En la que va a ser su obra definitiva (Zizek publica con frecuencia y aborda temas muy distintos, como si luchara permanentemente en varios frentes), pretende poner en relación a Hegel con el cristianismo. "Para ellos, lo que ocurre de verdad es que Dios muere en la cruz y que nos ha dejado solos, y que por eso no queda más remedio que vivir en una comunidad igualitaria. Ya no existe un Dios en las alturas al que exigirle cuentas, vivimos ya en el desorden y lo que vaya a pasar es asunto nuestro".
Por si las cosas fueran a tergiversarse, Zizek se confiesa de inmediato ateo y reniega de un Papa, como Juan Pablo II, al que le gustaban los numeritos paganos de "una Virgen ascendiendo a las alturas y cosas por el estilo". Y añade: "El ateísmo hoy pasa por los caminos del cristianismo. No por ese ateísmo hedonista que se ha convertido en una obligación".
Zizek tuvo que vivir cinco años de la traducción cuando terminó sus estudios porque no caía bien a las autoridades comunistas y le impidieron enseñar en la universidad. En 1990 se presentó a las elecciones presidenciales de Eslovenia en una candidatura colectiva. "Fue en parte un juego, pero tenía que estar ahí apoyando una candidatura laica de izquierda frente al pavoroso ascenso de las ideologías nacionalistas", dice. Es un tipo que ha escrito mucho de cine porque cree que son las películas "las que de verdad atrapan la ideología de una época". Su sueño secreto: dirigir una ópera. "A ser posible, el Parsifal de Wagner en Bayreuth".
Zizek estuvo recientemente en Madrid camino de Valladolid, donde recibió uno de los premios, el de Humanidades y Pensamiento, de la Fundación Cristóbal Gabarrón. Dio una conferencia en el Círculo de Bellas Artes, y llenó. Habló de Platón. Ideas e ideas como proyectiles: "Estamos en una situación complicada, y por eso me acuerdo de T. S. Eliot, que decía que a veces hay que elegir entre la muerte y la herejía. Quizá ha llegado el tiempo en Europa de ser de nuevo heréticos, de reinventarnos".