regiones contribuya a la experiencia», dice Anderson.
INTOLERANCIA Y EXTREMISMO
Los estudios como el de Anderson y sus colaboradores son escasos, pero no inexistentes. Y aunque trabajos previos han detectado activación cerebral en regiones diversas, el neurólogo apunta que las investigaciones están convergiendo en unos patrones comunes. «Un estudio excelente con cristianos daneses durante la oración encontró activación del núcleo caudado, muy cerca de donde nosotros la hemos observado, y posiblemente también implicado en las respuestas de recompensa». «Creo que es una buena hipótesis pensar que existe una biblioteca compartida de respuestas cerebrales a este tipo de experiencias a través de todas las tradiciones religiosas», añade.
Lo que sucede con estudios de esta clase es que en ocasiones no son bien recibidos por las personas religiosas, que acusan a la ciencia de tratar de reducir a mecánica neuronal lo que para ellas es mucho más. Sin embargo, en este caso el autor principal del estudio, Michael Ferguson, actualmente en la Universidad de Cornell, se confiesa un devoto cristiano. Según comenta Ferguson a EL ESPAÑOL, «las personas de fe que simpatizan con la razón deberían aplaudir la intervención de las ciencias físicas en las discusiones religiosas sobre la mente». «El conocimiento propio es una meta del crecimiento espiritual», agrega.
De hecho, Ferguson tiene más motivos que otros para indagar en este autoconocimiento religioso a través de la ciencia. Se da la circunstancia de que el neurocientífico y bioingeniero fue mormón, pero dejó esta iglesia por su intolerancia hacia su condición de homosexual. «En parte, mi motivación para estudiar el cerebro fue mi sentimiento de que algo no marchaba bien en mi mente», dice. Antes de aceptarse a sí mismo, de contraer el primer matrimonio gay de todo el estado de Utah y de alzarse en defensa de la comunidad LGBT, Ferguson sufrió un auténtico calvario moral que le llevó a someterse a terapias fraudulentas de reorientación sexual. «El mensaje pernicioso de que la orientación sexual puede modularse voluntariamente me empujó a querer entender cómo funciona el cerebro a nivel técnico».
Y sin duda, profundizar en el funcionamiento del cerebro religioso será beneficioso para todos, creyentes o ateos, siempre que se practique la mutua tolerancia. Lo cual no parece garantizado; Anderson especula sobre una posible hipótesis, tan curiosa como terrible: «Si la experiencia religiosa activa fuertemente los centros de recompensa, esto puede ocurrir tanto si el ideal es ‘ama a tu vecino’ como si es ‘ataca a los infieles'», dice el investigador. Según Anderson, aún no existen pruebas directas de ello, pero esta visión del terrorismo fundamentalista como un reverso tenebroso de la misma mecánica cerebral responsable del altruismo religioso «tendría profundas implicaciones en cómo vemos el extremismo», concluye.