Estado ateo.
La calificación de ateísmo al Estado Laico que propugnamos los laicistas es innecesaria y hecha con mala intención.
El Estado laico no es ateo por militancia, ya que respecta, más aún protege, la libertad de conciencia, también la religiosa. Tan enemigo de la libertad de conciencia, y por tanto de la laicidad, como lo ha sido el nacional catolicismo franquista se puede calificar la imposición en la Unión Soviética, en algunos momentos del siglo pasado, de alguna forma de ateísmo casi como religión de Estado.
Se puede llamar a-teo al Estado igual que a las matemáticas, a la biología, o al fútbol, en el sentido de que no atiende ni se rige por principios religiosos. En ese sentido se le puede decir “ateo” porque es aconfesional. No entiende de religiones, ni si son verdaderas o falsas; únicamente de los derechos de los ciudadanos individuales a tener, desarrollar y expresar sus formas de conciencia –entre ellas las religiosas- y sanciona sus actos no como piadosos o pecados sino de acuerdo con su legalidad.
La calificación expresa de ateísmo del Estado Laico es una resonancia de contraposición de los partidarios de las teocracias, de los Estados confesionales, o de los clericalismos en los a-confesionales, que son sistemas por los que los particulares religiosos imponen a todos sus principios, sus creencias y su moral a través de las leyes y mecanismos del Estado y de la infidelidad de algunos de sus servidores. Aplican el principio de “el que no está conmigo, está contra mi.”