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La violencia en el Corán

La reciente agitación yijadista en Europa nuevamente ha traído al debate, la cuestión de si el Corán es o no un libro violento, y qué tan responsable es de las atrocidades que se han cometido en estas últimas fechas.

Es sencillamente ineludible el hecho de que el Corán es un festín de violencia. Pero, frente a un texto con contenido violento, debemos tener cuidado en su interpretación. El filósofo René Girard ha enfatizado que lo relevante no es propiamente el contenido de violencia en un texto, sino la forma en que se presenta. Un texto que describa violencia, pero para defender a las víctimas y reprochar a los agresores; es muy distinto de un texto que glorifique la violencia y exhorte a los lectores a reproducir la violencia.

En el Corán, me temo, hay mucho más de lo segundo que de lo primero. Hay plenitud de exhortaciones a matar a infieles (redactadas como si fueran órdenes divinas), y a glorificar la violencia. Quienes buscan edulcorar al Islam, suelen tomar con pinzas algunos textos aparentemente pacíficos en el Corán (uno de los más famosos es “no hay compulsión en la religión”; 2:256), y los arrojan como si con eso probasen que el Islam una religión de paz y amor.

Pero, tomar con pinzas textos pacíficos no es suficiente, si el texto en balance es muy agresivo. Hitler en algún discurso hizo exhortaciones a la paz mundial, pero sería ridículo postular, a partir de eso, que el nazismo es una ideología de paz. E, incluso, aun si el balance del texto no fuese agresivo (cuestión que el Corán no parece ser), es menester tener en cuenta que la minoría de versos violentos sería suficiente para inspirar atrocidades.

Los defensores del Islam saltan a decir que en la Biblia hay plenitud de glorificación de la violencia, pero que con todo, nadie reprocha al cristianismo y al judaísmo del mismo modo en que hay una fijación con el Islam. Es indiscutible que en libros como Deuteronomio o Josué, se glorifican toda clase de barbaridades.

Pero, es necesario hacer un matiz importante. En primer lugar, la mayoría de sectas judías y cristianas no consideran que la Biblia sea un texto infalible (hay, es verdad, una minoría fundamentalista protestante que se adhiere a la doctrina de la infalibilidad bíblica, pero sus números son modestos). La Biblia no es en sí misma divina, y se acepta la posibilidad de que tenga errores.

En cambio, para los musulmanes, el Corán no puede ser falible. Pues, una doctrina islámica (que no existe en el cristianismo o en el judaísmo) es que el Corán es un libro eterno e increado. Si pensamos lo suficiente las implicaciones de esta doctrina, hemos de concluir que, para los musulmanes, el Corán es el propio Dios (pues, ¿quién más es eterno e increado?). No en vano, varios críticos han observado que el Islam es en realidad una forma de bibliolatría. En el siglo IX, los filósofos mutazalíes opinaban que el Corán era un libro creado y temporal, pero esa opinión fue suprimida, y hoy los musulmanes no la defienden.

            Quienes edulcoran el Islam, suelen señalar que aquellos versos violentos deben ser entendidos “en su contexto”. Mahoma vivió en el siglo VII, en el contexto de una sociedad tribal violenta, y muchas veces sufrió ataques de enemigos, y así, sus recitaciones deben entenderse con esto de fondo. Si bien hay versos violentos en el Corán que aparentemente fueron recitados en circunstancias militares muy específicas, cabe advertir que no todos los versos violentos obedecen a este contexto. Hay versos violentos que, aparentemente, están dirigidos, no a las circunstancias de una batalla específica en el siglo VII, sino que son exhortaciones generales para todos los tiempos.

            Pero, en todo caso, ¿no nos informan los propios musulmanes que el Corán es un libro eterno e increado? Si esto es así, entonces el Corán no tiene contexto. Bajo el propio alegato musulmán, el Corán no es un mero libro recitado por un comerciante analfabeta en el siglo VII; antes bien, es un libro que antecede a la creación del universo, pues ha existido desde siempre. No veo cómo puede ubicarse en contexto, un texto que supuestamente existe desde antes del Big Bang.

            En el cristianismo (y en menor medida el judaísmo), existe la doctrina de la “revelación progresiva”. Los cristianos creen que Dios ha ido revelando poco a poco su mensaje a la humanidad (esto hace surgir la obvia pregunta: ¿por qué carajo no reveló Dios todo de una vez?, pero en fin, dejemos esto por ahora). Y, en esta revelación, un mensaje puede suplantar al anterior. La teología de san Pablo es quizás la más emblemática de esto: con Cristo, muchos aspectos de la antigua revelación, contenida en la Ley de Moisés, quedan superpuestos por la nueva revelación. Y, por regla general, en el cristianismo, la revelación que superpone a la anterior suele ser más pacífica.

            No es del todo cierto que en el Nuevo Testamento todo sea paz y amor (¡el libro del Apocalipsis, por ejemplo, es terrible!), pero sí podríamos decir que, en términos generales, el Dios del Nuevo Testamento es más amable que el vengativo Yahvé del Antiguo Testamento (algo a partir de lo cual, el hereje Marción de Sinope instó a los cristianos a abandonar las escrituras judías).

            En el Islam, hay también una doctrina similar. Algunos versos derogan a otros (algo muy difícil de comprender racionalmente, pues si supuestamente el Corán es un texto eterno e increado, ¿cómo puede un texto derogar a otro?; ¿acaso no estaba escrito todo ya desde antes de la creación?). Pero, mientras que en el cristianismo, el contenido violento del Antiguo Testamento suele ser superpuesto por el contenido pacífico del Nuevo Testamento, en el Islam es a la inversa: los textos más pacíficos son derogados por los textos más violentos.

            La primera fase de la vida pública de Mahoma fue en La Meca. Ahí, sufrió persecuciones, y trató de ganar adeptos por vía de la persuasión. Desde La Meca, Mahoma recitó versos del Corán que, previsiblemente, no serían violentos. Pero, cuando emigró a Medina, y se convirtió en un caudillo militar, Mahoma abandonó la predicación pacífica, y recitó los versos del Corán que son terroríficos.

Así pues, bajo la propia doctrina islámica de la derogación, los versos válidos del Corán no son aquellos edulcorados como “no hay compulsión en la religión”, sino más bien, recitaciones como el llamado “verso de la espada”: “¡matad a los idólatras dondequiera que los encontréis!” (9:5).

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