“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; y gozan de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”.
Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica
Buenos días y antes que nada, deseo expresar el agradecimiento a la Asociación Uruguaya de Librepensadores por brindarme la oportunidad de compartir con todos ustedes una reflexión sobre uno de los aspectos que hacen al librepensamiento y que tiene como causa la irracionalidad humana expresada a través de la exacerbación del fanatismo.
Hablaré por lo tanto del fanatismo ideológico, del oportunismo político y sus puntos de conexión con la religión.
Pero primero deseo expresar que no me atrevería a sugerir a ninguno de ustedes a cambiar sus posturas partidarias o ideológicas. Sin embargo es mi deseo llamar a la reflexión respecto al fanatismo ideológico, y expresar por qué como librepensador y humanista siento el deber de defender los ideales republicanos y la democracia, esta última el peor sistema de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas a la fecha.
Y para defender el republicanismo, lo mejor es hablar de sus virtudes y principios. Entre los principales elementos que unifican el discurso republicano, se destaca la búsqueda del bien común, el cultivo de la virtud de los ciudadanos, la vigilancia y contralor de los ciudadanos sobre los derechos, y el control hacia los distintos grupos de interés, lo cual diferencia el republicanismo de regímenes autoritarios u otros que se pretenden republicanos.
Otra característica destacable del republicanismo es la emancipación de la voluntad arbitraria, es decir emanciparse de la voluntad de personas o poderes no constituidos, refrendados o establecidos democráticamente.
En la antigua Grecia – cuna de la República -, y en la Roma republicana, los derechos se encontraban concentrados en las élites, y estaban excluidos los esclavos y la mujer, quién estaba en general vedada de participar en el gobierno y la toma de decisiones. Y sin embargo si miramos la perspectiva histórica de la época, claramente tanto Atenas primero, como Roma después tuvieron las formas de gobiernos más justas, las cuales constituyeron un instante de luz en un largo periodo de oscuridad para la libertad.
Deberían de pasar siglos para que resurgieran formas de gobierno republicanas durante el renacimiento, en Venecia y Génova, quizá con un carácter aristocrático, donde el pueblo estaba largamente alejado de la toma de decisiones, pero sí retomando las características republicanas de control de los grupos que pretendían influenciar al poder para provecho propio.
La experiencia temprana y de cierta forma fallida que configuró la revolución Inglesa, dieron paso a las revoluciones del periodo de la Ilustración, comenzando en Norteamérica y Francia, y desde allí abrirse paso por el mundo occidental, alterando la forma de vida de sus ciudadanos en cuanto al gozo de libertades y derechos que hace solo 300 años atrás eran impensables.
En el Uruguay es importante destacar como hitos fundamentales en el fortalecimiento de las instituciones republicanas, el gobierno de Bernardo Berro que fue el puntapié inicial a la secularización del Estado y las reformas del gobierno de José Batlle y Ordoñez a comienzos del siglo XX, que trajeron el pluralismo democrático, poniéndose el acento inclusivo que brindó legitimación a la democracia.
Momentos atrás decía que fue durante el periodo renacentista que se retoman las características republicanas de la búsqueda del bien común, y el control o armonización de los interés de grupos de poder, y esto último es fundamental para la supervivencia de la república.
Los asuntos públicos no se pueden dirimir en discusiones privadas entre grupos particulares. Por esa razón por ejemplo la AULP realizó meses atrás una declaración cuestionando la convocatoria del Poder Ejecutivo a sectores religiosos, empresarios y sindicatos entre otros a participar en foros para crear políticas de Estado, bajo el pretexto de gobernar bajo la legitimación de grupos de poder dándole la espalda al ciudadano y a la negociación parlamentaria.
Pero quizá las características fundamentales que hacen indispensable al régimen democrático republicano es su posibilidad de responsabilizar a sus gobernantes por las acciones realizadas, y su característica de ser el único sistema de gobierno perfectible en la medida que es posible su renovación a través de la alternancia de partidos y actores políticos, junto con el principio de igualdad que garantiza los derechos de las minorías.
En definitiva ya sea en sus vertientes elitistas o aristocráticas, o en los modernos regímenes democrático-republicanos, siempre el ideal republicano se ha configurado como antagónico al absolutismo, totalitarismo o autoritarismo de las distintas épocas.
Si entendemos por Librepensamiento la aplicación de la Razón, la experiencia, la observación y la prueba, como únicos medios dignos de crédito para la determinación de la Verdad, el Librepensador en consecuencia rechaza toda autoridad que se oponga a la razón, ya sea aquélla de un hombre, la de un libro o la de una organización basada en la revelación, los milagros o la tradición.
Bajo estas premisas el Librepensador no puede reconocer como definitivo ningún sistema o doctrina, y no debería de abrazar ninguna ideología que imponga límites a la expresión del pensamiento y el debate, la libre circulación de la información y que garantice el derecho a la crítica.
Por otra parte el imperativo humanista condiciona a los librepensadores a tener presente la necesidad suprema de lograr para todos, sin distinción de sexo, de raza o de nacionalidad, una igualdad completa en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus deberes.
A través de la historia los sistema opresivos de gobierno han buscado el apoyo – cuando no la complicidad – de las religiones establecidas. Sabemos que no hay libertad de conciencia allí donde las religiones dominan las sociedades. Por esto la laicidad, es la exigencia de los derechos iguales para los que forman parte de una religión como para los que no forman parte de ninguna.
Los humanistas siempre hemos apoyado las acciones destinadas a construir la laicidad de las sociedades e instituciones exigiendo este principio de igualdad para los creyentes y los nos creyentes, fortaleciendo el Estado Laico, es decir, ni religioso, ni ateo, ni sesgado hacia una ideología particular.
Como decíamos anteriormente han habido no pocas situaciones donde el demos ha sido acotado a un sector privilegiado, o donde la libertad de elección se ha visto coartada o predeterminada.
Cuando los partidos políticos realizan promesas electorales que son incumplidas, cuando se pasa por alto los programas de gobierno que son la base para una decisión racional e informada, cuando la mentira, el doble discurso y la tergiversación son aceptadas o celebradas por una irreflexión fanatica, se debilitan las instituciones republicanas. Cuando se pactan políticas a puertas cerradas que afectan a la ciudadanía en el goce de sus derechos, cuando los legisladores subvierten su imperativo de representación de sus electores y partido político en el que están insertos, se hieren los principios de igualdad y representatividad, pilares de la legitimidad democrática.
La mecanización de la conciencia del hombre, la predeterminación del ejercicio electoral a través de presiones y persecuciones políticas, censura a la expresión y la prensa, el uso de fondos públicos para realizar publicidad estatal, son algunos de los medios que buscan perpetuar una persona o partido en el poder y evitar la sana y necesaria alternancia de partidos.
El oportunismo político se sirve de las debilidades, temores, necesidades, sentires para instalarse en las conciencias y evitar el análisis crítico del accionar del gobierno, y es sin duda en este accionar que encuentra múltiples puntos en común con las religiones, que explotan la ignorancia, el temor, la inocencia y la irreflexión para conducir a su rebaño.
Por eso sostenemos que la laicidad es necesaria para evitar la supremacía de un grupo de poder o corporación en los ámbitos públicos y en la formación de los ciudadanos, por lo que posee un rol fundamental en la buena salud de un sistema que se nutre de la renovación y alternancia, del análisis crítico y del control del soberano sobre sus representantes.
En definitiva la tendencia política o religión particular de cada individuo no es el problema, el problema es la instrumentación de la religión y la ideología como medios para sembrar el dogma y el fanatismo.
Siempre debemos tener presente que la más importante batalla se libra en las conciencias de los ciudadanos. La más potente arma en las manos del opresor, es la mente del oprimido.