Allá por los años treinta Hitler se desplazaba, en olor de multitudes, en su espectacular “mercedes”. Hoy el papa, ese homúnculo, nulidad solemne rodeada de una superficialidad profunda, se pasea entre las multitudes dentro de una urna con ruedas. Odia el contacto humano. No en vano, los papas, como sus predecesores, los emperadores, son divinizados antes de muertos.
El culto a la personalidad no fue un invento stalinista. Mucho antes lo empezó a practicar el católico Mussolini y después el católico Hitler, pero mucho, mucho antes ya lo venían practicando los papas que eran paseados en una silla gestatoria llevada a hombros por sus súbditos. Desde esa perspectiva contemplaba hieráticamente el mundo. Ese error de la naturaleza.
La figura del mismo dios y de Cristo ha sido desplazada por el culto a la personalidad del papa. Lo que dice muy poco de la Iglesia católica y mucho de la indiferencia que los ciudadanos no súbditos tienen hacia la doctrina cristiana y sus grandes valores: humildad, obediencia, mortificación, castidad…Tan magníficos son estos valores que sólo mediante el terror de la Inquisición o de los Estados católicos, monarquías, imperios y dictaduras, podían sus súbditos aparentar su cumplimiento. En libertad casi nadie o nadie están dispuestos a cumplirlos. Con Hitler pasaba lo mismo. Las teocracias como los totalitarismos tienen esa cualidad: la de imponer por la fuerza sus convicciones morales.
Hitler creía que duraría 3.000 años. A la Iglesia aún le faltan la mitad, 1.500 años. ¿Podrá alcanzar ese objetivo en un clima de libertades humanas o necesitará de dictaduras divinas y partidos cristianos para perdurar? Y sin embargo se resiste, desde el Renacimiento y Wesfalia, a aceptar su derrota. Sus permanentes derrotas.
Hoy el Partido Popular, una clientela de la Iglesia católica, siguiendo los ejemplos de Fernando VII… hasta el mismo Franco, ha restaurado la Santa Inquisición (y con ella la Edad Media), gracias a su Torquemada, diplomado por la Universidad de Salamanca, el señor Gallardón, virgen y mártir. Ha transformado los tribunales civiles en tribunales inquisitoriales, porque juzgan, como los tribunales religiosos, la libertad de expresión como si fuera un “delito contra la fe”. ¡Toma del frasco, Carrasco!
Ya en el siglo XIV un tal Marsilio de Padua, si bien es cierto que protegido militarmente por el príncipe de Baviera, publicó en sus ensayos “Defensor pacis” y “Defensor minor”, que los tribunales eclesiásticos no podían ni juzgar, ni la Iglesia interferir, en los asuntos civiles. Dicho esto, no pudo abandonar los territorios alemanes que le protegían por miedo a ser capturado por la Inquisición y quemado en la hoguera para purificar sus pecados contra la teocracia papal.
¿Cómo pueden la izquierda y las fuerzas del progreso permanecer en silencio? mientras tocan las campanas a rebato anunciando la muerte de los derechos y libertades individuales y proclamando ¡Viva la Fe! ¿No somos capaces de salir de la Edad Media o carecemos de voluntad por debilidad mental? Si los papas o cualquier miembro de la Iglesia católica no pudieran ser cuestionados, criticados o caricaturizados habría ocurrido que la sociedad occidental estaría todavía, como el mundo islámico, atrofiada. Aún viviríamos en la Edad Media. Amenazados de muerte por la Cruz. Como otros hoy están amenazados por la Media Luna.
Si no hubieran sido criticados, sencillamente no hubieran existido ni el humanismo, ni la Ilustración, ni las revoluciones liberales, ni el anarquismo, ni el marxismo, ni la ciencia, ni el positivismo…,pero tampoco existiría el luteranismo, el anglicanismo, el calvinismo… y todas las iglesias cristianas, opuestas a la teocracia clerical de la Iglesia católica. De lo que dio fe la derrota del papa en la paz de Wesfalia. Incluso el Islam habría sido borrado del mapa por los cruzados de la Iglesia.
Y es que la Iglesia ha condenado, y siguen condenados en el Índice de libros prohibidos, a Lutero, Calvino, Mahoma, Copérnico, Galileo, Descartes, Hobbes, Spinoza, Bacon, Grocio, Winstanley, Lilburne, Locke, Collins, Hume, Bayle, Berkeley, Kant, Montesquieu, Fernay, Voltaire, Diderot, D´Alambert, Holbach, Helvecio, Rousseau, Hegel, Comte, Bentham, Stuart Mill, Fourier, Marx, Bakunin, Nietzsche, Freud…etc., etc., etc. Hasta el día de hoy, suma y sigue. Si hubieran triunfado el papa y el imperio, todas estas personas y miles más, no existirían. Y ni yo podría haber publicado esto ni vosotros leerlo. ¿Verdad que no es ninguna tontería?
La Iglesia calificó y califica el liberalismo político de haber sido “la peste del siglo XIX” y el marxismo, comunismo y anarquismo de “desvaríos” que amenazan el orden social del capitalismo y la propiedad privada. En conjunto, el racionalismo, luteranismo, positivismo, comunismo, ciencia o pensamiento empírico, freudismo…son calificados o descalificados como “desviaciones heterodoxas”. De lo que dan fe las encíclicas papales desde el siglo XIX hasta hoy y “La Historia de la Iglesia Católica. Tomo IV. Edad Moderna (1648-1951), publicado por la BAC, Biblioteca de Autores Cristianos, y escrito por cuatro jesuitas bajo la autoridad de la Universidad de Salamanca, año 1951.
Cada uno de nosotros debería utilizar todos los medios de comunicación para enviar esta información a todos los medios europeos, informando a todas las fuerzas de progreso de que en España se han restaurado los tribunales inquisitoriales. La opinión pública europea debe movilizarse frente a un hecho tan grave como éste. Es equiparable a la amenaza del terrorismo musulmán contra la libertad de expresión y de prensa. Los actos contra las libertades no deben dejarse pasar por alto. Y deben denunciarse ante el tribunal de derechos de la Unión Europea. Es necesario denunciar estas amenazas.