Advierto al lector que con éste artículo hago un intrusismo intencionado, escribo sobre teología sin ser teólogo y manifiesto mi opinión sobre un tema que no es de mi incumbencia tal cual hace el clero al inmiscuirse en temas sociopolíticos ajenos a la religión en su obsesiva ansia de ser custodios de la moral ciudadana e imponer unos retrógrados modelos de familia, educación, sexualidad, y convivencia en general. Deliberadamente he elegido la llamada Semana Santa para publicar este escrito por haberse convertido en una de las principales festividades del cristianismo cuando no es más que una usurpación de los festejos paganos del equinoccio de primavera que ancestralmente celebraban la entrada de la estación de la siembra en las sociedades agrícolas.
El cristianismo es una franquicia
Siempre he considerado el cristianismo –y en especial el catolicismo– como una especie de franquicia; una multinacional de implantación progresiva que nuca fundó Jesucristo, sino un tal Saulo de Tarso (hijo de padres judíos que cambió su nombre por el romano de Pablo) cuando, después de perseguir encarnizadamente a los seguidores de Jesús de Nazaret por herejes, inventó una nueva religión que divinizaba al mismo hombre que antes persiguió.
Analizado en frío, es fácil descubrir en Pablo a un hábil estratega y un genio de la logística que pasó a convertirse de perseguidor en converso tras asimilar algunas ideas de Jesús de Nazaret (personaje a quien nunca conoció), adaptarlas a su conveniencia y propagarlas por demarcaciones geográficas cada vez más lejanas, creando una red de franquicias en la cuenca mediterránea (Filipo, Tesalónica, Corinto…), que Pablo controlaba a través de cartas (o epístolas) que aun hoy son leídas en las iglesias cristianas por formar parte del Nuevo Testamento y ser herramientas doctrinales.
Cambiar fiestas paganas por cristianas
Pablo llevó a cabo una impecable operación de marketing que culminó con la invasión religiosa de la Roma pagana, una ciudad y un imperio que, tres siglos más tarde, el emperador Constantino declararía cristiano. Una de las estrategias de mercado aplicadas por Pablo y sus sucesores fue utilizar las festividades paganas preexistentes para sustituirlas por las que imponían con la nueva religión. Si antes poníamos como ejemplo la Semana Santa, algo similar ocurrió en la Edad Media al fijar arbitrariamente los Papas que el 25 de diciembre fuera la fecha del nacimiento de Jesucristo para que los fieles dejaran de prestar su atención a las fiestas paganas del solsticio de invierno.
Hoy Jesús repudiaría el catolicismo oficialista
No hay referencias históricas de que Jesús de Nazaret, aquél palestino del siglo I que predicó su visión del judaísmo, tuviera intención de abandonar la religión aprendida de sus padres ni tampoco de que quisiera fundar una Iglesia. Jesús sólo hizo lo mismo que otros como Juan el Bautista, y si en algún momento hubiera querido fundar una religión diferente a la judía, habría dado instrucciones precisas al respecto. Pero no lo hizo. Y de hacerlo, es obvio que nunca habría instaurado una Iglesia como el catolicismo actual al que, sin duda, repudiaría.
Es decir, el cristianismo nació como una religión segregada de sus raíces judías, pero fue Pablo el responsable de que esto sucediera y no Jesús, quien no fue más que un sencillo judío con un compromiso social, defensor de las clases oprimidas frente a las imposiciones del oficialismo fariseo y un idealista que pretendió liberar a su pueblo del peso de una religión y de unos preceptos difíciles de cumplir por el exceso de reglas que los fariseos adicionaron al judaísmo. Nada apunta a suponer que Jesús de Nazaret pretendiera sustituir un yugo por otro nuevo.
Conclusiones
El cristianismo es una religión fundada por Pablo de Tarso quien, sin haber conocido a Jesús, lo divinizó y manipuló sus enseñanzas adaptándolas a los modelos de las religiones paganas que hablan de dioses que mueren y resucitan y en las cuales los creyentes participan mediante ejercicios mágicos.
Esto explica que tal vez aquél Jesús que se rodeaba de hombres y mujeres sencillos, muchas veces pobres de solemnidad y marginados por el sistema, ante los que predicó criticando muchos aspectos del judaísmo de su tiempo, sería hoy rechazado por el Vaticano del mismo modo que siempre han abominado de los teólogos progresistas adscritos a la Teología de la liberación.