La jerarquía católica de España se ha sentido agredida por la campaña publicitaria de diferentes asociaciones de ateos y librepensadores en los autobuses, y ha expresado su condena de la misma con especial beligerancia, volviendo así a dar muestras de intolerancia para con los increyentes. La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha calificado de "blasfemia" la tímida insinuación de que "probablemente Dios no existe". Su vicepresidente, monseñor Ricardo Blázquez, ha manifestado que la campaña encierra una clara intención anticristiana y anticatólica. Su presidente, el cardenal Rouco Varela, la considera "lamentable" porque, a su juicio, implica hablar mal de Dios, socava derechos fundamentales, hiere el sentimiento religioso de las personas creyentes que toman el autobús, pretende "arrancar la fe del corazón de los hombres (sic)" y constituye un abuso en el ejercicio de la libertad religiosa. Por ello ha osado pedir a las autoridades una tutela especial para los derechos y las convicciones de los creyentes.
Sorprende para empezar la desproporción entre el tono respetuoso de la campaña y las gravísimas acusaciones de los obispos españoles. Algunas organizaciones cristianas han pasado incluso de las palabras a los hechos. El Centro Cristiano de Reunión, comunidad evangélica de Fuenlabrada, y el colectivo E-cristians han replicado con una campaña similar en defensa de la existencia de Dios. Esta situación me sugiere estas reflexiones.
1. La campaña de los ateos es una respuesta a los fundamentalismos religiosos instalados con frecuencia en las cúpulas de las religiones, que se muestran agresivos con la increencia en sus distintas manifestaciones: ateísmo, agnosticismo e indiferencia religiosa. Los fundamentalistas llegan a afirmar que el hombre sin Dios es como un animal que pace y que Dios es el único fundamento de los derechos humanos. Reclaman el protagonismo de las religiones en la esfera pública, pretenden imponer la moral religiosa -en España, la cristiana- a toda la ciudadanía, no respetan la autonomía de las realidades temporales y ocupan los espacios públicos para deslegitimar la democracia. Condenan asimismo la teoría científica de la evolución y defienden como ciencia el mito de la creación y la teoría del diseño inteligente.
2. Creyentes y no creyentes están en su derecho a expresar libremente sus ideas. Se trata de un derecho humano fundamental e inalienable. La Constitución Española garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que el mantenimiento del orden público. Y, ciertamente, estas campañas en nada alteran el orden público. Son, más bien, un ejemplo del pluralismo ideológico y religioso, un ejercicio de la libertad de expresión, una muestra de respeto hacia todas las creencias e ideologías y un signo de madurez de los ciudadanos españoles.
3. Creo, sin embargo, que el problema de la existencia o inexistencia de Dios es demasiado serio como para dirimirlo a través de anuncios cruzados a favor o en contra en unos autobuses. Es necesario crear otros escenarios de reflexión y debate en torno al tema. En los años sesenta del siglo pasado prestigiosos intelectuales cristianos, ateos y agnósticos de la talla de Roger Garaudy, Karl Rahner, J. Baptist Metz, Gilbert Mury, Lombardo Radice, Giulio Girardi y Milan Machovec participaron en los diálogos cristiano-marxistas en torno a Dios, la trascendencia, el futuro de la religión y su significación en las sociedades modernas. González Ruiz, participante en aquellos diálogos, recordaba años después la petición de los intelectuales marxistas a los teólogos cristianos: "No maltraten el Misterio. Respétenlo porque es fuente de espiritualidad". Cristianos y marxistas renunciaron a sus respectivos dogmatismos y pasaron, en feliz expresión del filósofo Garaudy, "del anatema al diálogo", sin por ello renunciar a sus respectivas cosmovisiones. Fue una iniciativa fructífera que debería continuarse hoy en el nuevo escenario sociorreligioso.
4. Me preocupa el tono de confrontación entre creyentes y no creyentes que pueden tomar la campaña y la contracampaña, ya que corre el peligro de seguir la estrategia del choque de civilizaciones y religiones diseñada por el politólogo norteamericano recientemente fallecido Samuel Huntington. En cuyo caso, superadas ya las guerras de religiones, el siglo XXI se iniciaría bajo el signo del enfrentamiento entre personas religiosas y no religiosas. Las creencias e increencias religiosas volverían a ser motivo de división o de conflicto, cuando son, más bien, expresión del pluriverso ideológico, de la diversidad religiosa y de la riqueza de lo humano.
El nuevo siglo debe caminar por la senda del encuentro entre culturas, el diálogo entre religiones y entre creyentes y no creyentes, y la alianza contra la pobreza con un objetivo bien definido: la construcción de una sociedad más justa y fraterna, intercultural, interétnica e interreligiosa. En la tarea han de colaborar creyentes y no creyentes desde el reconocimiento del otro y el respeto a sus diferencias. Exista Dios o no, hay que disfrutar de la vida, pero luchando contra las injusticias, sin caer en el individualismo insolidario, sea éste ateo o creyente.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.