El Estado Islámico dicta «normas» para el disfrute de las cautivas por parte de los combatientes yihadistas
Hacía tiempo que los indicios estaban ahí, pero ahora hay documentación y testimonios que lo acreditan: allí donde el Ejército Islámico pone su bota, resurge el cautiverio y la esclavitud sexual para disfrute y solaz del guerrero. Una vuelta atrás de siglos al más oscuro e ignominioso de los pasados. Amnistía Internacional ha recogido el testimonio de varias jóvenes yazidíes esclavizadas que fueron liberadas en la operación liderada por Estados Unidos en Siria para capturar a Abu Sayaf, uno de los dirigentes del Estado Islámico, que murió en el enfrentamiento. Poco después, la agencia Reuters difundió un edicto emitido por el denominado Departamento de Investigaciones y Fetuas del EI, en el que se detallan las condiciones del cautiverio y las normas de utilización de las esclavas. Resulta esperpéntico, alucinógeno, pero es real. En la sociedad reglamentista y absolutamente controlada que impone el EI allí donde gobierna, todo está regulado. También quién y cómo, “por la generosidad y misericordia de Dios” puede “disfrutar” de una cautiva.
¿Quién? Los guerreros. Las esclavas sexuales están reservadas a aquellos muyahidines (combatientes) “que lleven separados de sus esposas mucho tiempo por servicios en el frente o expediciones”, y también a “los combatientes extranjeros que hayan dejado atrás a sus mujeres e hijos y tengan por delante un largo exilio”. Por si alguien podía tener algún reparo, los dirigentes del EI dejan claro que tomar a las mujeres como concubinas y esclavizar a las familias de los infieles es algo perfectamente contemplado en la sharía. Porque se trata de infieles. Tras la conquista de su territorio, es lícito llevarse a las mujeres y a los niños. A los hombres suelen pasarlos por las armas.
Entre los infieles con los que el Ejército Islámico se ha ensañado están los yazidíes, una minoría religiosa preislámica, de cultura y habla kurda, que ocupa una extensa zona alrededor del monte Sinjan, al noroeste de Irak. Esta comunidad es especialmente odiada por los yihadistas radicales por considerar que rinden culto al demonio. Se estiman en más de 3.000 las mujeres yazidíes que han sido tomadas como esclavas. Algunas de las que han podido escapar de ese infierno han relatado las humillantes y crueles condiciones del cautiverio.
Según el edicto, la asignación como esclava de una cautiva debe ser autorizada por un imam. Una vez entregada al combatiente “agraciado”, este debe seguir unas reglas. De su lectura se desprende que no han sido pensadas tanto para proteger a las esclavas como para evitar conflictos entre los esclavizadores. Por ejemplo, un padre y un hijo no podrán “disfrutar” de la misma esclava, ni un mismo combatiente de una madre y una hija cautivas. También dice que estarán obligados a “mantenerlas, alimentarlas y mostrarles compasión”. Es posible que a quien haya redactado el edicto le parezca muy civilizado establecer esa obligación. ¿Pero qué entenderá por compasión alguien que priva a una mujer de toda dignidad, la mantiene sometida por la fuerza y la viola cada vez que le viene en gana? Hay cosas para las que no hay palabras.