«Su Majestad la Reina [Letizia] ha tenido a bien aceptar el nombramiento de hermana mayor honoraria de la Archicofradía del Santo Sacramento y Pontificia y Real de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Pasión y Nuestra Madre y Señora de la Merced»
Expiraba el siglo XV cuando el ejemplar Papa Alejandro VI concedió a Fernando de Aragón e Isabel de Castilla el título de «Católicos», que se vería refrendado por el Papa León X a principios del siglo XVI en la persona del emperador Carlos I. Desde entonces y hasta nuestros días, la monarquía hispana ostenta entre sus incontables títulos el de «católica». No hay que olvidar que España pasó cuarenta años de dictadura dominada por el nacionalcatolicismo y regida por un general que se autodenominó «Caudillo de España por la gracia de Dios» con la anuencia monolítica de la iglesia católica.
No obstante, pensé y esperé, ingenuo de mí, que los tiempos habrían cambiado tras la abdicación del último rey, que juramentó públicamente los Principios del Movimiento Nacional. Sin embargo, leí recientemente que el pasado 26 de enero la reina consorte del actual jefe del Estado, Leticia Ortiz (ahora su majestad la reina), había enviado una carta al hermano mayor de la cofradía sevillana de Jesús de la Pasión que decía lo siguiente: «Su Majestad la Reina ha tenido a bien aceptar el nombramiento de hermana mayor honoraria de la Archicofradía del Santo Sacramento y Pontificia y Real de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Pasión y Nuestra Madre y Señora de la Merced». Para colmo, su majestad la reina jurará en próximas fechas a concretar las reglas de la Cofradía. ¿Veremos en la llamada semana santa al jefe del Estado español y su consorte en las próximas procesiones católicas sevillanas?
Hurgando, hurgando en la misma noticia y en las santas tradiciones, me entero de que la reina Isabel II, devota de Jesús de la Pasión (en el paroxismo del contagio del nacionalcatolicismo en la tradicionalmente miope y maltrecha monarquía hispana) concedió licencia a la Cofradía para «hacer la estación de penitencia el viernes santo» y a sus cofrades vestir la túnica morada y negra». Isabel II fue así Hermana Mayor de la Cofradía, como lo es ahora doña Leticia. Desde entonces abundaron los hermanos, hermanas, camareras… en el seno de las sucesivas Familias Reales.
Por el contrario, el contagio nacionalcatólico ha comenzado a ser atajado en nuestra hermana en desventuras, Grecia. Como es bien sabido, el 26 de enero pasado el primer ministro griego, Alexis Tsipras, se reunía al mediodía con el arzobispo de Atenas y líder de la Iglesia de Grecia, Ieronimos, para comunicarle que no iba a prestar juramento religioso en la toma de posesión de su cargo. Tsipras se convirtió así en el primer jefe de Gobierno griego que prescindía de un ritual confesional en tal acto. Al día siguiente, los miembros del nuevo Gobierno griego tomaron, a su vez, posesión de sus cargos en una ceremonia dividida en dos, una con presencia de símbolos religiosos (ANEL, socio de Gobierno) y otra exclusivamente civil (SYRIZA).
Lo que debía ser normal en el mundo plural y global donde vivimos se convirtió así en noticia, especialmente en España, donde ni dios osa realizar actos públicos de tal calibre sin símbolos, ritos y representantes de la confesión católica, por miedo a perder votos y clientela. Como botón de muestra, vivo en una ciudad cuyo alcalde, J. A Belloch, ha unido su cargo a la presencia de un artístico crucifijo sobre la mesa de presidencia, a su derecha, en los plenos municipales, que ha dedicado una calle al fundador del Opus Dei y que no se pierde una misa solemne o una procesión, a las que asiste con todo boato y charanga en calidad de su cargo. Jamás los miembros socialistas del consistorio zaragozano (no digamos los ediles del PP) han dicho ni mu en contra de tal desvarío confesional.
Así las cosas, ni que decir tiene que el artículo 16.3 de la Constitución Española
«Ninguna confesión tendrá carácter estatal»
suena a chiste, a un triste chiste (una auténtica tomadura de pelo), comenzando por la sede de la Casa de su Majestad el Rey, el Palacio de la Zarzuela.