JUEVES reluciente más que el sol: día en el que la tradición se enseñorea de la ciudad, retrotrayéndola a glorias de la historia milenaria de una Granada sin fecha de nacimiento, aunque con conocida datación de cuando fue readoptada. Los reyes llamados Católicos fueron quienes, tras la conquista del reino nazarí, establecieron el Corpus Christi como fiesta de una capital con vocación de Nueva Jerusalén, cabeza de Monarquía Hispánica con espíritu de cruzada. ¡Qué mejor que organizar una magna procesión con la Hostia Sagrada acompañada por representantes de todos los estamentos sociales, presidida por las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, a cuyo paso se postrarían los fieles cristianos y hasta los no cristianos, si los hubiere, o los cristianos nuevos, siempre sospechosos de apegos heréticos a antiguas creencias! ¡Nada más necesario que consagrar a la fe católica una ciudad infectada de moriscos mediante una procesión dedicada a la mayor de las devociones, la concitada por el sacramental Corpus Domini!
La festividad del Corpus nos alcanza. La tradición hizo su trabajo, reforzada por el barroco de la Contrarreforma. La ciudad sigue celebrando sus fiestas en torno a ese motivo, despotenciado en su sentido originario, pero que perdura aun con devaluación de sus significados. En la paradójica situación de una sociedad secularizada, pero con Estado insuficientemente laico, la procesión del Corpus conserva sutilmente los ingredientes que hacen de ella un corpus politicus, es decir, corporal expresión del cuerpo político. Una sociedad todavía jerárquica es bendecida, por más que su Estado sea democrático. Hobbes sonreiría si viera el cortejo del Corpus por calles pocos días antes ocupadas ya por devotos de la advocación local de la "cuasi-religión del fútbol", ya por protestantes contra la opresiva "religión del mercado". Un Corpus según los cánones repone el orden, aunque sea caduco.
Heterodoxo sin remedio, no puedo sino mirar con distancia un corpus politicus de esta guisa. Como socialista, siento que una manifestación religiosa de ese calibre, siempre jugando del lado conservador, perpetúe confusiones inducidas por una Iglesia que no renuncia a privilegios y una política que no asume una laicidad coherente con la democracia. Como cristiano, mi religión no me permite entrar en la fisiología social de un 'corpus politicus' que poco tiene que ver con el pan eucarísticamente compartido que remite a Jesús de Nazaret. Dios me libre de no respetar la tradición, pero si hay algo que pedir a Dios lo mío será no sucumbir a los reencantamientos de una religión que no deja de ser continuación de la (mala) política por otros medios. Frente a esa religión coincido con Marcel Gauchet en considerar el cristianismo como "la religión de la salida de la religión".
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