Eel papel de las autoridades de un Estado aconfesional en actos de carácter religioso es algo que tarde o temprano habrá que abordar porque un gran sector de la sociedad lo va pidiendo.
Viernes Santo es el día del año en que más cerveza se bebe en Cieza, mi pueblo (que no es precisamente de los que se quedan atrás en esto de beber cerveza). No sé si esto ocurre también en otras localidades, así que me limitaré a hablar de lo que conozco. Y lo que conozco es que, con la llegada de la primavera, al tiempo que se exalta la muerte y resurrección de Cristo, se exhibe la crueldad de la tortura en la persona de Dios, o se pasean a hombro tallas de vírgenes y santos, los bares no dan abasto pinchando barriles y sirviendo cañas, botellines o litronas; y que constituye toda una odisea encontrar una mesa en una terraza o un rincón en la barra de un bar, donde habrá que esperar luego el tiempo que haga falta para que alguno de los camareros que corren frenéticos de aquí para allá atendiendo a los clientes te ponga al fin la ración de calamares que habías pedido. Los más jóvenes, por su parte, con un poder adquisitivo más mermado, se entregan ese día a un macrobotellón de dimensiones ciclópeas.
Si es verdad que la Semana Santa es toda una eclosión de pasión, colorido, envuelta en una belleza barroca seductora, y de clara inspiración religiosa, como ya he señalado en alguna otra ocasión, no es menos cierto que, con el tiempo, se ha ido transformando en la fiesta politeísta, de marcado carácter festivo, que poco tiene que envidiarle al desenfreno de las antiguas fiestas paganas, cuyo hueco vino a colmar interesadamente. No por casualidad se situó esta semana de pasión en las inmediaciones del Equinoccio de Primavera para vincular el triunfo de Cristo sobre la muerte con el inicio del ciclo vital agrícola.
De hecho, la Semana Santa tiene ya un carácter pseudo laico. Sólo la presencia de autoridades religiosas, militares o políticas en determinados actos nos recuerdan su sesgo político-religioso. La inmensa mayoría de la ciudadanía se la toma como una fiesta de primavera con dioses, música, arte, vestuario histórico, cerveza, gambas y ganas de pasarlo bien. La parte religiosa, que sin duda conserva, convive perfectamente, con toda normalidad, con el exceso y el jolgorio.
¡Qué lejos quedan aquellas Semanas Santas no tan lejanas en que se cerraban por orden gubernativa los prostíbulos, los bares, las salas de fiesta, a ciertas horas y ciertos días! O que se ayunaba de forma estricta y reglada. Para recrear literariamente esa época, basta echar un vistazo a la obra de Fernando Martín Iniesta No hemos perdido aún este crepúsculo que luego sería incluida en su Trilogía de los años inciertos.
Así las cosas, sorprende que el Cabildo de Cofradías interpretara la moción de Sergio Ramos, de Cambiemos Murcia, en defensa de la laicidad de las instituciones, como un intento de acabar con la Semana Santa y tocara arrebato. Una respuesta un tanto desproporcionada porque en modo alguno era ese el objetivo. Sí lo era, en cambio, hacer ´una reflexión profunda´ sobre el cumplimiento de la aconfesionalidad reconocida en la Constitución Española por parte del ayuntamiento de Murcia, y en base a ese principio, hacer la institución municipal más laica. Delimitar de forma meridiana el papel de las autoridades de un Estado aconfesional en actos de carácter religioso es algo que tarde o temprano habrá que abordar porque un gran sector de la sociedad lo va pidiendo. Y los nazarenos deberían ser sensibles a esa evolución social. Por lo demás, la Semana Santa será lo que los murcianos quieran que sea.