El camino hacia la despenalización de la eutanasia en nuestro país es todavía largo. Será preciso remover muchas inercias, recordarles sus compromisos a los partidos una y otra vez. Será precisa mucha pedagogía y convicción para lograrlo.
Hace unos meses, en vísperas de las elecciones municipales y autonómicas, compartí con los lectores y lectoras El Huffington Post un análisis de las oportunidades que para la reivindicación de la muerte digna podría suponer en nuestro país el cambio de escenario político. Análisis más esperanzador que esperanzado, asentado no tanto en la confianza generada por los actores políticos, como en la urgente necesidad del cambio de escenario.
Por ello, fue una sorpresa que, por primera vez en el marco de unas elecciones locales, hiciera acto de presencia la preocupación por la dignidad en el proceso de muerte. Y no de una forma anecdótica, ya que doce de las fuerzas políticas en liza, entre ellas algunas que aspiraban -con razón, a la vista de los resultados- a formar parte del gobierno en autonomías y ciudades relevantes, incluyeron en sus programas actuaciones encaminadas a avanzar en la dignidad del morir.
Desde luego, el limitado marco de competencias de ayuntamientos y parlamentos regionales, ciñó las propuestas programáticas a ofertas más bien instrumentales, muchas de ellas ya contempladas en leyes en vigor, pero cuyo cumplimiento, en ausencia de voluntad política, ha sido hasta ahora insignificante. Así, la mayoría de propuestas se referían a la extensión y mejora de los cuidados paliativos y al impulso del testamento vital, pero me parece relevante el hecho de que en algunos programas la atención paliativa se reclamara ya como un derecho subjetivo y no como un mero elemento de la cartera de servicios sanitarios.
En ese sentido, es también valorable el hecho de que muchos de aquellos programas hicieran hincapié en garantizar el respeto a la voluntad del paciente en trance de morir. No estará de más insistir en que la moralidad de las decisiones al final de la vida no reside en la evitación del sufrimiento, que es una obligación mínima exigible en cualquier sociedad civilizada, sino en el respeto a la dignidad personal, es decir a la autonomía de su voluntad. Bienvenidos sean estos cambios, por más sutiles que sean.
Cabe preguntarse si nuestros políticos habrán decidido terminar con el secuestro de nuestra voluntad desde una moral pública dictada por el poder religioso y gestionada desde un paternalismo trasnochado, impropio del siglo XXI. Si habrán empezado a comprender, por fin, el potencial liberador que tiene para las personas y las sociedades ser capaces de tomar las riendas de un proceso tan inevitable y personalísimo como el morir.
Al igual que hicimos para las autonómicas, en la Asociación Derecho a Morir Dignamente hemos intentando responder estas preguntas analizando las propuestas programáticas de los principales partidos, tanto de ámbito estatal como en circunscripciones autonómicas.
Hemos buscado compromisos explícitos sobre la regulación del final de la vida y los hemos recogido en un documento titulado 20D. Partidos políticos y eutanasia donde están a disposición del interesado.
Una primera conclusión es que la ampliación de las opciones políticas ha traído ya un efecto beneficioso en cuanto se refiere a la muerte con dignidad: trece de los dieciséis programas analizados contienen algún compromiso al respecto. Un panorama bien distinto al del bipartidismo, en el que resultaba muy fácil eludir una cuestión como la eutanasia, que el adversario no tenía ningún interés en abordar.
En el nuevo escenario multibanda, cada opción necesita definirse ante el elector porque el rechazo al gobierno de un partido ya no dirige mecánicamente el voto a su contrario. Ahora, los matices se han hecho importantes para elegir.
Pues bien, en las ofertas electorales con posibilidades de decidir en el futuro parlamento aparece ya la derogación del artículo 143 del Código Penal, que castiga la colaboración altruista en una muerte decidida libre y responsablemente por una persona. Al menos seis partidos con posibilidades ciertas de obtener escaños ofrecen una ley de eutanasia, y dos de ellos se comprometen a ir más allá y regular la libre disposición de la propia vida. Regulación que, superando la motivación compasiva ante el sufrimiento, se fundamenta en la defensa de la libertad individual para decidir sobre si mismo y la propia vida. Todo un cambio.
Este nuevo panorama de sintonía con lo que la ciudadanía quiere, de forma muy mayoritaria y desde hace años, deja no sólo en minoría, también en evidencia, la posición pusilánime de quienes eluden el debate o tratan de entorpecerlo. Por primera vez, los partidos están sintiendo la necesidad de sintonizar con lo que la ciudadanía quiere al respecto.
Y debo decir, sin temor a ser tachado de inmodestia, que en este cambio de actitud de los partidos ha tenido un papel determinante la asociación que tengo el honor de presidir. Los más de treinta años defendiendo en solitario la eutanasia, a fuerza de pedagogía ciudadana razonada y de testimonio público, empiezan por fin a mostrarse útiles. Lo estamos viendo en el desarrollo mediático de esta campaña: la pregunta a los candidatos respecto a la regulación de la eutanasia se ha hecho obligada. Y por cierto, sólo Rajoy se ha manifestado en contra.
Que la eutanasia y la propiedad de la vida hayan entrado en la agenda política y periodística no es exclusivo fruto de la coyuntura política. Lo es también del esfuerzo de decenas de sociactivistas de nuestra organización que han difundido nuestros argumentos en los medios clásicos y en las nuevas formas de comunicación; que han sacado nuestra reivindicación a la calle y están movilizando a sectores sociales que hasta ahora no se habían manifestado al respecto. Un trabajo de concienciación popular, tanto con las bases como con los cuadros de los partidos, que parece haber empezado a dar frutos.
Pero no es el momento de relajarse en méritos ni logros parciales. El camino hacia la despenalización de la eutanasia en nuestro país es todavía largo. Será preciso remover muchas inercias, recordarles sus compromisos a los partidos una y otra vez. Será precisa mucha pedagogía y convicción para lograrlo.
Ni esta lucha, ni ninguna otra, pueden alcanzar el éxito sin un trabajo tenaz por parte de quienes creemos en la justicia de nuestra reivindicación. Nunca se consiguió ningún derecho sin pelearlo. Menos aún el de poder ejercer el dominio de nuestras vidas, sin más sujeción que a la propia conciencia ni más límite que el legítimo derecho de los demás. Lograrlo será el final del chantaje permanente con el miedo a la muerte. Algo que los elementos reaccionarios de la sociedad no van a permitirnos sin que nos esforcemos y comprometamos.
Cuantos más seamos en el empeño, más cercano tendremos el éxito. No es casualidad que los países que han alcanzado ya leyes de eutanasia hayan contado previamente con asociaciones pro-eutanasia integradas por decenas de miles de personas. Sólo organizaciones con una presencia social fuerte son capaces de llevar al ánimo de los gobernantes la necesidad de escuchar la voz de la ciudadanía. Por ello, y porque nos afecta a todos, te animo a unirte a esta tarea en este nuevo tiempo que se avecina.