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Yahvé, el Dios judeo-cristiano

Un ser trascendente a la vez que antropomórfico, inmensamente despótico, cruel y vengativo.

Si atendemos al significado que el concepto de Dios ha tenido a lo largo de la historia del judeo-cristianismo nos encontramos con unas ideas totalmente antropomórficas: Un ser que ama y que odia, que es celoso y vengativo, que premia, castiga, ordena, se equivoca, se arrepiente, amenaza, rectifica, destruye y mata, y que es vulnerable en la misma medida en que puede ser ofendido, desobedecido, traicionado y olvidado.

CRÍTICA: Esta perspectiva respecto a la esencia de ese Dios conduce al absurdo de considerar que, siendo omnipotente y habiendo programado por ello las decisiones y las acciones humanas, castiga de manera absurda a muchos de quienes se han comportado de acuerdo con los objetivos para los que él mismo les ha programado, de manera que tal actuación convertiría al propio Dios en un ser caprichoso, déspota y contradictorio. Es verdad, sin embargo, que los autores de la Biblia –a pesar de estar supuestamente inspirados por el Espíritu Santo, según dicen los dirigentes de la Iglesia Católica- no repararon en el hecho de que la predeterminación divina implicaba la automática anulación del libre albedrío,de laresponsabilidad, delmérito o de laculpa aplicadas al hombre, de manera que, como un aspecto de dicha predeterminación, el propio Dios habría programado a Judas para que traicionase a Jesús, por lo que aquél no pudo hacer otra cosa que lo que hizo, de manera que Judas sólo habría sido un instrumento para que todo se cumpliese de acuerdo con los planes divinos,  y, por ello mismo, sería una contradicción considerarle culpable de su acción, a pesar de que aquella traición se la considere tal vez como la mayor ofensa que podía cometerse contra Dios, si Judas hubiera sido libre de cometerla. Recordemos cómo en los evangelios aparece la afirmación de Jesús “uno de vosotros me entregará”, es decir, ya todo estaba dispuesto así desde la eternidad, pues no se trataba sólo de que Dios por su omnisciencia supiera qué iba a suceder, sino que además él mismo lo había programado.

Otro aspecto de este antropomorfismo sería la suposición de que Dios quiso crear a la humanidad para que le amase y le adorase, lo cual supone ignorar que su perfección quedaría anulada desde el momento en que su propia autosuficiencia quedaría anulada al estar subordinada de algún modo a la satisfacción o al enfado que sintiese como consecuencia de las acciones y de los sentimientos que el ser humano tuviera hacia él, sentimientos que, por otra parte, habrían sido programados igualmente por el propio Dios, por lo que el origen de tal satisfacción sería un ridículo autoengaño.

Un aspecto complementario de este antropomorfismo consiste en la pretensión de que la adoración, las penitencias, los ayunos y las oraciones de los hombres pudieran causarle alguna satisfacción, pues nuevamente este punto de vista implica una negación de la inmutabilidad y de la perfección divina, y al mismo tiempo la contradicción de suponer que Dios tenga estados emocionales variables y subordinados a las actitudes y sentimientos que el hombre tenga hacia él.

Por otra parte y como ya se ha visto en el capítulo anterior, la existencia de Dios como ser perfecto es incompatible no sólo con la existencia del Universo sino también con la presencia en él de tantos aspectos absurdos como lo son en una gran medida los que rodean la existencia humana, como en especial cualquier forma de sufrimiento, humano y no humano. Esta incompatibilidad se hace más patente si se tiene en cuenta que, de acuerdo con un aforismo escolástico, el modo de actuar de cada ser es consecuencia y manifestación de su modo de ser (“operari sequitur esse”), de manera que, suponiendo incluso la absurda hipótesis de que un ser perfecto hubiera deseado crear algo, lo habría creado tan perfecto como lo fuera él mismo, pues su amor infinito le habría llevado a conceder al hombre la perfección en el mismo grado en que su poder se lo hubiese permitido, y, siendo este poder infinito, habría creado al ser humano tan perfecto como lo fuera el propio Dios, del mismo modo que obraría un padre en relación con su hijo, hasta ayudarle a alcanzar metas superiores incluso a las que él mismo hubiera podido lograr. Pero, además, ese amor infinito no sólo sería contradictorio con las imperfecciones humanas sino, como ya se ha dicho, con la existencia del sufrimiento, de las enfermedades, de la muerte y de todas las calamidades que rodean la existencia humana a lo largo de su vida y que están igualmente presentes en los seres capaces de sentir.

El antropomorfismo del concepto religioso de Dios se muestra igualmente en la consideración de B. Spinoza según la cual la infinitud de Dios sería incompatible con la existencia de cualquier otra realidad que pudiera limitar la suya y, en consecuencia, un concepto menos antropomórfico de Dios sería aquél que lo identificase con el conjunto de lo real, por lo que el mismo ser humano sería parte de Dios en cuanto nada más podría existir además de él. Este concepto significaría renunciar a la idea de un Dios personal para asumir la de un dios global, es decir, un panteísmo según el cual Dios se identificaría con el conjunto de lo existente.

Sin embargo y como ya se ha dicho, los dirigentes de Israel y los de la Iglesia Católica introdujeron desde sus comienzos un concepto sumamente antropomórfico de Dios que le ha sido muy rentable para el crecimiento de su “negocio espiritual”, dado que a la humanidad en general le resulta mucho más asequible, más de acuerdo con su fantasía y con la satisfacción de sus miedos y de sus deseos, asumir la idea de un Dios con sentimientos y cualidades humanas que la de un Dios que, según la pura Lógica, estaría radicalmente alejado de cualquier sentimiento y de cualquier actividad o modificación de su estado de absoluta e impasible perfección.

El documento completo (35 páginas) en el archivo PDF adjunto.

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