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‘Yo soy Jesús Despojado’. Y yo, y yo, y yo…

Esta semana, la justicia española se ha visto atrapada en una contradicción tan inextricablemente enlazada no le será posible escapar del todo de ella hasta que el legislador decida cortar con su espada el nudo gordiano por él mismo creado cuando, tras haber suprimido en 1988 el delito de blasfemia, vino a sustituirlo en 1995 por el de la ofensa a los sentimientos religiosos. En ambas fechas estaba gobernando el Partido Socialista.

La multa de 480 euros impuesta por un juez de Jaén a un joven que subió a su cuenta de Istagram un fotomontaje en el que sustituyó con la suya la cara de una imagen de Jesús Despojado, ha desencadenado en las redes sociales un aluvión de memes similares contra cuyos autores, con el Código Penal en la mano, las fiscalías de media España ya deberían haber abierto diligencias penales. Al menos en teoría.

El artículo

La difusión masiva de memes de Jesucristo inspirados en el fotomontaje por el que ha sido condenado el muchacho de Jaén deja en ridículo a la justicia y pone de manifiesto su impotencia para perseguir y castigar de forma coherente a quienes, según la literalidad del artículo 525 del Código Penal, “para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican”.

Pleitear o no pleitear

Ciertamente, no todos los jueces ni todos los fiscales suelen ser tan celosos como lo han sido los de Jaén en la protección de los sentimientos religiosos de la hermandad que denunció a Daniel Serrano, de 24 años, por negarse a retirar de su cuenta en las redes sociales esa imagen que los cofrades consideraban blasfema.

Los jueces y tribunales suelen más bien inclinarse por el archivo o la absolución, pero estos nunca están garantizados y de ahí que alguien sin medios económicos para pleitear, y mucho menos para arriesgarse a perder el pleito, dé su conformidad a una condena rebajada. Es lo que ha hecho Daniel.

Remedio y enfermedad

El remedio judicial ha sido peor que la impía enfermedad que pretendía curar, pues la condena ha agravado aquello mismo que pretendía evitar al multiplicar exponencialmente la difusión de una imagen que había merecido reproche penal precisamente por haberse publicado, pero en un ámbito mucho más restringido que el propiciado por la propia sentencia.

Si la Hermandad de la Amargura y la Fiscalía de Jaén pensaban que el joven Daniel se estaba burlando de su Cristo y por eso lo llevaron ante la justicia, ¿qué harán ahora con los cientos de imitadores que han seguido sus pasos? ¿Hubo en el condenado intención de ofender y no lo hay en quienes han hecho lo mismo? ¿Perseguirán también cofrades y fiscales a los medios impresos y digitales que ha reproducido la imagen cuyo autor había sido condenado precisamente por reproducirla?

Desobediencia masiva

Ni el Código Penal ni las propias sentencias condenatorias se han parado a considerar que, con la entrada en escena de Internet, en determinados casos resulta imposible no ya ser justo, sino simplemente aplicar la ley.

La reacción de las redes ha sido tan general y abrumadora que resulta imposible de perseguir penalmente, como sucede siempre que la gente decide desobedecer un precepto legal o gubernativo que considera injusto, anacrónico o simplemente ridículo. La desobediencia generalizada es un arma de destrucción masiva de la justicia.

Yo soy Espartaco

Cuando, en la película de Stanley Kubrick, Roma prometía salvar la vida a los esclavos derrotados que revelaran la identidad de su líder Espartaco y estos se levantaban uno tras otro para proclamar desafiantes ‘Yo soy Espartaco’, ‘Yo soy Espartaco’, ‘Yo soy Espartaco’…, el ejército imperial comprendió que su victoria no sería completa: había ganado la batalla pero los vencidos habían hallado un desquite moral a su derrota militar.

Al proclamar, desafiantes, tantos internautas –entre ellos el profesor de Derecho Constitucional Joaquín Urías cuyo meme ilustra este texto– su inapelable ‘Yo soy Jesús Despojado’, ‘Yo soy Jesús Despojado’…, la justicia que había ganado en Jaén habrá comprendido cuán amarga resulta una victoria que los vencidos le han devuelto con la moneda de la mofa y el escarnio.

Cristo despojado

Si se exceptúa al reo, es difícil en el caso de Jaén encontrar a alguien que no haya hecho el ridículo: lo ha hecho el fiscal, lo ha hecho el juez, lo ha hecho la hermandad y hasta lo ha hecho, seguramente contra la que habría sido su voluntad, el pobre Cristo, despojado esta vez, como tantas otras, no solo de sus vestiduras sino de su clemencia, de su compasión, de su olvidado ‘dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César’.

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