En los últimos artículos nos hemos ocupado del anticristianismo, y del satanismo como una de sus manifestaciones. En este vamos a referirnos a otra como es el neopaganismo. Lo que mueve a los neopaganos es, según ellos, la recuperación de las creencias y costumbres paganas y autóctonas previas a la llegada del cristianismo, al que acusan de haber enterrado ese paganismo original a base de represión y violencia. Para este movimiento, las religiones paganas pre-cristianas expresaban la auténtica esencia de los pueblos respectivos, esencia que habría sido eliminada u ocultada con la llegada del cristianismo. Conforme este se fue imponiendo, fueron reprimiendo y eliminando esa religiosidad pagana y primigenia, o bien adaptándola a la nueva religión incorporando algunos de sus mitos y rituales. Otra estrategia cristiana habría consistido en identificar a los dioses paganos con manifestaciones del mismísimo diablo. Los neopaganos, en su intento de recuperar sus religiones ancestrales, rastrean en sus orígenes y tratan de extraer los elementos paganos incorporados a las tradiciones cristianas, o procuran adorar a sus dioses estigmatizados como demonios. Por esta razón, a menudo se confunde el neopaganismo con el satanismo, por cuanto parece que los neopaganos adoran al diablo o hacen misas negras, cuando, en realidad, lo que hacen es adorar a sus propios dioses paganos o llevar a cabo sus ritos antiguos que los cristianos habían señalado como satánicos y así lo parecen a ojos inexpertos.
El neopaganismo como intento de recuperación de mitos, costumbres y tradiciones ancestrales es interesante, principalmente desde la perspectiva antropológica, etnográfica e histórica. Ahora bien, como forma de recuperación de una religión tal cual es tan absurdo como cualquier otra religión: tan irracional es adorar al niño Jesús, a la virgen María o a Visnú que adorar a Thor, Odín-Wotan o Loki. Lo mismo puede decirse del interés que el neopaganismo muestra por la recuperación de las costumbres y tradiciones paganas, muchas de ellas relacionadas con la magia. La magia puede entenderse como pre-ciencia o antecedente del pensamiento científico en las sociedades primitivas y antiguas que todavía no conocían los mecanismos que explican los fenómenos físicos, biológicos y sociales. De esta forma, los magos antiguos serían los precursores de los científicos y los técnicos en su intento por querer comprender el funcionamiento de la naturaleza para ponerla al servicio de los intereses humanos. Poco a poco, el conocimiento científico fue depurándose de sus adherencias míticas y supersticiosas para perfeccionarse como tal conocimiento científico, riguroso, empírico, contrastable, etc. Así, a partir de cierto momento, ya podemos distinguir al científico que estudia la naturaleza con el método científico, del mago que todavía cree en poderes ocultos y desconocidos (y del farsante que finge tenerlos). Pues bien, recuperar la magia pagana a efectos históricos y antropológicos como una forma primitiva e imperfecta de ciencia es loable e interesante. Ahora bien, pretender que esa magia es auténtica y que realmente existen fuerzas y poderes mágicos que pueden ser invocados según fórmulas mágicas, conjuros y hechizos, es pura superstición y/o charlatanería barata. Movimientos neopaganos como la Wicca o eldruidismo, entre otros, que reivindican una supuesta sabiduría mágica pagana y ancestral, no dejan de ser pura y simple superstición e ignorancia camuflada de otra cosa, cuando no estafas puras y duras para sacar el dinero a los ingenuos más frikies dispuestos a pagar por un hechizo o encantamiento determinado.
Esta reivindicación neopagana de los orígenes propios es lo que relaciona a estos movimientos, o parte de ellos por lo menos, con otras corrientes políticas de tipo nacionalista y neonazi, dando lugar a lo que se conoce como ocultismo nazi. Si bien hay mucha leyenda, y es difícil distinguir lo que de auténtico pueda haber entre la maraña del ocultismo nazi, sí que es cierto que el nazismo, o por lo menos una parte suya, coqueteó con el ocultismo y el paganismo, y que también hay grupos neonazis que flirtean hoy día con esas tendencias. Un interés por el ocultismo y el paganismo que, sin embargo, no impidió, ni a los nazis ni al Estado Vaticano, firmar un concordato en 1933, dicho sea de paso: mientras los nazis instauraban la peor dictadura de la historia, aplastaban las libertades y cometían uno de los mayores genocidios, la iglesia católica prefería firmar un concordato con ese régimen totalitario en vez de denunciar las monstruosidades que estaba llevando a cabo contra judíos, comunistas, homosexuales, gitanos o discapacitados.
Sí es verdad que algunos líderes nazis, empezando por el mismísimo Hitler, mostraron interés por el ocultismo, el esoterismo y el paganismo. Unos de un modo más directo y fanático, y otros de una forma más bien estratégica y circunstancial: el paganismo podía ser interesante a efectos de utilizarlo en la construcción teórica y simbólica del nacionalismo racista que el nacionalsocialismo pretendía imponer como ideología, frente al desarraigo o el cosmopolitismo que de una u otra forma caracterizan a las religiones judías y cristianas. En su locura, algunos líderes nazis llegaron a creer que, en sus orígenes, los arios debieron haber sido seres humanos extraordinarios, con capacidades paranormales y sobrenaturales. Estas ideas trasnochadas pueden deberse a la propia mitología yoga, hindú y orientalista en general, que afirma que los yoguis, cuando alcanzan los máximos niveles de meditación, adquieren ciertos poderes paranormales (llamados siddhis) como la telepatía, la telequinesis, la teletransportación, hacerse enanos o gigantes, etc. Poderes que requieren profundizar en las doctrinas y técnicas adecuadas y transmitidas desde la antigüedad de maestros a discípulos. Obvia decir que ningún yogui ni gurú ha demostrado jamás tener ninguno de estos poderes y que como mucho, cuando lo han intentado, lo único que han conseguido mostrar es su mayor o menor habilidad haciendo juegos de prestidigitación. El caso es que algunos nazis llegaron a pensar que tal vez todavía quedara algún resto de esos arios sobrehumanos en algún lugar remoto donde no se hubieran hibridado con nadie de otras razas y que aún conservaran sus superpoderes. O que, en el peor de los casos, tal vez quedara todavía parte de su sabiduría en el legado que hubieran dejado a su paso por oriente, en su migración hacia la India, y que se conservara en las tradiciones y creencias orientales tales como el hinduismo o el budismo, y que a partir de ahí pudiera recuperarse y utilizarse para el proyecto nacionalsocialista. De aquí que el régimen nazi se interesara por el conocimiento de las tradiciones indoarias, budistas y orientales en general (de hecho, a pesar de la represión religiosa del régimen nazi, los budistas no la sufrieron en Alemania). E incluso que llevaran a cabo expediciones por regiones asiáticas, como el Tibet, a la busca de esos arios incontaminados: la obra Siete años en el Tíbet (1952), del nazi Heinrich Harrer, relata precisamente una de estas expediciones en las que él participó durante 1944-1951 (llevada al cine en 1997).
Este planteamiento esotérico-orientalista coincide con el de otros grupos como los de los seguidores de la Teosofía de Helena Blavatsky y, en cierto modo también, con el neo-gnosticismo. Es curiosa la historia de la Teosofía. A principios del siglo XX, la Sociedad Teosófica descubrió a un nuevo mesías en la India, a Jiddu Krishnamurti, que fue educado desde su infancia para cumplir con tal fin y para lo cual se creó toda una organización. Sin embargo, el propio Krishamurti renunció a ser el mesías y disolvió la sociedad creada para ello. Obvia decir que este fracaso total no hizo perder la fe a los creyentes en la teosofía. Sin embargo, algunos de ellos, previendo que señalar a un niño como mesías era lo que era, una idiotez, se adelantaron al fracaso y se apartaron de la Sociedad Teosófica formando otros grupos. Fue el caso del teósofo y ocultista Rudolf Steiner, fundador de la Antroposofía, grupo escindido de la Teosofía, y que es la base doctrinal de la pseudopedagogía de las escuelas Waldorf y de lapseudoecológica agricultura biodinámica. El caso es que estos grupos teosóficos y neo-gnósticos creen que existe una verdad universal, o una sabiduría antigua, que de una u otra forma ha sido transmitida desde los primeros tiempos a través de las grandes religiones y sus líderes (Moisés, Salomón, Jesús, Buda, Krishna, etc.) aunque deformada por las religiones formales, y que, por lo tanto, habría que depurar. Sea como sea, algunos nazis bebieron de esa mitología esotérico-orientalista e incorporaron algunos de sus símbolos, como la propia esvástica, y de sus ideas estrafalarias. Cabría destacar como uno de los principales teóricos posteriores de este nazismo esotérico a Miguel Serrano Fernández, cuya obra no tiene ni el más mínimo interés científico ni literario (obvia decir que sus conclusiones políticas son aberrantes). También pueden encontrarse estas ideas pagano-orientalistas y anticristianas en la literatura neonazi actual e incluso en las bases ideológicas de algunos partidos neonazis, como por ejemplo, Amanecer Dorado en Grecia, si bien últimamente este partido ha intentado acercarse estratégicamente a la iglesia ortodoxa griega para aumentar en seguidores y votos (un acercamiento al que la iglesia ortodoxa no se ha opuesto, dicho sea de paso).
Todo este entramado de esoterismo, ocultismo, nazismo y paganismo también tiene su versión musical en un subgénero del rock duro como es el llamado pagan metal o rock NS (rockNacional-Socialista). El pagan metal no es necesariamente anticristiano: en general, simplemente reivindica el pasado pagano y sus raíces, si bien algunas bandas, además, atacan al cristianismo como culpables de haber erradicado esos orígenes y como sus máximos enemigos: sería el caso del grupo Thiasos Dionysos. Otra cosa es el rock NS: bandas rockeras que utilizan su música como propaganda neonazi. Dentro del rock NS hay que ditinguir el RAC (Rock Against Communism) y el NSBM (National Sozialist Black Metal). El RAC incluye a grupos musicales neonazis que, musicalmente, pueden calificarse en la línea del heavy metal, el punk o el Oi!. Bandas insignias de este tipo serían los ingleses Skrewdriver y en España el grupo Estirpe Imperial. El NSBM es un subgénero de black metal de ideología explícitamente neonazi y que mezcla ese neonazismo con el paganismo, el satanismo y el anticristianismo. Un ejemplo sería la banda griega Naer Mataron, uno de cuyos miembros, el bajista Kaiadas (Giorgos Germenis), fue elegido diputado en el parlamento griego por el partido neonazi Amanecer Dorado en las elecciones de 2012.
En conclusión, en el neopaganismo podemos ver muchos aspectos parecidos a los que ya veíamos en el satanismo: elementos religiosos, filosofías baratas y mucho frikismo, con algunos tintes violentos por parte de los más fanáticos y trastornados.
Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.