Por suerte somos un país aconfesional, porque si fueramos un país católico, apostólico y romano, seguiríamos quemando herejes en las plazas. En ningún momento del año es tan visible este ADN inquisitorial como en la Semana Santa, porno duro eclesiástico, fist fucking con lanza, una orgía de sangre y de latigazos que eleva el sadomasoquismo al rango de orgasmo patriótico. Hace falta estar muy mal de la cabeza para haber transformado el mensaje de paz y amor del cristianismo en un culto caníbal, violento y obsceno, que no sólo se escenifica en todas las ciudades y pueblos de España sino que además es obligatorio para niños de todas las edades.
“Cristo murió por ti” dicen, y el pobre chaval, acongojado y culpable para siempre jamás, se pregunta qué cojones habrá hecho él, si fue por no estudiar lo suficiente (o por pisotear tres hormigas, o por mirarle las bragas a la vecina según sube la escalera) que ese pobre hombre lleva condenado durante dos milenios a soportar los pecados del mundo y aún tiene fuerzas para cargar con una tanda de travesuras infantiles.
Durante la Semana Santa, diversas Cofradías y Hermandades repartidas por toda la geografía patria solicitan indultos a criminales, estafadores y banqueros que el Consejo de Ministros concede graciosamente en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. “¡Jesús os ha liberado!” es la fórmula tradicional para estas indulgencias, como si el ministro del Interior fuese una metonimia santificada, el dedo gordo de Dios, o más bien como si Cristo fuese Houdini haciendo trucos con la ganzúa del BOE. En las calles (las mismas calles donde la policía esposa y detiene a un inofensivo anciano en bicicleta porque lleva una pancarta de protesta) el tráfico se para para ceder el paso a procesiones medievales en las que se ensalza el sufrimiento, la sumisión y la obediencia. Alaban al Cordero de Dios pero olvidan al hombre que dijo que no venía a traer la paz al mundo, sino la espada, y que haría que el hermano se levantara contra el hermano y el padre contra el hijo. Glorifican al hacedor de milagros pero arrinconan al Cristo furibundo que echó a los mercaderes del templo a patadas, el Cristo amigo de las putas, los leprosos y los mendigos. Al fin y al cabo, la Semana Santa supone una representación en bucle de la hipocresía y la estupidez humanas: los hooligans que ensalzaron su llegada a lomos de un borriquillo el Domingo de Ramos fueron los mismos mamarrachos que prefirieron indultar a Barrabás, un salteador de caminos. Como si lo hubieran crucificado en España.
Arrebatar el sentido último del sacrificio divino de las garras de la teología tradicional no es tarea fácil. En su The Pervert’s Guide to Ideology, Slavoj Zizek explica mediante una apisonadora lógica que el cristianismo es el auténtico paso previo al ateísmo; que, para un verdadero cristiano, quien muere en la cruz no es únicamente Cristo, sino Dios, Dios vivo, y que la resurrección ya ha tenido lugar en nosotros:
El mensaje del cristianismo es esencialmente ateo. La muerte de Cristo no es una especie de redención o arreglo comercial en el sentido en que Cristo sufre por nuestros pecados, paga por ellos. ¿Pagar a quién y por qué? Es simplemente la desintegración del Dios que garantiza el sentido de nuestras vidas. Y ése es el significado de la famosa frase: Eli, eli, lama sabactani. Padre, padre, ¿por qué me has abandonado? (…) El mensaje de Cristo es: “Yo muero pero mi muerte en sí misma es una buena noticia”. Significa: “Tú estás solo, libre, tu libertad permanece en el Espíritu Santo, que es sólo la comunidad de creyentes”. Es erróneo pensar que la Segunda Venida será la de Cristo como figura que retorna de algún modo. Cristo ya está aquí cuando los creyentes forman un colectivo emancipatorio. Es por esto que la única forma de ser ateo es yendo a través del cristianismo.
Nietzsche lo dijo con menos palabras. Mi amigo el poeta Alvaro Muñoz Robledano lo expresó con una brillante paradoja: “No creo en el cristianismo, que es la única religión verdadera, como para andar creyendo en esas tonterías”. En efecto, ese es el sentido último de la salvación. Si eres cristiano y todavía no te has enterado de que fue Dios mismo quien murió en la cruz, entonces mejor que sigas adorando a un palo.