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El día en el que Rita Maestre subió a los altares

Puede resultar una protesta incómoda pero resulta absurdo e incomprensible pedir penas de cárcel cuando ha quedado demostrado que no hubo agresiones ni daños materiales

La virginidad de María, madre de Dios, sobrevoló amenazante varias veces en la sala del juicio a Rita Maestre en el día de ayer. Al parecer, la duda sobre la condición inmaculada de la madre de Jesús era vital para los abogados de la acusación que escenificaron toda una ceremonia inquisitorial con el constante y sorprendente beneplácito gestual de la señora fiscal. Quizá, a la funcionaria del estado se le olvidó que el juicio estaba siendo televisado y que muchos podíamos ver sus expresiones, cabeceos y sonrisas, más propios de una militante ultracatólica que de una miembro de la carrera judicial.

Me sorprendí cuando me enteré de que se iba a televisar el juicio. No termino de entender los motivos. Pero la verdad es que ha sido enormemente esclarecedor poder verlo en directo. Esclarecedor y por momentos vergonzoso. Da mucha pena y mucha rabia que en esta España de 2016 se utilicen como argumentos, en un entorno tan serio como debería serlo un juicio penal, si ofende ver más o menos centímetros de piel o que se besen dos mujeres frente a un altar (cosa que, por otro lado, cualquier día, con el ritmo que lleva, aprobará el Papa Francisco). Puede, sí, resultar una protesta incómoda, irritante, pero de ahí a pedir penas de cárcel cuando ha quedado meridianamente demostrado que no hubo agresiones ni daños materiales de ningún tipo, resulta bastante absurdo e incomprensible.

Sobre todo cuando a pesar de la insistencia de los abogados acusadores, ninguno de los testigos por ellos llamado, pudo asegurar con certeza que Rita Maestre liderara la protesta, ni que fuera ella la que tuviese un especial protagonismo en las lecturas o los cánticos proferidos durante la concentración.

Ni siquiera el capellán, que era compañero de clase de Rita, pudo confirmarlo, ya que reconoció que no vio lo que pasó en el interior de la capilla al haberla abandonado cuando entraron los estudiantes. Sí aclaró el cura que se dio cuenta de que algo raro pasaba cuando escuchó cánticos y vio que se acercaba un grupo de gente. Preguntado por cómo supo que no iban a rezar respondió: “Eran muchos y llevaban un pañuelo en la cabeza”. En fin, entre lo cómico y lo trágico se desarrolló parte de su declaración que fue rematada cuando el abogado de Aternativa Española le preguntó si “el santísimo estuvo en todo momento en el sagrario”. Sí, respondió el capellán. Qué desilusión, además de protesta podríamos haber tenido también milagro.

Ya fuera de bromas, y desde el máximo respeto a los sentimientos y creencias religiosas del personal, no parece de recibo mantener leyes que hacen posible estos esperpénticos juicios. Como tampoco parece razonable que haya  33 capillas católicas en universidades públicas españolas y 74 capellanes castrenses, dos vicarios episcopales y un arzobispo castrense con rango de general de división en el Ejército español. Por las declaraciones que he escuchado, me da la sensación de que al mismísimo arzobispo de Madrid, Carlos Osorio, tampoco le cuadra demasiado la situación. En todo caso, en vez de capillas católicas, parece más interesante, respetuoso y práctico que haya un lugar de reflexión y recogimiento, en el que cada cuál pueda decidir con qué dios prefiere relacionarse.

Y por cierto, que no se nos olvide que mientras nos distraen con estos asuntos, en Palma sigue el juicio por el caso Nóos, con Urdangarin y su mujer, la infanta Cristina, hija y hermana de reyes, en el banquillo. En Valencia los concejales del PP han hecho pleno de imputación y en Madrid tenemos a alguno en la cárcel y a Esperanza Aguirre e Ignacio González al borde del mismo abismo al que poco a poco Bárcenas va empujando a Rajoy.

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