«Si dependiera de sus fieles para funcionar, quizá le angustiaría el empobrecimiento de la feligresía, inducido por el poder. Pero como no, pues no».
Yo esto lo veo desde fuera, lo confieso, y puedo estar equivocado, pero ¿alguien recuerda una sola palabra, una sola acción pública de la Iglesia acerca de la crisis, sus perdedores o sus culpables? Es extraño que una institución con tan persistente vocación de influencia pública, con tanto empeño en ejercer su dirección moral sobre católicos y no católicos, se haya vuelto de repente invisible.
Vimos hace años a los obispos salir a la calle en cruzada contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Se trataba de imponer contenidos religiosos a todos los alumnos, fueran o no de su grey, o puede que sólo se quisiera impedir que los hijos de la democracia fueran educados en los valores de la democracia. Sea como fuere, allí estaban ellos en compañía del partido hermano, el PP, invadiendo las aceras. Los vimos también vociferando contra el derecho de los homosexuales al matrimonio, aunque puede que sólo estuvieran defendiendo la familia, ese modelo de familia católica en el que no caben ni divorciados, ni adoptados, ni monoparentales, ni gays, ni plurales… ni casi nadie ya.
Francamente, uno esperaba verlos salir indignados contra desahucios, contra la eliminación de las barreras de protección de los humildes ante el infortunio y la explotación. Sensibilizados por la pobreza, los recortes de la ayuda a la dependencia, el cierre de centros de asistencia, el fin de las políticas de solidaridad. Uno esperaría verlos ejercer la denuncia profética del egoísmo de los poderosos, de la insensibilidad de los gobernantes, la inmoralidad de la economía de casino. Resulta evidente que la Iglesia de los pobres se ha vuelto invisible cuando los pobres más la necesitan. ¿Qué les pasa a los obispos? ¿Qué le preocupa hoy a esa jerarquía, tan activista en otro tiempo?
Cierto que todas las organizaciones, políticas, sociales, religiosas o culturales, se encuentran perdidas ante la magnitud del desastre. Andan a la busca del discurso que sintonice con la mayoría atemorizada por la crisis. Unos, es cierto, con el evidente propósito de aprovechar el miedo al futuro para imponer los retrocesos al pasado con que venían soñando desde siempre. Otros, contrariamente, para hacerse perdonar sus errores e inconsistencias en la defensa de los débiles frente al privilegio y otros, aún, intentando explotar un justificado descontento para legitimar alternativas difíciles. Todos a la busca de sí mismos, pero ¿y la Iglesia de Rouco y compañía?
Desde que llegaron los suyos al Gobierno, se diría, han perdido empuje. Sí, es cierto que hace unos días hablaron contra la “ideología de género”, como antes lo hicieron contra el preservativo y hasta se felicitaron por el bosón de Higgs o “partícula de dios”. Pero admitamos que, como temario, resulta algo decepcionante para un mundo que se viene abajo. La Conferencia Episcopal Española (CEE), eso sí, ha hecho un llamamiento a los medios de comunicación para que ayuden a la solidaridad y su presidente apeló a la caridad para salir de la crisis. También se sabe que le han pedido al Gobierno que suprima el matrimonio homosexual. Del aborto no necesitan hablar mucho, porque el ministro Gallardón lo ha incluido en su programa máximo. Sobre la reforma laboral prefirieron en marzo no pronunciarse, aunque Rouco desautorizó a los movimientos católicos de base, JOC y HOAC, que se habían manifestado críticas con sus efectos. Otros obispos han mostrado individualmente alguna sensibilidad (obispos catalanes, alguno vasco, etcétera), pero la CEE como tal, se mantiene en silencio. El propio Vaticano recordó a los teólogos de la Asociación Juan XXIII, que criticaban el silencio de la Iglesia, que deben obediencia a la jerarquía. De lo demás (desahucios, despidos, recortes, codicia financiera, etcétera) nada de nada.
La respuesta debe estar en la historia ya que la jerarquía eclesiástica lleva 2000 años pastoreando almas y administrando fondos, y espera seguir así otros tantos. Parece que el tiempo te da otra perspectiva, no sé, más como los chinos, que no se dan prisa. Pero luego está también la sociología: tendría cierta lógica que la Iglesia más dependiente del Estado en toda Europa, se preocupara por la quiebra de éste. Y quizá sea así, aunque en silencio. Si dependiera de sus fieles para funcionar, quizá le angustiaría el empobrecimiento de la feligresía, inducido por el poder. Pero como no, pues no. En estas circunstancias, mejor un perfil bajo. Resulta más … “eterno”. No digo yo que no hayan firmado documentos internos, informes, exhortos, ¿qué sé yo? Lo que digo es que, visto desde fuera, como ciudadano medianamente informado, sobre este asunto de la crisis, los pobres y los expropiados, la Iglesia resulta invisible.
Si no fuera suficiente con el silencio culpable, la Iglesia comete otro pecado aún mayor con el asunto de las subvenciones y exenciones. Si algo ha enseñado la polémica sobre el IBI, ese impuesto de Bienes Inmuebles del que la Iglesia está exenta, es la capacidad de la jerarquía para ponerse de perfil, cuando se cuestionan ciertos privilegios terrenales. Enredar con imprecisiones y falsedades acerca del sostenimiento de sus obras sociales, para no contribuir con sus extensísimas propiedades y negocios a la red pública de protección social, debe resultar sorprendente para su feligresía. Claro que quizá yo lo veo desde fuera.