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Votos y sotanas

Soy creyente, pero juzgo que el mejor lugar para la pluralidad de la fe es el Estado Laico donde sean respetados por igual los miembros del Opus Dei o los ateos.

Me indigno cuando un arzobispo, como Del Rio, sermonea orientándonos porque no debemos votar por la Mendoza o un monseñor, como Bambarén, nos proclama su voto militante contra Keiko. Nuestros Ayatolas, sufragados por el Estado Laico, desde el púlpito hacen la campaña a políticos que corresponde a los laicos.

La República se vio amenazada por la injerencia católica desde su origen, a tal extremo que los liberales se expresaran por un obispo, Francisco Javier de Luna Pizarro, que le hizo la vida imposible al mismísimo Simón Bolívar. Fue mentor de la Constitución liberal de 1823, 1828 y 1834. Puso presidentes y quitó gobernantes; conspiró como político y fracasó como cristiano. Tras su derrota vinieron los conservadores vestidos de hábitos y el monseñor Charún hizo la Constitución conservadora de 1839, dando pie al liderazgo ultramontano de Bartolomé Herrera que se hizo engreído de Castilla y Echenique.

La Constitución liberal de 1856 fue quemada por Herrera y resistida en su versión laica que buscaba proclamar la libertad religiosa, desencadenando una asonada cristiana contra el ateísmo. La Constitución de 1860 y 1867 devolvió al clero a sus funciones y les quitó el derecho al voto, evitando que sean representantes y usen las parroquias como sedes políticas. En 1933, sin aprender la lección, se les restituyó el voto. El catolicismo se expresó en política a través de líderes laicos como José de la Riva Agüero que se opuso tenazmente al divorcio civil en 1936; prosiguieron con mesura en la brega política cristianos como Bustamante y Rivero, Cornejo Chávez y Bedoya Reyes. La izquierda lo hizo con personajes pintorescos como el “cura” Salomón Bolo Hidalgo y “doctos” como Gustavo Gutiérrez y su Teología de la Liberación.

En los últimos años la Guerra Fría Pre-Laica se ha expresado a través de Cipriani y Bambarén, rivales para el poder terrenal, pero hermanados en el fundamentalismo católico para abominar de la unión de hecho, el aborto o la homosexualidad. Extraviados los que se encubren bajo las sotanas para ganar votos, pues implícitamente renuncian a exigir un nuevo Concordato, que garantice pleno respeto al Estado Laico, donde nunca “se use el nombre de Dios en vano”.

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