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96 nuevos «mártires de la cruzada»

SE decía que el recién elegido obispo de Roma, el ítalo-argentino Jorge Bergoglio, aportaba una renovación a la Iglesia catolicorromana, tras el retroceso doctrinal sufrido durante los dos anteriores papados integristas. Pero sus nuevos buenos aires consisten, de momento, en la autorización hecha el 4 de junio para que sean promulgados los decretos de la Congregación para las Causas de los Santos, encargada de decidir quiénes lo son, mediante los cuales se admita en tan selecto círculo a 96 “mártires de la cruzada española”. Se da ese título, como es sabido, a los curas y frailes muertos violentamente durante la guerra ocasionada por la sublevación de los militares monárquicos en 1936. En la zona que se mantuvo leal a la República, por supuesto, ya que los curas y frailes fusilados por los rebeldes no merecen el calificativo de mártires y, en consecuencia, de posibles santos. Pues sí que empieza bien su papado el colaboracionista de los militares golpistas en su patria argentina.

   Desde que el fascistísimo cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo y primado de las Españas, se puso al lado de los militares monárquicos sublevados, se repite que la República pretendió aniquilar a la Iglesia catolicorromana. Los datos incuestionables demuestran que fue exactamente al revés, porque el antecesor de Gomá, el superintegrista cardenal Segura, incitó a sus fieles a votar a partidos monárquicos en las elecciones del 12 de abril de 1931. Ante el triunfo de los republicanos amenazó con las penas infernales a cuantos desobedecieron sus instrucciones, y se puso tan insoportablemente fanático que el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, hijo de Antonio, catolicorromano practicante, se vio obligado a ordenar que lo pusieran en la frontera francesa.

   En la historia de España se ha perpetuado el odio secular a curas y frailes, mantenido oculto casi siempre, dada la alianza entre el altar y el trono que llevaba a la muerte en la hoguera a los considerados contrarios a la religión dogmática del reino. El pueblo español no es antirreligioso, sino anticlerical. Lo demuestran esas manifestaciones de religiosidad popular, como romerías y procesiones, que son contrarias a la lógica, pero responden a una conciencia primitiva de respeto a lo considerado sagrado.

Anticlericalismo justificado

   En cambio, el pueblo desprecia a curas y frailes porque llevan siglos robándole sus mejores cosechas y ganados, cargándole con diezmos, violando a sus mujeres y niños, impidiéndole la instrucción para mantenerlo sujeto a sus órdenes, quemando a sus disidentes, imponiendo su autoridad plena porque dicen que emana de su dios, y otras gabelas que se han sufrido con resignación y desprecio, con el ansia de la revancha.

   A lo largo de los siglos XIX y XX el hartazgo del pueblo hacia el clero alcanzó sus máximos grados, y se tradujo en el asalto a iglesias y conventos y muerte de curas y frailes. Al rencor tradicional se unió el hecho de que buena parte del clero se mostrase partidaria del absolutismo representado por Carlos de Borbón, que quiso heredar a su hermano Fernando VII a su muerte en 1833. El conocido como carlismo es la encarnación de las ideas más retrógradas y criminales posibles.

   Por eso, el 17 de julio de 1834, durante la regencia de María Cristina de Borbón, viuda muy bien consolada del fatídico Fernando VII, el pueblo madrileño asaltó los conventos de los frailes jesuitas, dominicos, franciscanos, mercedarios y de otras órdenes, y mató al parecer a 73 frailes. Entonces España padecía una epidemia de cólera, pero la cólera de los madrileños fue debida a que, según se comentó, los frailes estaban envenenando las fuentes públicas para aumentar la mortandad. Lo que sí fue cierto es que desde algunos campanarios los residentes en los conventos dispararon con armas de fuego contra los manifestantes que los rodeaban. Sería en defensa propia, no lo dudemos, pero sí podemos preguntarnos qué hacían armas de fuego en conventos.

Los incidentes de 1835

   Más importancia y virulencia y extensión tuvieron los incidentes anticlericales en 1835. Comenzaron el 3 de abril en Zaragoza, con una matanza de clérigos que animó a otros a recogerse los faldamentos y poner pies en polvorosa, empezando por el arzobispo, que huyó a Francia. Se repitió la escena el 6 de julio, con nuevas quemas de conventos, muertes de frailes y escapatoria de los demás, por lo que solamente se contabilizaron once muertos. La disculpa esta vez fue política.

   Catalunya se animó a seguir el ejemplo de los maños, y así el 22 de julio en Reus se practicó la quema de conventos, con la muerte de doce franciscanos y nueve carmelitas. La limpieza de curas y frailes se extendió por Tarragona, y el 25 de julio, festividad de sant Jaume, de gran celebración por allí, en Barcelona ardieron los conventos de mercedarios, franciscanos, trinitarios, carmelitas, agustinos, mínimos y dominicos. También se produjo la huida de curas y frailes, como si los persiguiera el demonio, que suele decir, de modo que no hubo más que dieciséis muertos.

   Sin embargo, la caza al clérigo se puso de moda en toda Catalunya, y hasta el monasterio de Montserrat fue asaltado, pese a la devoción que dicen sentir los catalanes por él. Murieron 67 curas y frailes, y los demás escaparon por pies, como el arzobispo de Tarragona, que no tuvo inconveniente en embarcarse en una fragata inglesa, sin duda con una tripulación anglicana, todos excomulgados por la Iglesia catolicorromana.

La SemanaRojade Barcelona

   Olvidemos otros actos de asaltos a conventos para referirnos a los más violentos, los acaecidos durante la llamada Semana Roja de Barcelona, del 26 al 31 de julio de 1909, durante el reinado del rey católico Alfonso XIII y el Gobierno del ultracatólico y protoconservador Antonio Maura. La disculpa en esta ocasión fue oponerse al embarque de tropas reservistas con destino a la guerra colonial de Marruecos.

   No se comprende la relación que pudiera haber entre esa guerra y los conventos frailunos catalanes, pero lo cierto es que durante esos días ardieron 57 instituciones religiosas en Barcelona, y también se registraron quemas de iglesias y conventos en Badalona, Granollers, Manresa, Sant Adriá del Besós, Sant Felíu de Guixols y Sabadell. Solamente murieron dos frailes y un cura, por accidente, no por violencia de los manifestantes, que habían hecho salir a las comunidades antes de proceder al rociado con gasolina de sus conventos. Y eso pese a que desde algunos se disparó contra el pueblo enfurecido.

   Por lo tanto, resulta una insidia y una falsedad histórica afirmar que la II República, incitó a la quema de instituciones religiosas y matanzas de sus inquilinos. Además, el pueblo injustamente atacado por los militares rebeldes tuvo motivos para volverse contra los clérigos porque en su inmensa mayoría se pusieron al servicio de la sublevación, calificada de cruzada contra los infieles, como en las épocas medievales. El Vaticano había declarado la guerra a la República nada más proclamarse, y culminó su saña con la Cartacolectiva del Episcopado español, firmada el 1 de julio de 1937. Las excepciones se dieron en el clero de Euskadi y Catalunya, que por eso fue fusilado por los rebeldes, un detalle ignorado por los dictadores del supuesto Estado Vaticano.

No ha terminado la guerra

   La Conferencia Episcopal se ha negado siempre a pedir perdón al pueblo español por su colaboración con la dictadura. Los cardenales y obispos que hacían el saludo fascista junto a los exgenerales sublevados eran los mismos que llevaban al dictadorísimo bajo palio, honor reservado a la hostia consagrada, que según ellos es el mismísimo Jesucristo transustanciado y reducido de tamaño por el jíbaro revestido. Eso sí, a los condenados a muerte por los sicarios del dictadorísimo los acompañaba siempre un cura o un fraile hasta su suplicio, para decir después que habían muerto “reconciliados con la fe”.

   Desde Pío XI los papas han estado combatiendo a la República Española, antes, durante y después de la guerra organizada por los militares monárquicos. No lo olvidemos. Todavía siguen en la lucha, como lo demuestran las beatificaciones y santificaciones de “mártires de la cruzada”. No lo olvidemos. Cambia el apodo de los obispos de Roma, pero su ideología es la misma. Mantienen la guerra contra los republicanos. No lo olvidemos.

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