Todos los individuos de concepciones deterministas o providencialistas y autoritarias, el clero de toda religión, fundamentalmente, pero también ideólogos y personas autoritarias e incluso muchos científicos, rechazan el relativismo. Les irrita lo relativo porque el pensamiento crítico, y todo individuo es potencialmente crítico, cuestiona, ridiculiza y relativiza todo lo que pretender ser absoluto.
La voluntad del Poder con la que se pretende determinar la física y la química, la sociedad y el individuo. Cuando nada que sea absoluto existe, porque todo son partes del caos indeterminado. Esto no significa que no existan ideologías y poderes absolutos y totalitarios, significa que ni se pueden fundamentar en sí mismos ni pueden ser permanentes, eternos, inmutables. Pueden ser destruidos y fragmentados. También con el ejercicio del pensamiento crítico contra todo principio de autoridad.
Determinismo es una palabra clave para entender uno de los orígenes teóricos del pensamiento religioso, político, humanista y científico de las civilizaciones. Es una teoría según la cual tanto el devenir de la naturaleza, el cosmos y la Tierra, como el devenir de la sociedades y el de cada individuo en particular está orientado de una manera necesaria, irreversible, imperativa y categórica por leyes divinas, naturales y sociales, y, por consiguiente, la voluntad individual no puede actuar contra la voluntad de esas leyes supraindividuales porque está determinada por ellas y, en consecuencia, debe someterse a ellas.
La voluntad individual como capacidad para decidir contra el determinismo impersonal de esas leyes es la afirmación del individuo como un ser social independiente y de la libertad de decidir como un gigantesco paso para construir todo un sistema de libertades individuales. La voluntad individual es un acto de rebelión contra dios, el Estado, el Poder y cualquier forma de dogma o autoridad dominante. La transición de esclavo a libre, de súbdito a libre, de proletario a libre, de creyente, fanático y masoquista a libre. Es un proceso dialéctico que ha hecho evolucionar las civilizaciones en libertades y progreso o mantenerlas estancadas y en retroceso. Son los dos polos antagónicos entre los que se debaten la libertad y su negación. También en el momento histórico presente.
En realidad, como nadie era libre, la libertad fue creada como negación de la dominación. Y existen muchas formas de dominación, convergentes en un Poder absoluto. La libertad como la conciencia, la inteligencia y el placer sexual son adquisiciones, consolidadas como atributos integrales e indentitarios de los seres humanos, de cada ser humano, contra cualquier Poder. En la leyenda del pecado original, creado por las religiones, o del complejo de Edipo, idealizado por Freud, encontramos mitificado como deseo el derecho a la rebelión contra el Poder. Los orígenes de la afirmación de la voluntad individual contra la voluntad divina o patriarcal.
¿Cuáles fueron los orígenes de la concepción determinista aplicada a las sociedades y seres humanos?: el determinismo astrológico. La astrología tiene sus orígenes en las religiones mesopotámicas que, observando los cambios estacionales y que de éstos dependían las cosechas y por lo tanto la existencia vital de las sociedades, llegaron a la conclusión de que existe una relación entre los fenómenos astronómicos y nuestra realidad social e individual. Los astros eran los dioses, espíritus o fuerzas impersonales sobrenaturales que decidían sobre nuestras cosechas y, por lo tanto, sobre nuestra vida. De ahí que todos los dioses y monarcas tuvieran un origen o procedencia astral.
Los filósofos presocráticos sentaron las bases del pensamiento científico, del pensamiento materialista y de la especulación filosófica posterior. Pretendieron explicar la naturaleza prescindiendo de los dioses mitológicos y de los astros pero no pudieron superar el concepto determinista porque nada podía ocurrir que no estuviera contenido en el origen. La relación entre causa eficiente y causa final explica el proceso durante el cual se desarrollan las leyes hasta alcanzar el objetivo final para el que están programadas, desde su origen. Cada uno concebirá de una manera diferente el principio o la forma del ser pero nada escapa a la atracción final hacia la que se dirige el movimiento.
Aristóteles explicó esta dinámica en el sentido de que el devenir no es más que una tendencia hacia la forma. Todo, desde sus orígenes, tiende hacia la forma. Platón lo había explicado con otras palabras: toda forma tiende hacia la idea. Era el cuarto principio explicativo de Aristóteles. Según el cual no sería posible comprender las formas y los procesos del ser sin del pensar en el fin. En una palabra, todo está ya preformado por las esencias y el devenir es el resultado del ser. Nada puede ser producto del azar.
La cuestión es que esta concepción determinista se aplica, también, al concepto de libertad, según el cual, lo que nos hace libres no es el acto de elegir en sí mismo, que tampoco nos haría libres, sino el acto de elegir la verdad, pero para elegir la verdad la voluntad debe estar informada y distinguir lo verdadero de lo falso. La cuestión es ¿qué es lo verdadero? El interés común, dirán algunos, pero a ¿quién sirve el interés común? a la ley y ¿al servicio de quién está la ley? del Poder. No importa que este se represente en la idea de dios o de la fuerza. Sobre este argumento la Iglesia católica construirá su concepción de la libertad, como “libero arbitrio”.
Para los estoicos la razón del mundo, el logos, es, al mismo tiempo, ley cósmica, providencia y destino. Con Hegel todos estos conceptos, desde los presocráticos, alcanzarán su apoteosis dialéctica. La razón del mundo, el logos, da contenido y forma a todo el proceso cósmico. La razón del mundo y la providencia son el orden interno de formación y de movimiento que late en la materia misma. Dios, razón, providencia son lo mismo.
Los estoicos realizaron la mejor síntesis teórico-política de esta concepción astrológica. Con ellos religión, moral y política se identificaron en un todo estatal ante el cual los súbditos de dios o del rey debían someterse, identificarse con el poder estatal, cualquiera que fuera su forma de organización o estructura, y comunicarse mediante el sacrificio. En el ritual del sacrificio del yo ante el poder se desintegraba la voluntad particular en la voluntad única, absoluta y totalitaria del Poder.
El individuo, como siglos después certificará Hegel, no es nada, es lo accidental. La libertad está en el Estado, como tuvo que resignarse a admitir Spinoza, o en la “voluntad general”, como diría Rousseau, o en esas fuerzas impersonales de los estoicos. De manera que la libertad se identifica con la necesidad y ésta con los deberes. Los ilustrados afirmarán, siglos después, que donde hay deberes no puede haber libertades. Puesto que ésta sólo existe allí donde los individuos pueden ejercer derechos.
Uno de los que elaboraron el pensamiento político y religioso del cristianismo fue San Agustín, quien vivió acaballo entre los siglos IV y V de nuestra era. Negándolo y condenándolo, aplicó a rajatabla el determinismo astrológico, utilizando un argumento maniqueo, a pesar de que también lo había condenado y negado. Su aportación original consistió en sustituir los astros como origen de la ley y el poder por el dios cristiano. Cuyo origen, inevitablemente, también era astral. Una estrella guió a los reyes magos maniqueos hasta el portal. Y, en su proceso dialéctico entre la ciudad de dios y la ciudad humana, atribuyó a la Providencia divina, llamado providencialismo por todo el mundo católico, la suerte matemática del devenir de las sociedades y del poder. Nada puede ocurrir sin que esté determinado por esa providencia.
Cuando ocurre una desgracia es porque la providencia ha elegido ese camino por la razón misteriosa que sea y cuando ocurre una alegría también se atribuye a una decisión de la misma. Todo lo decide ella. La voluntad individual, si existiera, sería el mal. La negación de la voluntad divina. En España Donoso Cortés, uno de los fundadores del pensamiento tradicionalista, reaccionario, español y europeo, junto con los papas del siglo XIX, escribió un panfleto anti republicano, anti-anarquista y anti-socialista en el que defendía el providencialismo como justificación divina de la dominación religiosa y política. Tituló su libro: “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”.
Y, entonces, en qué consiste la libertad? Muy sencillo, dirán, en someterse a la voluntad divina- que no es otra cosa que la ley, la doctrina, la moral clerical- porque si no vivirás en el error, en el pecado y en la condena. La vida de cada individuo como la de las sociedades evoluciona siguiendo un plan divino. Si nada, como si se tratara de un agujero negro, puede escapar a este plan, ni si quiera su concepto de la libertad, ¿acaso no es eso el determinismo? Pero esto, brillantemente expuesto por el papa León XIII, a finales del siglo XIX, en su encíclica “Libertas” y en la “Inmortale dei”, ¿no lo habían dicho, veinticinco siglos antes, todos los pensadores desde los presocráticos?
Como toda religión es dominación, el determinismo o providencialismo es una concepción que está al servicio de cualquier forma de dominación. El determinismo religioso o político enajena al individuo y a la Humanidad de su propia realidad económica, social, política y cultural. Deshumaniza a los seres humanos porque interpreta su devenir no en términos sociales sino religiosos y/o totalitarios. El individuo es concebido, predeterminado, o como un fenómeno religioso o como un fenómeno estatal e incluso biológico. Cuando en realidad los individuos son, porque sólo pueden ser, un fenómeno social.
Partiendo de que todas las filosofías y religiones suponen la existencia de una substancia que no tiene principio ni fin, que existe en sí misma, que es motor primero y que de ella, bien por creación, emanación o desarrollo dialéctico, procede todo lo demás, substancia que se denomina de diferentes maneras como: movimiento, ser, pensamiento, lógica, dios, espíritu, lo interesante es observar que el pensamiento occidental, filosófico y religioso, al ser lo concibe con dos atributos humanos: pensamiento y voluntad.
Todo ser, espíritu absoluto o dios tiene, como es lógico, conciencia de sí mismo y contiene todos los conocimientos, todo lo que es y puede llegar a ser, está contenido en él. Lo que no es ser en sí es accidental y lo que no es pero llegará a ser ya está en la conciencia. Aunque sea, para entenderlo en términos freudianos, como inconsciente al mismo ser. En el proceso dialéctico, lógico y racional del ser el inconsciente pasará a ser consciente en cada tiempo histórico. En el Estado y en el ciudadano en su relación de sumisión al Estado.
No deja de ser curioso que el ser absoluto tenga dos cualidades humanas, conciencia y voluntad, pero carezca de pensamiento crítico y de capacidad para el placer sexual. Pensamiento crítico no puede tener, porque todo lo que es no puede ser de otra manera, si fuera de otra manera sería su negación. La conciencia del ser sería como la de quien está viendo una película que ya conoce. En todo momento sabe lo que va a ocurrir, el principio, el desarrollo y el final. No podría ser de otra manera. Sería otra película. Y sin embargo, el universo es caos. Lo mismo puede tener un final que otro inesperado. Carece de motor primero y de causa final. Es indeterminado.
Todo este razonamiento nos lleva a una conclusión, que: el determinismo es la “expresión” de la voluntad del ser, del logos, del pensamiento, de dios, del espíritu, del Poder. Y, en consecuencia, es poder en cuanto expresa la voluntad del Poder. En relación con él la libertad es inconcebible, porque ni el individuo ni la naturaleza pueden actuar contra esa voluntad absoluta. Pensadores, filósofos o religiosos, que trataron de explicar que el individuo es libre, llegaron a la conclusión de que solo se puede ser libre identificándose con esos valores establecidos. Que resulta que son la conciencia del Poder en términos de moral, de valores o de derecho. Y acaban resignados a admitir que la libertad está en el Estado o en dios. Luego eres libre sólo si tu voluntad se identifica con la libertad del Estado, de dios o de la Ley. bueno, pero de una u otra manera esto ya lo habían anticipado los estoicos.
A pesar de los orígenes religiosos del determinismo, los científicos, en sus comienzos racionalistas, no pudieron escapar a la influencia del lenguaje determinista. Las leyes de la naturaleza y las de la física se conciben como si tuvieran conciencia y voluntad, o porque todo acaece de la manera que tiene que acaecer o porque todo ocurre como tiene que ocurrir. A pesar de que no existe más dinámica cósmica que el caos. La gravedad, por ejemplo, no existe en sí misma sino en relación con dos o más cuerpos. Si sólo existiera un planeta, no existiría gravedad. Porque todo puede ser y es de otra manera. Hasta el ser humano anula el poder de esas leyes, volando, por ejemplo.
En el siglo XIX las grandes teorías políticas, sociológicas, psicológicas y científicas que se estaban elaborando desde una concepción materialista, laica y atea, al margen de y contra las concepciones religiosas o idealistas, al tratar de explicar tanto los fenómenos sociales como las leyes de la naturaleza, en términos de leyes que contienen el proceso desde sus orígenes hasta su final, sin contemplar la posibilidad de la voluntad individual como capacidad para cambiar o distorsionar esa voluntad sociológica y política determinista o la anarquía de la propia naturaleza y comportamientos físicos contra las leyes de la naturaleza y de la física, la concepción impersonal del determinismo como potencia, fuerza o poder que sigue regulando todos los acontecimientos, sean sociales, políticos o científicos, impregnó las metodologías de esos pensadores que parecían, y siguen pareciendo, impotentes para liberarse de esas concepciones deterministas.
Hasta en la teoría del “big bang” encontramos concepciones deterministas. La causa final, lo que el Universo es hoy, lo que la Tierra es hoy y lo que cada uno de nosotros somos hoy, ya estaba contenido en la causa o motor inicial como causa eficiente, dan a entender los físicos deterministas. En todas se sobreviven las concepciones filosóficas de los pensadores de la Grecia clásica. Hasta los físicos y grandes científicos estaban y siguen estando infectados, inconscientemente, por el virus del determinismo astrológico: Comte, Marx, Weber, Freud, Albert Einstein, Stephen Hawking… y lo mismo ocurre con el racionalismo, positivismo, materialismo, marxismo y por supuesto con el idealismo.
Y sin embargo, la Tierra no es causa final de ninguna ley ni física, ni divina ni natural. Es, simplemente, producto del caos. Ni la Tierra, ni su cinturón magnético, ni la existencia del agua, del oro, de las nubes, de la vegetación, de la vida animal, de los seres humanos…nada de lo ocurrido aquí es consecuencia de ninguna ley. Es producto del caos. A cuyos diferentes comportamientos, cuando se regulan en las mismas condiciones, llamamos leyes. De la casualidad. De lo accidental. Tanto es así que sólo en el sistema solar, de siete planetas, ninguno es igual.
Y este sistema en el que vivimos es una mota de polvo no ya en el Universo sino en nuestra propia galaxia. El Universo mismo no tiene otra ley que el caos. Es absolutamente irracional porque no existe Logos, principio o fin, Pensamiento y Razón que oriente, regule y determine su proceso. Progresa del caos al caos. Y así eternamente. Nosotros racionalizamos esos comportamientos físicos anárquicos bajo las influencias del pensamiento precientífico: el determinismo astrológico.
En las sociedades ocurre lo mismo. Evolucionan, progresan, en cada momento en respuesta a situaciones indeterminadas. Son consecuencia de la voluntad de seres humanos o del instinto de conservación, de supervivencia de la colectividad. De la lucha por la vida, que sólo está sometida a la voluntad individual y colectiva de sobrevivir. Ni si quiera las guerras están causadas por esa fantasía a la que se atribuyen las ambiciones humanas: las causas objetivas.
Ninguna guerra se desencadena por causas objetivas, impersonales y ajenas a la voluntad de los seres humanos. Detrás de una guerra no hay otra causa que la voluntad de unos pocos, sean reyes, guerreros, empresarios, capitalistas, curas, emperadores, revolucionarios o el pueblo en armas. Las guerras sólo dependen de la voluntad de unos pocos y de ellos es la responsabilidad. Detrás de las causas objetivas e impersonales se esconden los que siempre las han provocado por ambición tratando de eludir sus responsabilidades. Ni los dioses ni las leyes tienen nada que ver con las guerras. Si bien en la Biblia el dios judío, Yavé, posteriormente apropiado por los cristianos, no dejara de desencadenar una guerra detrás de otra.
No existe ni una sola ley que determine el devenir ni de las sociedades ni de los individuos. Las sociedades, la civilización, evolucionan por sí mismas o retroceden dependiendo siempre de decisiones humanas ante problemas humanos. Y estos problemas pueden estar causados por multiplicidad de fenómenos. Desde una sequía hasta la peste. Fenómenos, biológicos, atmosféricos, físicos, económicos, expansionistas, imperialistas… puramente accidentales e improvisados.
Han existido y existen sociedades como la Edad Media cristiana, el Islam, el confucianismo, el budismo, el hinduismo… dominadas por poderes teocráticos y absolutos o totalitarios que son las que menos evolucionan y progresan, precisamente, porque en ellas toda la población está sometida a una sola voluntad: la del Poder. El Poder tampoco es una ley irracional, es la voluntad de dominación de unas minorías sobre unas mayorías que imponen su voluntad, como si fuera una ley divina o astral.
No deja de ser una paradoja que todas las ideologías y religiones, y las religiones son ideologías o sistemas de valores y conceptos y teorías sobre el poder y las libertades, todas ellas providencialistas o deterministas, resulta que se han construido contra los otros sistemas o voluntades de poder. De esta manera se han generado tantas concepciones deterministas y de poder como religiones e ideologías. Esta pluralidad de voluntades que luchan por imponerse sobre las otras demuestra una cosa: que no existe ningún poder absoluto, ningún dios ni Estado, capaz de determinar a todos los demás poderes e incluso voluntades.
Abundando en esta paradoja, no deja de ser ilustrativo que, incluso individuos concretos actuando en unas determinadas situaciones sociales, ha quebrado toda concepción deterministas que los mismos personajes pueden invocar en su interés, en algunos casos. Algunos personajes históricos fueron: Pericles, Alejandro Magno, los emperadores Constantino y Teodosio estatalizando el cristianismo, que tuvo como consecuencia la destrucción de todo el conocimiento alcanzado hasta ese momento y una regresión a civilizaciones preclásicas, primitivas y bárbaras que bloquearon el progreso de la civilización durante quince siglos.
Otros la desbloquearon como Galileo, Descartes, Locke…y los inventores de la revolución industrial: Watt, Stephenson, Daimler como de Benz, Edison, Fleming…etc. Sin las aportaciones particulares de tantos individuos seguiríamos dominados por las voluntades divinas. Incluso desde el terror se puede cambiar los procesos históricos. Sin Hitler la hecatombe de la IIª Guerra Mundial no se habría celebrado. Parece mentira. Pudiera haber ocurrido otra cosa, pero no esa guerra. Hay muchos más ejemplos, que demuestran la impotencia de los poderes absolutos por imponerse absolutamente sobre todos. El catolicismo está agonizando. El Islam aún no.
Desde los orígenes de las civilizaciones, persiguiendo la voluntad absoluta de dominar a todos, unos poderes han luchado contra otros, unas voluntades contra otras, unos imperios han luchado contra otros, unas ciudades contra otras, unas religiones contra otras, unos Estados contra otros. Cristianos contra musulmanes, ilustrados contra católicos, católicos contra Estados liberales, progresistas, contra capitalista, nazis contra demócratas, obreros contra explotadores, anarquistas contra totalitarios… Las voluntades y libertades individuales acabarán siendo la negación total de estos poderes absolutos. En la batalla final.
Precisamente en aquéllas sociedades en las que los poderes teocráticos, absolutos o totalitarios, fueron derrotados, son las que más han evolucionado. El conocimiento es producto de la voluntad, de las voluntades de individuos aislados, no de leyes, inexistentes, que determinen nuestra existencia. Y sin embargo, el determinismo, en versión idealista, concibe el origen, desarrollo y realización del Cosmos, de la Sociedad y del Estado como resultado de un largo, conflictivo y dialéctico proceso de encarnación del Logos o Espíritu absoluto. En relación con éste, la voluntad individual no es nada. Nada puede hacer para cambiar el devenir de ese Espíritu. O se identifica con el devenir o es arrollado por su dialéctica.
Su máximo representante, Hegel, brillante en su reelaboración racionalista de todo lo que ya habían dicho los filósofos clásicos, impregnó el materialismo dialéctico de Marx, quien puso a Hegel patas arriba pero no fue capaz de deshacerse de su concepción determinista de la sociedad y del culto al Estado. En estos dos aspectos siguió siendo hegeliano. Como todo alemán de su tiempo. La teoría del Poder, que no otra cosa es “La fenomenología del Espíritu” de Hegel, es indivisible del culto al Estado totalitario. Hasta el punto que el ministro prusiano von Altenstein entendió que la fenomenología hegeliana divinizaba el Estado, lo que convenía al poder monárquico prusiano, y colocó profesores hegelianos en las cátedras de filosofía de las Universidades de Prusia.
La influencia del determinismo del siglo XIX, religiosa, racionalista, positivista, marxista, biológica, científica, psicológica…, era tal que Schopenhauer, desde una delirante mezcolanza de filosofía occidental con el budismo, hinduismo, jainismo…, a pesar de sentirse hegeliano contra el mismo determinismo hegeliano, en su ensayo “El mundo como voluntad y representación”, llegó a la conclusión de que existe una voluntad, no individual sino algo así como un estado espiritual de anarquía cósmica, con el que rechazó todo determinismo.. Era otra forma de idealismo que dejaba un cierto margen a la voluntad contra la totalidad. Un divertido caos mental. Hitler fue, ochenta años después, uno de sus lectores.
Bakunin, Nietzsche y Bergson, desde otras perspectivas, se sublevarán contra cualquier determinismo social psicológico o individual. Era la respuesta a las teorías omnipresentes que pretenden gobernar nuestras voluntades. Marx no fue capaz de deshacerse de ese historicismo hegeliano, impregnando todo el desarrollo teórico y político de los marxistas, socialistas o comunistas, hasta el día de hoy, por esa concepción de un poder impersonal que determina los procesos sociales: la lucha de clases. Como si las clases fueran espíritus absolutos que contuvieran individuos sin voluntad. Absolutamente absorbidos por la Clase social como antes fueron absorbidos por el Espíritu hegeliano. Estas clases sociales existen pero no como entes abstractos sino como colectivos sociales de individuos con intereses y enemigos comunes.
En la introducción que escribió Engels al ensayo de Marx “La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850” expone la concepción determinista del marxismo, dice: “…La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista; lo ha demostrado por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de todo el continente, dando, por vez primera, verdadera carta de naturaleza a la gran industria en Francia, Austria, Hungría, Polonia y últimamente en Rusia, y haciendo de Alemania un verdadero país industrial de primer orden (…)El que incluso este potente ejército del proletariado no hubiese podido alcanzar todavía su objetivo, y, lejos de poder conquistar la victoria en un gran ataque decisivo, tuviese que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha dura y tenaz, demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848, conquistar la transformación social simplemente por sorpresa.”
Y Marx comenta en ese texto:… “El desarrollo del proletariado industrial está condicionado, en general, por el desarrollo de la burguesía industrial. Bajo la dominación de ésta, adquiere aquél una existencia en escala nacional que puede elevar su revolución a revolución nacional; crea los medios modernos de producción, que han de convertirse en otros tantos medios para su emancipación revolucionaria. La dominación de aquélla es la que arranca las raíces materiales de la sociedad feudal y allana el terreno, sin el cual no es posible una revolución proletaria. La industria francesa está más desarrollada y la burguesía francesa es más revolucionaria que la del resto del continente. Pero la revolución de Febrero, ¿no iba directamente encaminada contra la aristocracia financiera? Este hecho demostraba que la burguesía industrial no dominaba en Francia. La burguesía industrial sólo puede dominar allí donde la industria moderna ha modelado a su medida todas las relaciones de propiedad, y la industria sólo puede adquirir este poder allí donde ha conquistado el mercado mundial, pues no bastan para su desarrollo las fronteras nacionales…
La lucha contra el capital en la forma moderna de su desarrollo, en su punto de apogeo —la lucha del obrero asalariado industrial contra el burgués industrial— es, en Francia, un hecho parcial, que después de las jornadas de Febrero no podía constituir el contenido nacional de la revolución, con tanta mayor razón, cuanto que la lucha contra los modos de explotación secundarios del capital —la lucha del campesino contra la usura y las hipotecas, del pequeño burgués contra el gran comerciante, el fabricante y el banquero, en una palabra, contra la bancarrota— quedaba aún disimulada en el alzamiento general contra la aristocracia financiera. Nada más lógico, pues, que el proletariado de París intentase sacar adelante sus intereses al lado de los de la burguesía, en vez de presentarlos como el interés revolucionario de la propia sociedad, que arriase la bandera roja ante la bandera tricolor. Los obreros franceses no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no sublevase contra este orden, contra la dominación del capital, a la masa de la nación —campesinos y pequeños burgueses— que se interponía entre el proletariado y la burguesía; mientras no la obligase a unirse a los proletarios como a su vanguardia. Sólo al precio de la tremenda derrota de Junio podían los obreros comprar esta victoria.”
En el “Manifiesto Comunista”, 1847-48, escribían: “El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado”… Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.
El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.” (Todos los subrayados son míos).
¿Cuáles fueron las consecuencias de esta concepción determinista y estatalista de la revolución proletaria? Del Poder, según el marxismo. Y ¿cuál fue la posición de Bakunin y del anarquismo? Las diferencias entre la teoría del Poder marxista, porque el marxismo, más allá del materialismo, es una teoría materialista del poder, y la teoría de la libertad anarquista, porque el anarquismo es una teoría política de la libertad individual, más allá del liberalismo económico que proclama la libertad como un conjunto de abstracciones y privilegios de la clase capitalista, quedaron expuestas en el Congreso de la Internacional en Ginebra, 1866. Donde se aprobaron las siguientes consideraciones:
“Que la emancipación de los trabajadores debe ser la obra de los trabajadores; que los esfuerzos de los trabajadores por conquistar su emancipación no deben tender a constituir nuevos privilegios, sino a establecer para todos los mismos derechos y los mismos deberes.
Que el sometimiento del trabajador al capital es la fuente de toda servidumbre: política, moral y material. (De ahí que mientras el liberalismo político se construya sobre la propiedad privada de los medios de producción no dejará de ser una abstracción- cometario mío)
Que, por esta razón”, la emancipación económica de los trabajadores es el gran objetivo al cual debe subordinarse todo movimiento político…etc.”
En correspondencia con estos considerandos, la Alianza, sección de la Internacional en Ginebra, bajo influencia anarquista, comentaba: “La Alianza rechaza toda acción política que no tenga por objetivo inmediato y directo el triunfo de los trabajadores sobre el capital”, en consecuencia se, se pronuncia por la abolición del Estado, de todos los Estados, y la organización de la “asociación universal de todas las asociaciones locales por la libertad”.
Por el contrario, el programa de Gotha, 1869, aprobado en la fundación del Partido socialdemócrata de Alemania, se marcaba como objetivo la conquista del poder político como condición previa a la emancipación económica del proletariado. A pesar de que en ese mismo programa se reproducía el acuerdo del Congreso de Ginebra de que el “sometimiento del trabajador al capital es la fuente de toda servidumbre”.
En la revolución inglesa del siglo XVII un miembro de los “diggers”, cavadores, Winstanley, escribió el libro “The Law of Freedom in a Plaform: or, True Magistracy Restored”, La ley de la libertad expuesta como programa o el restablecimiento del verdadero sistema de gobierno. En este libro denunciaba la existencia de la propiedad privada como la causa de la existencia de explotadores y explotados…”nadie, escribió, puede ser rico más que mediante el trabajo de los demás. Sin servirse de los demás, ningún hombre estaría en disposición de acrecentar sus beneficios en centenares y millares de libras anualmente…”
En consecuencia, concluía: “La verdadera libertad impera allí donde el hombre obtiene su alimento y demás subsistencia” por sus propios medios en ausencia de propiedad privada de los medios de producción en cooperación colectiva. Con este planteamiento reducía a cenizas las afirmaciones abstractas de la libertad por parte de los filósofos y políticos liberales y democráticos. Sin embargo en las democracias ocurre todo lo contrario, que se pueden declarar derechos y libertades sin haber destruido el fundamento de la explotación y dominación política y moral: la propiedad privada de los medios de producción y el capital. Por lo tanto, la libertad no deja de ser una ilusión, alimentada por la retórica de los derechos individuales, en un sistema de explotación y dominación económica.
Desde el origen de las antiguas civilizaciones hasta el presente, ¿qué relación tiene la explotación y dominación económica con la libertad y derechos individuales? Es interesante observar que la palabra libertad no existía, ni ha existido, ni sigue existiendo en muchos países. No se encuentra en las mitologías, ni en la Biblia, ni en el Corán, ni en ningún libro sagrado. Hasta la democracia de las ciudades griegas y, destruida ésta, hasta las revoluciones liberales en Inglaterra, en Estados Unidos y en Francia en las que, por primera vez se proclamaron los Derechos individuales, hasta estas revoluciones todas las formas de gobiernos eran teocráticas en sus orígenes. Fueran monarquías o reinos ningún súbdito podía tener libertades o derechos porque entraban en conflicto con el Poder absoluto de esos gobiernos.
Libertad, es una palabra que no podía existir, ni puede existir en esos libros, porque ante el Poder, sea o no de origen divino, ante la Ley, sea de origen divino o humano, ante la moral, sea religiosa o civil, ningún individuo puede ser libre, pues su libertad cuestionaría esas leyes y el determinismo político-religioso que regula las sociedades, las conciencias y la vida humana.
En sus orígenes la palabra libertad se creó en las ciudades griegas democráticas, por oposición a la palabra esclavitud, que existía en todas las civilizaciones antiguas. Nacía la palabra libertad vinculada a la libertad económica o ausencia de explotación. Y una vez que se era económicamente libre se era ciudadano y se participaba en las instituciones civiles y políticas. Sólo sobre la base de la liberación económica se era ciudadano y se garantizaba la ciudadanía. No al revés, conquistando el poder y emancipándose después.
Algo que sólo ocurrió en la Grecia democrática y en la Roma republicana. Fue una excepción. Es por lo tanto necesario vincular la emancipación económica con la libertad individual; pero la libertad es, además, libertad moral, en ausencia de dominación moral y libertad política en ausencia de dominación política. De manera que podemos alcanzar ciertos grados de libertades, políticas, por ejemplo, sin llegar a ser completamente libres, como asalariados o súbditos de alguna religión.
En las democracias, al fundamentarse todas en la coexistencia de clases antagónicas entre propietarios y asalariados, explotadores y explotados, se da esta paradoja: que podemos conquistar ciertos derechos y libertades políticas y morales y permanecer explotados y dominados por la propiedad: sobre la que se construye todo el sistema democrático capitalista. Vivimos en un estado de excepción porque el sistema ni satisface al dominante ni al dominado.
Sin embargo, los filósofos griegos, desde Platón y Aristóteles, y posteriormente los cristianos como no podían cuestionar el determinismo, del que todos eran víctimas, porque no podían cuestionar el Poder, ni religioso ni civil, al que todos debían someterse, elaboraron un concepto abstracto de la libertad. A diferencia de la emancipación económica que era un concepto social y político de la libertad,- y la libertad si no es social no puede ser real, porque los individuos somos seres sociales, ya que no vivimos aislados- relacionaron la libertad con la conciencia interior.
De esa manera pretendieron aislar la conciencia de la realidad social y política, creando un espacio moral abstracto en el que se puede ser libre, diferenciado del espacio real, social y político, en el que por sentido del deber hay que someterse al Poder. Crearon, lo que siglos después teorizó Kant, un mundo moral con su propia legalidad ética y un mundo real con su propia legalidad jurídica. El ser humano quedaba escindido en dos: el moral y el social. Un puro ejercicio de abstracción mental que no liberaba a ningún ser humano de las garras del Poder.
¿Por qué el marxismo no se plantea la destrucción de la propiedad privada como primer objetivo de la revolución política y social?, porque como heredero del hegelianismo conserva su concepción determinista, providencial o historicista de los procesos sociales y el culto al Estado. Esto es así más allá de otro tipo de aportaciones teóricas revolucionarias a la organización del movimiento obrero, según el mismo Bakunin reconoció,
En esta herencia hegeliana se encuentran las raíces de la evolución teórica, ideológica y política, tanto del socialismo como del comunismo, que ha generado un culto al Poder al que se someten las libertades y voluntades individuales y unas estrategias políticas determinadas por la evolución objetiva del desarrollo o no de las fuerzas productivas o clases sociales.
El conflicto entre Marx y Bakunin o de los defensores de la voluntad de poder individual contra el Poder absoluto, como Nietzsche, fue su posición antagónica ante la idea del Poder. El determinismo de Marx llevaba, y lleva, implícito el objetivo o causa final, según los clásicos, de orientar todo el proceso revolucionario, no hacia la destrucción de la dominación capitalista sino hacia la conquista del Estado capitalista.
Esas posiciones antagónicas determinaron los procesos revolucionarios desde sus orígenes hasta hoy. La teoría marxista del poder está impulsada por una ley social fundamental: la lucha, impersonal, entre clases antagónicas, como si esa ley tuviera su propia autonomía, conciencia y voluntad para orientar y regular el proceso de la lucha hasta la conquista del Estado; pero ese proceso se desarrolla sobre dos elementos: la concepción de las crisis cíclicas del capitalismo, según la cual a un periodo de expansión económica sigue otro de estancamiento y crisis social, fenómeno que es cierto, y por el recurso al sufragio universal como instrumento estratégico de asalto al Estado.
Como según los marxistas las revoluciones sólo son posibles cuando el capitalismo entra en estado de crisis, durante el período que está en crecimiento no es posible la revolución por lo que es necesario dar prioridad a la lucha en términos electorales para colocar cuantos más diputados sea posible en el parlamento capitalista. Esta tesis fue expuesta por Engels en la introducción que hizo al libro de Marx: “La lucha de clases en Francia, 1948-1950”. Estrategia que ya utilizaban los sindicatos ingleses. Sin necesidad de recurrir al marxismo
¿Cuáles fueron las consecuencias de la teoría marxista de la lucha por el Poder? Los partidos marxistas nacidos en el siglo XIX aplicaron a pies juntillas las teorías deterministas de Marx, pero en el siglo XX las revoluciones comunistas, tomando como referente el bolchevismo, optaron por la revolución armada. En el primer caso, la socialdemocracia, renunció a la revolución y, en consecuencia, a destruir el poder de la burguesía. En su lugar optaron por la lucha electoral, idealizando el sufragio universal como vía, única vía, para conquistar el Poder del Estado burgués, pero sin destruir los fundamentos económicos de la burguesía.
El culto Estado y a la estrategia electoral como vía para conquistarlo puso en contradicción la teoría revolucionaria con la práctica revisionista. Los partidos socialistas se proclamaban revolucionarios pero en razón de la estrategia electoral, renunciaban a la revolución. En Alemania, modelo para todos los partidos marxistas hasta la revolución rusa, esta concepción teórica hizo que triunfara el revisionismo.
Y una vez colaborando, los socialistas, con el capitalismo en una democracia capitalista, este modelo de Estado y su defensa acabaron siendo el objetivo final de los socialistas. El poder de ese Estado los había integrado y atrapado. En 1919, el secretario general de la socialdemocracia alemana se alió con el ejército para luchar contra la revolución que estaba extendiéndose por toda Alemania con la organización de los trabajadores y soldados en consejos. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron asesinados.
El momento culminante de la colaboración de clases, burguesía-proletariado, socialdemocracia-democracia cristiana, en el Estado capitalista fue la participación de los socialistas en la defensa y gobernabilidad de los Estados capitalistas durante la “guerra fría”. Fue en ese momento cuando se institucionalizó el bipartidismo como forma de dominación del capitalismo e imperialismo. El reformismo había llevado a los socialistas al poder del capitalismo. Para ellos, la historia ha terminado.
Según la teoría marxista del poder, la revolución socialista nunca hubiera sido posible ni en Rusia, ni en China, ni en Cuba, ni en ningún país subdesarrollado. Y sin embargo se hicieron. En aplicación de la teoría marxista del Poder Lenin, Mao y otros comunistas se propusieron construir el socialismo en países sin capitalismo, sin clases burguesas y proletarias desarrolladas, demostrando que la voluntad contra las leyes de la dialéctica marxista, que determinaban el devenir de las sociedades, podían ser quebradas por las voluntades privadas de un grupo de voluntaristas revolucionarios.
Una contradicción que, sin embargo, seguía fiel a la teoría marxista del Poder: la conquista del Estado y desde él, la nueva clase dominante, el Partido, determinaría las tareas que convenían a la sociedad. Por encima de los intereses de los ciudadanos y sin necesidad de consultar su voluntad. Porque su voluntad podría ser una amenaza para el nuevo Poder institucionalizado en el nuevo Estado. Los ciudadanos o eran libres en el Estado o eran sus enemigos. De hecho, la voluntad del Partido determina la existencia de los ciudadanos sometiendo sus voluntades a la voluntad general del Estado. Por imperativo categórico o por sentido del deber. En un Estado comunista la libertad es imposible. Y lo cierto es que ninguna revolución comunista proclamó e incluyó en su constitución ninguna Declaración de Derechos individuales.
El Partido comunista representaba, en nombre del proletariado, su conciencia de clase. Y como depositario de la conciencia de clase tenía su propia voluntad de clase. Y su voluntad se hizo ley, derecho, moral. Como habían hecho los dioses, monarquías y dictadores, el Partido, su vanguardia, decidirá lo que conviene o no conviene a sus súbditos. Lo que deben pensar y qué valores deben tener. De esta manera una teoría revolucionaria y materialista, identificada con el Poder engendraba su propia conciencia y voluntad.
Bakunin previó las consecuencias de la teoría marxista del Poder. En su “Escrito contra Marx” escribió:… “Ama, Marx, a tal punto el gobierno, que ha querido instituir uno incluso en la Asociación Internacional de los Trabajadores; y adora de tal manera el poder que ha querido, que pretende aún hoy, imponernos su dictadura. Me parece que esto es suficiente para caracterizar sus disposiciones personales. Pero su programa socialista y político es la más fiel expresión de las mismas. El fin supremo de todos sus esfuerzos, como nos los anuncian los estatutos fundamentales de su partido, en Alemania, es el establecimiento del gran Estado popular…
Siendo el Estado el fin supremo, todo lo que es favorable al desenvolvimiento de su poder, es bueno, todo lo que le es contrario, aunque sea la cosa más humana del mundo, es malo. Esa moral se llama patriotismo. La internacional, como hemos visto, es la negación del patriotismo y, en consecuencia, la negación del Estado…
El Estado, esto es, el gobierno de arriba hacia debajo…a menos que esté dotado de la omnisciencia, la omnipresencia y la omnipotencia que los teólogos atribuyen a su dios, es imposible que pueda conocer, prever las necesidades, ni satisfacer con igual justicia, los intereses más legítimos, más urgentes de todo el mundo…
Por otra parte, el Estado como la Iglesia, por su naturaleza misma, es un gran sacrificador de hombres vivos. Es un entre arbitrario, en el seno del cual todos los intereses vivos, tanto individuales como locales, se encuentran, chocan, se destruyen mutuamente, se absorben en esa abstracción que se llama interés común, bien público, salud pública, y donde todas las voluntades reales se anulan en esa otra abstracción que lleva el nombre de voluntad popular. De allí resulta que esta autodenominada voluntad del pueblo no es nunca otra cosa que el sacrificio y la negación de todas las voluntades de las poblaciones, de la misma manera que el llamado bien público no es otra cosa que el sacrificio de sus intereses.”…
“El Estado administrará y dirigirá el cultivo de la tierra por medio de ingenieros asalariados y para ello controlará a verdaderos ejércitos de trabajadores rurales, organizados y disciplinados. Al mismo tiempo, sobre las ruinas de todos los bancos existentes, erigirá un banco único, comanditario de todo el trabajo y de todo el comercio nacional…
En realidad para el proletariado sería un régimen de caserna (un cuartel) en el que la masa uniformada de los trabajadores y trabajadoras se levantaría, trabajaría, se acostaría y viviría a ritmo de tambor; para los astutos y los sabios, el privilegio del gobierno”…
Hoy día Rusia es un país capitalista en el que la propiedad pública ha sido repartida y privatizada entre los antiguos comunistas. China es el paraíso del capitalismo, gracias a cuyas inversiones crece. Sin libertades políticas, sin sindicatos, sin derechos individuales, sin seguridad social ni enseñanza universal…Corea es un cementerio de seres vivos…etc. El Estado absoluto ha triunfado en aplicación de la teoría marxista del poder.
Para terminar, no sé si recordar las películas “Fahrenheit” de Truffaut o “Metrópolis” de Fritz Lang, o citar, tal vez, algún texto de la relación sadomasoquista entre el súbdito y el Poder o reproducir un texto de “1984”, la genial novela de Orwell en la que el Gran Hermano ha reducido a la impotencia a todo ser humano. Me limitaré a citar este inolvidable texto sobre las consecuencias absolutas del Poder absoluto:
… “Winston se desanimó. Aquello era doblepensar. Sintió un mortal desamparo. Si hubiera estado seguro de que O’Brien mentía, se habría quedado tranquilo. Pero era muy posible que O’Brien hubiera olvidado de verdad la fotografía. Y en ese caso habría olvidado ya su negativa de haberla recordado y también habría olvidado el acto de olvidarlo. ¿Cómo podía uno estar seguro de que todo esto no era más que un truco? Quizás aquella demencia dislocación de los pensamientos pudiera tener una realidad efectiva. Eso era lo que más desanimaba a Winston.
O’Brien lo miraba pensativo. Más que nunca, tenía el aire de un profesor esforzándose por llevar por buen camino a un chico descarriado, pero prometedor.
— Hay una consigna del Partido sobre el control del pasado. Repítela, Winston, por favor.
— El que controla el pasado controla el futuro; y el que controla el presente controla el pasado — repitió Winston, obediente.
— El que controla el presente controla el pasado — dijo O’Brien moviendo la cabeza con lenta aprobación. — ¿Y crees tú, Winston, que el pasado existe verdaderamente?…
(…) Somos los sacerdotes del poder — dijo. — El poder es Dios. Pero ahora el poder es sólo una palabra en lo que a ti respecta. Y ya es hora de que tengas una idea de lo que el poder significa. Primero debes darte cuenta de que el poder es colectivo. El individuo sólo detenta poder en tanto deja de ser un individuo. Ya conoces la consigna del Partido: «La libertad es la esclavitud». ¿Se te ha ocurrido pensar que esta frase es reversible? Sí, la esclavitud es la libertad. El ser humano es derrotado siempre que está solo, siempre que es libre. Ha de ser así porque todo ser humano está condenado a morir irremisiblemente y la muerte es el mayor de todos los fracasos; pero si el hombre logra someterse plenamente, si puede escapar de su propia identidad, si es capaz de fundirse con el Partido de modo que él es el Partido, entonces será todopoderoso e inmortal. Lo segundo de que tienes que darte cuenta es que el poder es poder sobre seres humanos. Sobre el cuerpo, pero especialmente sobre el espíritu. El poder sobre la materia…, la realidad externa, como tú la llamarías…, carece de importancia. Nuestro control sobre la materia es, desde luego, absoluto…
(…) El verdadero poder, el poder por el que tenemos que luchar día y noche, no es poder sobre las cosas, sino sobre los hombres. — Después de una pausa, asumió de nuevo su aire de maestro de escuela examinando a un discípulo prometedor — : Vamos a ver, Winston, ¿cómo afirma un hombre su poder sobre otro?
Winston pensó un poco y respondió:
— Haciéndole sufrir.
— Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre, ¿cómo vas á estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti. ¿Empiezas a ver qué clase de mundo estamos creando? Es lo contrario, exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado.
El progreso de nuestro mundo será la consecución de más dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el autorebajamiento. Todo lo demás lo destruiremos, todo. Ya estamos suprimiendo los hábitos mentales que han sobrevivido de antes de la Revolución. Hemos cortado los vínculos que unían al hijo con el padre, un hombre con otro y al hombre con la mujer. Nadie se fía ya de su esposa, de su hijo ni de un amigo. Pero en el futuro no habrá ya esposas ni amigos. Los niños se les quitarán a las madres al nacer, como se les quitan los huevos a la gallina cuando los pone.
El instinto sexual será arrancado donde persista. La procreación consistirá en una formalidad anual como la renovación de la cartilla de racionamiento. Suprimiremos el orgasmo. Nuestros neurólogos trabajan en ello. No habrá lealtad; no existirá más fidelidad que la que se debe al Partido, ni más amor que el amor al Gran Hermano. No habrá risa, excepto la risa triunfal cuando se derrota a un enemigo. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre la belleza y la fealdad. Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo olvides, Winston, siempre habrá el afán de poder, la sed de dominio, que aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro humano… incesantemente.
Se calló, como si esperase a que Winston le hablara. Pero éste se encogía más aún. No se le ocurría nada. Parecía helársele el corazón. O’Brien prosiguió:
— Recuerda que es para siempre. Siempre estará ahí la cara que ha de ser pisoteada. El hereje, el enemigo de la sociedad, estarán siempre a mano para que puedan ser derrota dos y humillados una y otra vez. Todo lo que tú has ‘sufrido desde que estás en nuestras manos, todo eso continuará sin cesar. El espionaje, las traiciones, las detenciones, las torturas, las ejecuciones y las desapariciones se producirán continuamente. Será un mundo de terror a la vez que un mundo triunfal. Mientras más poderoso sea el Partido, menos tolerante será. A una oposición más débil corresponderá un despotismo más implacable. Goldstein y sus herejías vivirán siempre. Cada día, a cada momento, serán derrotados, desacreditados, ridiculizados, les escupiremos encima, y, sin embargo, sobrevivirán siempre. Este drama que yo he representado contigo durante siete años volverá a ponerse en escena una y otra vez, generación tras generación, cada vez en forma más sutil. Siempre tendremos al hereje a nuestro albedrío, chillando de dolor, destrozado, despreciable y, al final, totalmente arrepentido, salvado de sus errores y arrastrándose a nuestros pies por su propia voluntad. Ese es el mundo que estamos preparando, Winston. Un mundo de victoria tras victoria, de triunfos sin fin, una presión constante sobre el nervio del poder. Ya veo que empiezas a darte cuenta de cómo será ese mundo. Pero acabarás haciendo más que comprenderlo. Lo aceptarás, lo acogerás encantado, te convertirás en parte de él.”
La teoría marxista del poder la podemos condensar en el siguiente razonamiento hegeliano. Las leyes del desarrollo de las fuerzas productivas, que tienen su propia autonomía, impulsadas por las clases sociales antagónicas, determinan los procesos económicos, sociales y políticos en cada tiempo histórico. En ese tiempo el Estado toma conciencia de sí mismo como imperialista asiático, feudal, Sacro Imperio Romano Germánico, monarquía absoluta, democracia capitalista, nazismo, fascismo, franquismo, teocracia clerical vaticana…etc.
Ese proceso dialéctico evoluciona, determinado por sus propias leyes sociales, hasta que el proletariado, ampliamente desarrollado durante la revolución industrial, está en condiciones de luchar por la conquista del poder; pero como ese poder casi nunca se puede conquistar por vía revolucionaria, se recurre al procedimiento del sufragio universal.
Sin embargo, como las democracias son capitalistas se construyen sobre la propiedad privada de los medios de producción y del capital; de manera que el sufragio puede elevar hasta el Poder a los partidos socialistas y comunistas, pero como éstos no destruyen la propiedad privada de los medios de producción, emancipando a los trabajadores de la dominación económica, los partidos de izquierdas participan en el Poder capitalista pero no lo destruyen. Y aliados a ese poder se integran en él y lo fortalecen. Todo poder existe porque tiene conciencia, como doctrina, moral, ley, religión.., de sí mismo y porque ejerce su voluntad sobre los demás. Ya que ningún poder puede destruirse así mismo