El salvaje atentado de la noche del viernes en París inevitablemente vuelve a abrir el debate el Francia sobre la pervivencia del modelo de republicano laico, el empuje del comunitarismo y la situación en las ‘banlieues’, cuna de la mayoría de los yihadistas franceses y principales focos de expansión del islam radical. Francia se vuelve a hacer las mismas preguntas que hace once meses, cuando los hermanos Kuachi y su compinche Coulibaly sembraron el terror en París, asesinando a 17 personas en la sede de Charlie Hebdo, en el supermercado judío y abatiendo a una policia municipal en plena calle: ¿Por qué los jóvenes franceses se dejan seducir por el yihadismo radical?
Psicólogos, sociólogos, politólogos o geógrafos tienen diversas teorías: desde los supuestos efectos del racismo cotidiano en Francia, pasando por el paro juvenil, o la influencia de los predicadores del odio islamista, que destilan su veneno desde las mezquitas improvisadas en barrios entregados a las bandas de delincuentes o a la yihad.
Más de 40.000 millones de euros se han gastado en los últimos diez años en los barrios llamados eufemísticamente «sensibles». Las fachadas están más limpias, los viejos edificios de los años 60 y 70, dinamitados y sustituidos por pequeños bloques de pocos pisos. Los espacios verdes no faltan.
A pesar de ello, los barrios de las ‘banlieues’ de París, Marsella, Lille o Lyón siguen aumentando su nivel de «guetización», según denuncia el diputado socialista Malek Boutikh, antiguo dirigente de «SOS racismo». Para Boutikh, que nunca ha tenido pelos en la lengua para criticar a su propio campo,muchos alcaldes de izquierda han cedido al comunitarismo en los guetos y han cerrado los ojos ante las acciones de los llamados «hermanos mayores», que controlan el negocio de la droga mientras aseguran la paz social.
Son pocas las posibilidades que se ofrecen a los jóvenes de algunos barrios franceses: droga o yihad. Porque el arma que en el pasado servía para poder labrarse un futuro fuera del gueto – la educación – ha sucumbido también, según denuncian desesperados filósofos y ensayistas tachados de neo-reaccionarios.
Hace falta una gran experiencia, una voluntad sin límites y una vocación sin fisuras para dar clases en los agujeros negros de la República. Por ello, los profesores veteranos prefieren dar clase fuera del gueto; en cambio, los jóvenes enseñantes son lanzados sin la preparación adecuada a colegios donde un 95 por ciento de los alumnos son hijos de inmigrantes, en su mayoría sin un control suficiente de la lengua francesa y salidos de familias monoparentales donde el término autoridad ha desaparicido de los diccionarios mentales desde hace décadas.
¿Cómo se puede exigir a un profesor que enseñe la historia de Francia a alumnos que le reprochan que ellos no se sienten franceses y, que, por lo tanto, Voltaire, Racine o Camus les suenan a extranjeros? ¿Cómo se puede evitar que muchos alumnos aplaudan las acciones de los islamistas en su propio territorio?
El respaldo de los poderes políticos a la educacion republicana e integradora es mínimo. La consigna no escrita es «no crear problemas». Al mismo tiempo, lanivelación de los alumnos en base al último de la clase es una regla; aquellos que despuntan tienen en estos tiempos menos posibilidades de progresar que sus abuelos. La izquierda prefiere por ejemplo, eliminar los internados de excelencia que en otro tiempo ayudaron a los niños pobres a alcanzar las unversidades o las escuelas más elitistas. Ello, en nombre de la igualdad.
La división social se promueve, pues, como algo natural: a los jóvenes de las ‘banlieues’ se les ofrecen pocas salidas profesionales: convertirse en ases del hip-hop, del rap o del fútbol. Un nuevo determinismo social ‘cool’ y ‘progre’.
Nadie puede negar las dificultades de los hijos del gueto para conseguir liberarse de un destino escrito casi inamovible. Pero poco se pude conseguir con la permanente justificación que culpa al sistema de la vía yihadista emprendida por cierto sector de la juventud. Manuel Valls fue objeto de duras críticas cuando hace unos meses habló del «apartheid francés» como causa de la deriva asesina de los jóvenes islamistas franceses.
Hace falta una gran experiencia, una voluntad sin límites y una vocación sin fisuras para dar clases en los agujeros negros de la República. Por ello, los profesores veteranos prefieren dar clase fuera del gueto; en cambio, los jóvenes enseñantes son lanzados sin la preparación adecuada a colegios donde un 95 por ciento de los alumnos son hijos de inmigrantes, en su mayoría sin un control suficiente de la lengua francesa y salidos de familias monoparentales donde el término autoridad ha desaparicido de los diccionarios mentales desde hace décadas.
¿Cómo se puede exigir a un profesor que enseñe la historia de Francia a alumnos que le reprochan que ellos no se sienten franceses y, que, por lo tanto, Voltaire, Racine o Camus les suenan a extranjeros? ¿Cómo se puede evitar que muchos alumnos aplaudan las acciones de los islamistas en su propio territorio?
El respaldo de los poderes políticos a la educacion republicana e integradora es mínimo. La consigna no escrita es «no crear problemas». Al mismo tiempo, lanivelación de los alumnos en base al último de la clase es una regla; aquellos que despuntan tienen en estos tiempos menos posibilidades de progresar que sus abuelos. La izquierda prefiere por ejemplo, eliminar los internados de excelencia que en otro tiempo ayudaron a los niños pobres a alcanzar las unversidades o las escuelas más elitistas. Ello, en nombre de la igualdad.
La división social se promueve, pues, como algo natural: a los jóvenes de las ‘banlieues’ se les ofrecen pocas salidas profesionales: convertirse en ases del hip-hop, del rap o del fútbol. Un nuevo determinismo social ‘cool’ y ‘progre’.
Nadie puede negar las dificultades de los hijos del gueto para conseguir liberarse de un destino escrito casi inamovible. Pero poco se pude conseguir con la permanente justificación que culpa al sistema de la vía yihadista emprendida por cierto sector de la juventud. Manuel Valls fue objeto de duras críticas cuando hace unos meses habló del «apartheid francés» como causa de la deriva asesina de los jóvenes islamistas franceses.
Es la misma actitud en lo referente al respeto a las leyes laicistas sobre el burka. En teoría las mujeres que salen a la calle con el velo integral deben ser multadas. En la realidad, la orden política a las fuerzas del orden es mirar hacia otro lado.
La renuncia progresiva al estado republicano y laico no provoca directamente terroristas, pero abre las goteras en el techo que protege a toda la sociedad del oscurantismo y por donde se cuela el comunitarismo, la nueva moda de una izquierda que se cree más moderna atacando a los defensores del laicismo.
En ese debate que divide a la izquerda entre pro-musulmanes, que identifican a estos como los nuevos proletarios, y ultralaicos, la derecha intenta robarle las ideas al Frente Nacional. Antes de que su líder, Nicolas Sarkozy hablara tras los atentados, algunos miembros conocidos de su partido, ‘Los Republicanos’, competían con el FN en Twitter, la mañana del sábado, en atacar al gobierno. Sarkozy y Marine Le Pen hablaron más tarde y tuvieron palabras moderadas. El líder del centro derecha dió su apoyo al gabinete pero exigió medidas más duras contra la prevención del terrorismo. Le Pen, fiel a su ideario, exigió la reinstalación de fronteras, la prohibición de todas las organizaciones islamistas, la expulsión de los imanes salafistas y retirar el pasaporte francés a los ciudadanos con doble nacionalidad sospechosos de integrar redes yihadistas.
A menos de un mes de las elecciones regionales, izquierda y centro-derecha temen que la matanza de París juegue en favor del miedo que exige mano dura. Y en esa política, Le Pen es la mejor. Hollande va a utilizar el estado de urgencia para subirse al caballo de la firmeza que el marco jurídico de los tiempos felices frenaba a los policías ante le legalismo obligado de los jueces.
Lo franceses esperan ahora algo más que una batalla electoral al uso. El horror que producen 130 muertos va a hacer olvidar de momento las querellas habituales. Muchos piden eliminar los velos ante un problema al que no se puede responder siempre con la excusa de la precaución ante la islamofobia.