Nos hallamos aprisionados en un debate de máximos:islamofobia frente a occidentalofobia. En la primera trinchera militan los movimientos xenófobos europeos, la extrema derecha que crece en las urnas y los grupos abiertamente fascistoides como Pergida. Todos han situado el rechazo a los refugiados en el centro de su programa. Agitan el miedo y los peligros, más fáciles de propagar desde los atentados de París y Bruselas.
Un ejemplo islamofóbico fue la campaña del conservador Zac Goldsmith, candidato tory a la alcaldía de Londres, que calificó a Sadiq Khan de “radical”. No fue el único.
Angela Merkel, que en los primeros meses cumplió las leyes internacionales que obligan a acoger al refugiado, dio un giro en su política. Se había conseguido vincular inmigración con inseguridad. El camino para el pacto con Turquía estaba preparado.
¿Por qué la policía ha tardado tanto en adoptar una medida de seguridad obvia en la que para su máxima eficacia es necesaria la discreción? ¿Qué les hace suponer que terroristas con nacionalidad y pasaporte europeo (los atacantes de París y Bruselas lo eran) necesitan lanzarse al mar y jugarse la vida para entrar en «su casa» cuando lo pueden hacer por cualquier aeropuerto? La manipulación es la respuesta del desconocimiento. No sabemos qué pasa, hacemos ruido para que nadie lo note.
Es evidente que las rutas de migración pueden ser utilizadas por indeseables. También lo es que los islamistas buscan desprestigiar a los refugiados. Para ellos son unos blasfemos que huyen de tierras musulmanas para exiliarse en países infieles.
Cualquier plan a largo plazo debería modificar esta percepción incompleta, y por lo tanto errónea; es necesario mostrar otras voces, desmontar prejuicios. Por eso es tan importante el alcalde londinense Sadiq Khan; nos ayuda a contraponer sensatez a la desmesura de Donald Trump. No se derrotará a los terroristas y a sus financiadores desde los titulares ni las bajas pasiones, sino incorporando a la lucha política al islam moderado, que es mayoritario.
InfoLibre dio cuenta esta semana del acto de entrega de los VIII Premios Internacionales de Traducción rey Abdullah Bin Abdulaziz en las instalaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, un espacio público. En él apareció una mujer bajo un niqab, prenda impulsada por el wahabismo saudí y que cubre todo el cuerpo y la cabeza dejando una mínima apertura para los ojos. El desconcierto del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, era evidente.
Tenemos una capilla católica en la Universidad Complutense de Madrid y una fiscal creativa que se permite bromas en su escrito en un intento de ridiculizar a Rita Maestre, además de repartir las mayúsculas de manera ideológica, no gramatical. Tenemos a los obispos de Alcalá de Henares y Getafe, también muy creativos sobre los derechos de los transexuales. Estamos rodeados de fundamentalistas católicos que consideran que sus creencias priman sobre las urnas y las leyes. ¿A quién empezamos a poner los límites?
En Europa la religión ha iniciado un repliegue, desde el control absoluto de la vida y el pensamiento de las personas a considerarse un asunto privado. Esta frase (muy optimista) puede servir para las ciudades, y no en todas. En España sigue presente la religión en la escuela y en el ámbito político contraviniendo la Constitución.
Hay miles de Sadiq Khan en potencia, y miles de mujeres coraje, que deberían ocupar la primera línea del debate político y ayudarnos a construir nuevos espacios de convivencia. Necesitamos más puentes, menos muros, incluidos los mentales.