Europa sin los ideales de la Revolución Francesa, sin el respeto absoluto a los principios democráticos no es nada, sólo un peligro para sí misma y para el mundo.
Desde Indonesia a Marruecos el fantasma irracional de la religión, abonado por siglos de explotación, guerras y desprecio, se ha convertido en razón de Estado, de supervivencia.
No se combate el fanatismo con intolerancia; no se salva la democracia declarando el Estado de Excepción por un atentado; no se garantizan los derechos humanos entrando en las casas de los ciudadanos sin orden judicial; no se aumenta la seguridad ni el bienestar de la población metiéndole el miedo en los huesos.
Entre los siglos VIII y XV de nuestra era los omeyas crearon una de las civilizaciones más esplendorosas que hayan existido, convirtiendo a la Córdoba andalusí en un foco de saber imprescindible para que el mundo occidental comenzase a salir del oscurantismo medieval-clerical.
Mientras Pelayo, Ricardo Corazón de León, Jaume I “El Conqueridor”, Carlo Magno -¿por qué se considera a este salvaje como uno de los “fundadores” de Europa?- y Federico Barbarroja desconocían el jabón, comían con las manos, ignoraban el alcantarillado, los baños, practicaban la violación sistemáticamente, no sabían leer ni escribir y se dedicaban al “noble” deporte de matar; mientras Bonifacio VIII soñaba con imponer el poder de la Iglesia Católica en el mundo, aseguraba que la mujer era un ser demoníaco, y otros Papas acumulaban riquezas, fornicaban y guerreaban contra los infieles –infiel podía ser cualquiera-, en Córdoba había una biblioteca con un millón de libros que sirvió para recuperar todo el saber perdido de las culturas clásicas, en Córdoba había fuentes, agua corriente, jardines primorosos y, sobre todo, convivían judíos, musulmanes y cristianos sin que entre ellos hubiese el menor choque de civilizaciones, que aparece cuando un rey muy cristiano y santo, Fernando III, destruye parte de la bellísima mezquita para convertirla en catedral.
Desaparecido el esplendor califal, el mundo árabe fue incorporado al Imperio Otomano gracias a las conquistas de Solimán II. Luego, en los siglos XIX y XX, Inglaterra, Francia y Estados Unidos sustituirían a los turcos con el mismo desinterés por su población. Ocuparon militarmente las plazas más importantes y colocaron ficticiamente en el poder a reyezuelos tribales. El pacto era simple: El jefe indígena podría enriquecerse todo lo que apeteciera, torturar a sus súbditos, aplicar sus leyes tradicionales, pero tenía que ayudar a las potencias colonizadoras a mantener el orden para que éstas pudiesen llevarse cuantas materias primas necesitasen, dentro de uno de los episodios de explotación y latrocinio más vergonzosos de la historia.
Tras la Primera Guerra Mundial comenzó el proceso de descolonización. Francia e Inglaterra partieron el mundo árabe con tiralíneas y compás sin importarles lo más mínimo quien vivía en cada lugar ni el futuro, aunque dejando todo preparado para poder seguir esquilmando. Nada dieron al pueblo árabe ni al musulmán en general: Sí, se encargaron de mantenerlo en la “antigüedad”. Después, Inglaterra decidió enclavar a Israel en Palestina con el natural descontento de los palestinos, y Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en la principal potencia de la zona, también con el firme propósito de seguir expoliando, de mantener en el poder a personajes de otros tiempos y de no consentir que los súbditos pasasen a ser considerados ciudadanos. Ante la miseria y el abuso, la religión ha sido siempre un refugio, pero varios países, Irak, Siria, El Líbano, Egipto, Túnez y Argelia quisieron una independencia real de las potencias extranjeras y del clero islamita. Nacionalizaron los pozos de petróleo y se hicieron aconfesionales. En medio de la guerra fría unos entraron en la órbita de la URSS, otros en la de EEUU. Eran dictaduras, no eran buenas, pero habían aprendido de Kemar Ataturk que la mezcla de religión, incultura, miseria y explotación es una bomba de relojería: Occidente, no. En 1979, Jomeini regresa a su país y tras expulsar a Rezza Pahlevi -títere estadounidense que había llegado al poder tras derrocar a un gobierno pseudodemocrático gracias a la CIA, siempre tan inteligente-, proclama la República Islámica de Irán. La mecha comenzó a arder y la bomba explota en nuestros días: Desde Indonesia a Marruecos el fantasma irracional de la religión, abonado por siglos de explotación, guerras y desprecio, se ha convertido en razón de Estado, de supervivencia. Al fantasma se le trata con bombas. ¡Qué inmenso error!
Scherezade ya no pasa las noches inventado cuentos. A Scherezade la han obligado a vivir en el mismo siglo en que nació pero con teléfono móvil. Ahora, después de tanto desatino, sólo dice “Alá es grande y Mahoma su profeta”. Occidente ha sido muy cruel con Scherezade, brutal, pero Europa no puede consentir, bajo concepto alguno, que se cercenen los derechos democráticos, pues son la base de nuestra civilización y no son pocos los países democráticos que andan tras ellos so pretexto de garantizar un falso concepto de seguridad incompatible con las más elementales y esenciales leyes de la democracia. Tendrán que buscar otros instrumentos para que un pueblo que siempre fue hospitalario y creativo, amante de la libertad, recupere el tiempo perdido, pero nunca a costa de las libertades democráticas, de ninguna. Hay otras medicinas: No se combate el fanatismo con intolerancia; no se salva la democracia declarando el Estado de Excepción por un atentado; no se garantizan los derechos humanos entrando en las casas de los ciudadanos sin orden judicial; no se aumenta la seguridad ni el bienestar de la población metiéndole el miedo en los huesos. Europa, la Europa que contribuyó a destrozar a los países del Islam, la que contempla impasible el drama de los refugiados que ayudó a crear, vive un momento crítico como consecuencia de veinticinco años de políticas neoconservadoras que están borrando sus señas de identidad y han machacado a sus habitantes, pero Europa sin los ideales de la Revolución Francesa, sin el respeto absoluto a los principios democráticos no es nada, sólo un peligro para sí misma y para el mundo. Siempre que Europa se ha derechizado –en ello están también ahora muchos Partidos Socialdemócratas- Europa ha sido destruida.