La ponencia de sor Rita en el encuentro, organizado por Donne Chiesa Mondo –el suplemento femenino de L’Osservatore Romano y que Vida Nueva publica en español– impresionó al auditorio por poner al descubierto una realidad muchas veces ocultada: los abusos que sufren algunas monjas africanas por parte de eclesiásticos y el maltrato al que les someten sus propias superioras.
Vida Nueva tuvo la oportunidad de entrevistar a esta religiosa de las Hijas de María Santísima Corredentora antes de empezar una de las sesiones del seminario.
“¿Se ha enterado del reciente suicidio de una monja congoleña cerca de Florencia? Tenía un amor enorme por la vida. No debe tomarse con banalidad su muerte, diciendo que se quitó la vida porque estaba deprimida. Hay que buscar las causas profundas que la empujaron a hacer este acto feo para la Iglesia y para la mujer”, cuenta a este semanario. Las claves, para sor Rita, están en la “falta de formación y de acompañamiento”. “Vivía en un túnel de total oscuridad, sufrió sola sin asistencia espiritual o psicológica”, se queja, comparando este caso con el de una religiosa latinoamericana que dio a luz un bebé en enero en Macerata. “¿De quién es la culpa? ¿De esta chica que al final ha tenido que dejar el convento?”.
Falta de recursos
La falta de recursos es una de las causas subyacentes de este problema que acaba estallando en casos como el de esas dos monjas. “Hay muchas congregaciones africanas pobres que mandan a religiosas a estudiar sin proporcionar los medios para su sustento”. Para salir adelante, las consagradas se ven en ocasiones abocadas a pedir limosna. En esa situación, “quien te da la mano es el que manda”.
“Sus benefactores las someten y explotan su cuerpo. Si no tienen nada que dar a cambio, venden lo que tienen: la parte que entregaron al Señor la tienen que coger y comerciar con ella para poder vivir”, denuncia sor Rita, asegurando que son muchas las religiosas que conocen esta realidad. El miedo hace que no hablen de ello. “Solo se trata cuando surge un problema como el de la religiosa embarazada. En esos casos se condena a menudo a la monja echándola del convento. Es lo habitual en África. La congregación y la Iglesia no saben dónde acaban estas pobrecillas. Se considera una vergüenza. Son como los leprosos del Antiguo Testamento. Ninguna hermana quiere dirigirles la palabra”.
Las religiosas acosadas no son capaces de enfrentarse a los eclesiásticos que les exigen prestaciones sexuales en parte porque crecieron en una cultura donde la mujer es inferior al hombre. “Se piensa que hay que obedecerles. Algunos curas llegan incluso a utilizar falsos argumentos teológicos para justificar su comportamiento”, denuncia la docente congoleña. En los países donde abunda el sida, los sacerdotes y obispos violadores consideran a las monjas “más seguras” para evitar contagiarse de esta enfermedad cuando mantienen relaciones íntimas con mujeres.
La profesora de la Pontificia Universidad Urbaniana dice que resulta casi imposible cuantificar cuántas monjas sufren abusos de sus benefactores o han quedado abandonadas por sus congregaciones, mostrando su deseo de que la Iglesia intervenga para ayudarlas. “Están repartidas por el mundo. ¿Quién se ha interesado alguna vez por estas religiosas? ¿Dónde están? ¿Qué hacen? No nos interesa. Deberían ser las monjas las que buscaran a las ovejas descarriadas, pero son estas monjas las que están perdidas”.