La televisión, como otros aspectos de nuestra vida social, se ve impregnado de las celebraciones de un grupo.
Atrás quedan ya los tiempos en los que la Semana Santa era vivida con extremo y obligado recogimiento. Ni silbar, ni cantar. Austeridad. Misas, corales y oratorios copaban la emisión radiofónica y la retransmisión de los pasos y procesiones ocupaba por entero la, entonces, escueta parrilla televisiva.
El luto social de la Semana Santa pasó a la historia, al tiempo que la religión fue adquiriendo un matiz más individual y menos impositivo, sin vinculaciones con la norma del Estado. Pese a todo, en nuestra sociedad actual, más laica, menos dada a la ritualización y a las costumbres seculares, aún permanece algo de aquel viejo silencio. Y la televisión es testigo. Desde hoy, películas de tema bíblico o de romanos, la inevitable Marcelino pan y vino, los oficios religiosos, las biografías de santos y el cine familiar convertirán el zápping en una misión imposible.