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«Yihadismo» y solidaridad islámica

El silencio colectivo y las manifestaciones victimistas hacen un flaco favor a la lucha antiterrorista y a la convivencia en democracia. Los terroristas necesitan que se mantenga la tradición de ayuda mutua de la comunidad musulmana.

A falta de que las investigaciones policiales y judiciales ahonden en el conocimiento de la supuesta trama terrorista recientemente frustrada en Barcelona, hoy ya se puede decir que no parece casualidad que los tres presuntos suicidas paquistanís detenidos llegaran a Catalunya a través de Suecia, Alemania y Portugal por separado –las fuerzas de seguridad buscan a otros dos terroristas huidos de una célula compuesta por no menos de 12 miembros–. A la ventaja operativa que implica la llegada al espacio Schengen por diferentes vías, con el fin de procurarse clandestinidad, hay que sumar el hecho de que, al igual que ocurre en Barcelona, en las principales ciudades de esos tres países existen importantes centros islámicos de la corriente tabligh, movimiento fundamentalista al que pertenecen.
El terrorismo es, por definición, una actividad colectiva. Por eso, hay que pensar que esos presuntos suicidas llegados desde Pakistán contaron con una red de apoyo logístico tras aterrizar en Europa antes de reunirse con el núcleo de la célula en el barrio del Raval. Es en ese estadio de la actividad terrorista donde el yihadismo explota al máximo la ayuda solidaria entre correligionarios, o nusra, en lengua árabe.

CUANDO Mahoma llegó a Medina en el 622, huyendo de la hostilidad que sufría en La Meca, recibió la solidaridad o nusra de algunas tribus para expandir el islam como credo y como germen de una organización política. En el acervo islámico, esa cooperación goza de un hondo arraigo. Aprovechándose de ese código cultural, los yihadistas explotan doctrinal y operativamente ese principio de solidaridad por filiación religiosa para intentar involucrar a una parte de la comunidad musulmana en la consecución de sus objetivos. El fin es ganarse el corazón de los musulmanes para lograr complicidad ideológica, económica y logística, y, por tanto, lograr mayor eficacia terrorista.
No en vano, la nusra económica ya facilitó, en el año 2002, que ciudadanos paquistanís financiaran desde España tanto el atentado contra la sinagoga de la isla tunecina de Yerba, donde murieron 22 personas, como el asesinato del periodista Daniel Pearl en Karachi. Queda probado que la generosidad de varios simpatizantes fue esencial para recaudar el dinero necesario para esas acciones mortíferas.
Los integrantes de la célula desmantelada en Barcelona se habrían servido de la nusra proporcionada por los miembros de las comunidades tabligh que tan fuerte implantación tienen en varios países europeos. Al menos, esos tres presuntos suicidas procedentes de Suecia, Alemania y Portugal habrían sido acogidos y protegidos en su periplo europeo hasta llegar a Barcelona. Se habrían procurado secretismo gracias a la cooperación de sus cómplices, sin necesidad de exponer su identidad al espacio público, dificultando sobremanera la actuación de las fuerzas de seguridad europeas. En este caso, solo la dicha de que los servicios secretos franceses contaran con un infiltrado entre los medios radicalizados del movimiento tabligh posibilitó la actuación policial preventiva en Barcelona.
Tras esta operación antiterrorista, la moderación aconseja no anatemizar al conjunto del movimiento tabligh existente en España, especialmente activo en Catalunya, La Rioja, Andalucía y Ceuta. Su acción misionera difunde un mensaje de vuelta a los orígenes puros del islam y alejado de las posturas violentas del yihadismo. No obstante, y teniendo en cuenta que toda violencia política comienza por la ideología, sería positivo que los tablighis que viven en sociedades democráticas hicieran una pedagogía constante para explicar por qué bajo el paraguas de sus circuitos de predicación ya se han colado numerosos jóvenes inquietos que tenían intenciones siniestras. Un ejemplo paradigmático es el del líder de los atentados que hubo en Londres en julio del 2005, Mohammed Siddique Khan, quien frecuentaba la mezquita de Dewsbury, centro neurálgico del Tabligh en Europa.
El presunto líder del grupo desmantelado, Maroof Ahmed Mirza, habría asumido responsabilidades como segundo imán de la mezquita Tareq ben Ziad de Barcelona, lugar donde se profesa el islam conforme a la escuela tabligh. Pero, como es habitual, las personas que frecuentan su entorno no saben nada sobre los hechos imputados. A su vez, tres días después de la operación policial, un portavoz de la Federación de Paquistaníes de Barcelona exigía la libertad sin cargos de todos los detenidos por ser, en su opinión, inocentes.
La carrera violenta de la banda Baader-Meinhof en Alemania o la de las Brigadas Rojas en Italia cesó principalmente porque los terroristas fracasaron a la hora de garantizar una solidaridad colectiva continuada entre sus potenciales seguidores, y porque estos simpatizaron mayoritariamente antes con el Estado que con las causas políticas que defendían los primeros.

POR ANALOGÍA,difícilmente Europa se verá libre de tramas yihadistas mientras el código islámico de la nusra siga practicándose entre la comunidad musulmana sin reflexionar sobre las intenciones de quien se beneficia de esa ayuda solidaria. El silencio colectivo y las manifestaciones victimistas sin pruebas hacen flaco favor a la lucha antiterrorista y a la convivencia en democracia.

* Investigador del yihadismo internacional.

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