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Todos los científicos deberían ser ateos militantes

Como físico, escribo mucho y hablo en público sobre la naturaleza extraordinaria de nuestro cosmos, principalmente porque creo que la ciencia es una parte fundamental de nuestro patrimonio cultural y debe ser compartida de manera más amplia. A veces, me refiero al hecho de que, a menudo, la religión y la ciencia están en conflicto; de vez en cuando, ridiculizo el dogma religioso. Cuando lo hago, a veces me acusan en público de ser un «ateo militante». Incluso un sorprendente número de mis colegas pregunta cortésmente si no sería mejor evitar alienar a los religiosos. ¿No deberíamos respetar las sensibilidades religiosas, disfrazar los posibles conflictos y construir un terreno común con los grupos religiosos para crear un mundo mejor y más equitativo?

Me puse a pensar sobre estas preguntas esta semana mientras seguía la historia de Kim Davis, secretaria del condado en Kentucky que desobedeció de manera directa la orden de un juez federal de emitir licencias de matrimonio a parejas homosexuales, y, como resultado, fue encarcelada por desacato al tribunal. (Fue liberada hoy más temprano.) Los defensores de Davis, incluyendo el senador de Kentucky y candidato presidencial Rand Paul, están protestando por lo que ellos creen que es una afrenta a la libertad religiosa. Es «absurdo poner a alguien en la cárcel por ejercer sus libertades religiosas», dijo Paul, en CNN.

La historia de Kim Davis plantea una pregunta básica: ¿Hasta qué punto debemos dejar que la gente rompa la ley si sus puntos de vista religiosos están en conflicto con ella? Es posible llevar esa pregunta a un extremo que incluso el senador Paul podría encontrar absurda: imaginen, por ejemplo, a un yihadista cuya interpretación del Corán sugiera que él debería decapitar a los infieles y apóstatas. ¿Debería permitírsele que rompa la ley? O —para considerar un caso menos extremo— imaginen a un secretario del condado fundamentalista islámico que no dejaría que los hombres y las mujeres solteras entren al juzgado juntos, ni concediera licencias de matrimonio a mujeres sin velo. Para Rand Paul, ¿qué separa estos casos de Kim Davis? La mayor diferencia, sospecho, es que el senador Paul está de acuerdo con las opiniones religiosas de Kim Davis, pero no está de acuerdo con los del hipotético fundamentalista islámico.

El problema, obviamente, es que lo que es sagrado para una persona puede ser insignificante (o repugnante) para otra. Esa es una de las razones por las que una sociedad laica moderna generalmente legisla contra acciones, no ideas. Ninguna idea o creencia debe ser ilegal; inversamente, ninguna idea debe ser tan sagrada que justifique legalmente acciones que de otro modo serían ilegales. Davis es libre de creer lo que quiera, al igual que el yihadista es libre de creer lo que quiera; en ambos casos, la ley no limita lo que ellos creen, sino lo que hacen.

En los últimos años, este territorio se ha vuelto más turbio. Bajo la bandera de la libertad religiosa, los individuos, estados e, incluso —en el caso de Hobby Lobby— las corporaciones han argumentado que deberían estar exentos de la ley por motivos religiosos. (Las leyes de las que desean solicitar exención no se centran en la religión, sino que tienen que ver con temas sociales, como el aborto y el matrimonio homosexual.) El gobierno tiene un interés apremiante en asegurar que todos los ciudadanos sean tratados por igual. Pero los defensores de la «libertad religiosa» argumentan que los ideales religiosos deben ser elevados por encima de todos los demás como una justificación para la acción. En una sociedad laica, esto es inapropiado.

La polémica de Kim Davis existe ya que, como cultura, hemos elevado el respeto por las sensibilidades religiosas a un nivel inadecuado que hace a la sociedad menos libre, no más. La libertad religiosa debería significar que ningún conjunto de ideales religiosos son tratados de manera diferente frente a otros ideales. No se deben promulgar leyes cuyo único objetivo sea denigrarlos, pero, por la misma razón, la ley no debe elevarlos, tampoco.

En la ciencia, por supuesto, la propia palabra «sagrado» es profana. Ninguna idea, religiosa o de otro tipo, tiene vía libre. La noción de que una idea o concepto está exenta de duda o ataque es anatema para toda la empresa científica. Este compromiso con el cuestionamiento abierto está profundamente ligado al hecho de que la ciencia es una empresa atea. «Mi práctica como científico es atea», escribió en 1934 el biólogo JBS Haldane. «Es decir, cuando diseño un experimento asumo que ningún dios, ángel o demonio va a interferir con su curso y esta suposición se ha justificado por todo el éxito que he logrado en mi carrera profesional».

Realmente es irónico que tantas personas estén obsesionadas con la relación entre la ciencia y la religión: básicamente, no hay ninguna. En mis más de treinta años como físico practicante, nunca he escuchado que se mencione la palabra «Dios» en una reunión científica. La creencia o no creencia en Dios es irrelevante para nuestra comprensión del funcionamiento de la naturaleza — al igual que es irrelevante para la cuestión de si los ciudadanos están obligados a cumplir la ley.

Ya que la ciencia sostiene que ninguna idea es sagrada, es inevitable que aleje a la gente de la religión. Cuanto más aprendemos sobre el funcionamiento del universo, más parece que no tiene ningún propósito. Los científicos tienen la obligación de no mentir sobre el mundo natural. Aun así, para evitar ofender, a veces engañosamente dan a entender que los descubrimientos actuales coexisten en fácil armonía con doctrinas religiosas preexistentes, o callan en lugar de señalar las contradicciones entre la ciencia y la doctrina religiosa. Es una contradicción extraña, ya que, a menudo, los científicos discrepan felizmente con otros tipos de creencias. Los astrónomos no tienen ningún problema en ridiculizar las pretensiones de los astrólogos, a pesar de que una fracción significativa del público cree en estas afirmaciones. Los médicos no tienen problemas para condenar las acciones de los activistas antivacunas que ponen en peligro a los niños. Y, sin embargo, por razones de decoro, muchos científicos temen que ridiculizar ciertas afirmaciones religiosas aliene al público de la ciencia. Cuando lo hacen, están siendo condescendientes en el mejor de los casos, e hipócritas en el peor.

Esta reticencia puede tener consecuencias significativas. Consideren el ejemplo de Planned Parenthood. Los legisladores están pidiendo que el gobierno lo cierre a menos que los fondos federales para Planned Parenthood se eliminen de las cuentas de gastos para el año fiscal que comienza el 1 de octubre. ¿Por qué? Porque Planned Parenthood ofrece muestras de tejidos fetales de abortos a investigadores científicos con la esperanza de curar enfermedades, desde el Alzheimer hasta el cáncer. (El almacenamiento y la salvaguardia de ese tejido requiere recursos, y Planned Parenthood le cobra esos costos a los investigadores.) Es claro que muchas de las personas que protestan contra Planned Parenthood se oponen al aborto por motivos religiosos y son, en diversos grados, anticiencia. ¿Debe esto hacer que los científicos se callen por riesgo de ofenderlos o alienarlos aún más? ¿O deberíamos hablar en voz alta para señalar que, independientemente de las creencias de uno sobre lo que es sagrado, este tejido de otro modo sería tirado, a pesar de que podría ayudar a mejorar y salvar vidas?

En última instancia, cuando no nos atrevemos a cuestionar abiertamente las creencias, porque no queremos correr el riesgo de ofender, cuestionar en sí mismo se convierte en tabú. Aquí es donde me parece más urgente el imperativo para que los científicos hablen. Como hablo de temas científicos y religión, he oído a muchos jóvenes sobre el oprobio y el ostracismo que experimentan después de simplemente cuestionar la fe de su familia. A veces, encuentran que les niegan derechos y privilegios porque sus acciones se enfrentan a la fe de los demás. Los científicos tienen que estar preparados para demostrar con el ejemplo que cuestionar la verdad percibida, especialmente «la verdad sagrada», es una parte esencial de la vida en un país libre.

En definitiva, veo un vínculo directo entre la ética que guía la ciencia y la que guía la vida ciudadana. Puede parecer que la cosmología, mi especialidad, está muy lejos de la negativa de Kim Davis de otorgar licencias de matrimonio a parejas homosexuales pero, en realidad, en ambos reinos aplican los mismos valores. Siempre que las afirmaciones científicas se presentan como incuestionables, socavan la ciencia. Del mismo modo, cuando en nuestra sociedad se pueden hacer acciones religiosas o afirmaciones sobre la santidad impunemente, estamos socavando la base misma de la democracia laica moderna. Nos lo debemos a nosotros mismos y a nuestros hijos no darle vía libre a los gobiernos —totalitarios, teocráticos, o democráticos— que avalan, animan, ejecutan, o de otra manera de legitiman la represión del cuestionamiento abierto con el fin de proteger ideas que se consideran «sagradas». Quinientos años de ciencia han liberado a la humanidad de las cadenas de la ignorancia forzada. Deberíamos celebrarlo abiertamente y con entusiasmo, sin importar a quién pueda ofender.

Si eso hace que alguien sea llamado ateo militante, entonces ningún científico debería avergonzarse de la etiqueta.

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