Resulta que los franciscanos, o sea, la orden religiosa de los pobres, se encuentra en bancarrota. No sé a qué viene tanto revuelo en Italia con el tema. Lo normal entre los mendicantes es estar en bancarrota, como hoy en España pueden atestiguar seis millones de parados. Un tal Michael A. Perry, ministro principal de la orden, ha hecho un llamamiento para recoger pasta entre los fieles. Ya veo a Mariano Rajoy financiando con nuestra miseria el rescate de la pobre orden, en plan Bankia. Al fin y al cabo, las dos son órdenes mendicantes.
Reconoce el beato Perry que los franciscanos invirtieron en “cuestionables acciones financieras”. Es lo que nos pasa a los piadosos defensores de la pobreza, que en cuanto invertimos los céntimos limosneros, como no estamos acostumbrarnos a movernos en el parqué de Wall Street, se nos va la Sicav seráfica a tomar por donde Satanás enseña el rabo.
Las “cuestionables acciones financieras” las explica con claridad cristiana el diario italiano La Stampa: “Armi e droga con le offerte per il Poverello”. También se incluye como cuestionable acción financiera la conversión de un albergue para niños pobres en hotel de lujo. L’Hotel Il Cantico, nada menos que en la vía romana de Gregorio VII. No vean ustedes cómo se pusieron de alegres los niños pobres cuando los trasladaron a un hotel de lujo y los vistieron de smoking.
A lo largo de la Historia, la Iglesia ha demostrado una capacidad divina para mantenerse como la principal organización criminal del planeta. De hecho, conviene recordar que el papa que bendijo la creación de la orden franciscana fue Inocencio III. Un tipo majo. A principios del siglo XIII, ordenó la masacre de los cátaros en el sur de Francia. Murieron un millón de personas en Occitania, Mediodía galo. Muchos de ellos en la hoguera. Fue la única cruzada de Europa contra Europa. Los cruzados de Inocencio III que perpetraron la masacre andaban un poco despistados, y preguntaron a quién matar. Porque, claro, cuando te ibas al Islam y por ahí, al moro se le reconocía bien. ¿Pero cómo distinguir a un francés hereje de otro observante? El papa Inocencio III resolvió el enigma con inteligencia, mesura e innegable piedad: “Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”.
Esta delicada filosofía siguió aplicándola la iglesia hasta casi hoy. En el siglo XX, bastaría con reseñar que también Dios reconoció a los suyos en la Alemania de Hitler, en la España de Franco, en el Chile de Pinochet y en la Argentina de Videla, siempre con la bendición papal a sus asesinatos masivos.
El asunto del Banco Ambrosiano tampoco está exento de pureza y ejemplaridad. El asesinato en 1982 de Roberto Calvi, el banquero de Dios, aun es una incógnita. Aunque sí es dogma de fe que una de las razones de su asesinato fue el blanquear dinero de la Mafia por parte del banco vaticano. Es para echarse las manos a la corona de espinas.
Con todos estos datos, los impíos intentan convencernos de que los papas han sido casi tan delincuentes generación tras generación como el mismísimo Íñigo Errejón, el profesor Moriarty, Jocker o Jack el Destripador. Pero en esto nos llega el papa Francisco, que se bautizó así precisamente por Francisco de Asís, aunque el argentino tira más a jesuita que a pobre franciscano amante de los pajarillos.
Ahora nos enteramos de que las inversiones en armas, drogas y hoteles de lujo para huérfanos han arruinado a la orden de Asís. Pero que tire la primera piedra el que esté libre de pecado. ¿Quién no ha invertido nunca en armas, drogas y hoteles de lujo? La verdad es que a veces nos damos hostias como panes entre católicos y agnósticos, y solo vemos el tráfico de drogas y de armas en el ojo ajeno. Como ellos nos dan la absolución en el confesionario, démosela también nosotros a ellos en los tribunales. No vaya a ser que esta vez Dios no reconozca a los suyos.