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Visita de Ratzinger

La Iglesia católica oficial no goza hoy de las preferencias entre la ciudadanía. Sólo uno de cada cuatro españoles cumple habitualmente con los dogmas y culto católicos; ya hay más bodas civiles que religiosas, los bautizos y comuniones descienden; más de la mitad del alumnado de la escuela pública no asiste a clase de religión; las vocaciones se reducen; incluso, una parte de la Iglesia católica, como lo son diferentes grupos de cristianos de base, califica de escandalosa la opulencia y la teatralidad de los viajes del “obispo de Roma” por el mundo y abogan por una Iglesia más abierta.
La llegada de Ratzinger a Santiago y Barcelona el próximo fin de semana –como prólogo al viaje para la Jornada Mundial de la Juventud Católica, que tendrá lugar en Madrid en agosto de 2011– va a recibir la contestación de muchos ciudadanos. Bajo el lema “Yo no te espero”, harán oír su voz, presencialmente o desde el anonimato, defendiendo la urgente necesidad de la laicidad de las instituciones del Estado y la eliminación de los enormes privilegios históricos de los que goza la Iglesia católica española en materia simbólica, jurídica, financiera y tributaria, así como en materia de medios de comunicación, enseñanza y asistencia social. Una Iglesia católica oficial, que cuando una norma civil aprobada por los poderes públicos no es de su agrado, lanza soflamas desestabilizadoras de la democracia, utilizando todo tipo de falsedades y, lo que es más llamativo, con fondos públicos.
Otros muchos ciudadanos verán de forma positiva las visitas de Ratzinger en su faceta de visita pastoral, desde la postura, respetable, de personas que forman parte de la Iglesia y que comulgan con su doctrina. En este grupo habrá quienes acepten que se le trate con honores de jefe de Estado y que, además, sean partidarios de la simbiosis entre política y religión (católica, por supuesto). Otros tratarán de aprovechar la visita para hacer negocio de mayor o menor calado, como reconoció un portavoz de la Conferencia Episcopal. Muchos responderán al acontecimiento con la más absoluta indiferencia. Por último, habrá quienes, desde el ámbito político, tratarán de situarse a la derecha “del padre”, bien porque les gusta el boato, bien porque son creyentes católicos y ponen su responsabilidad pública al servicio de sus convicciones (conducta impropia de una democracia moderna) o, incluso, para intentar ganar un puñado de votos.
El Gobierno español y los autonómicos de Galicia y Catalunya se muestran complacidos con la visita. Así lo comunicó el presidente Zapatero en su visita al Vaticano en junio pasado, donde se comprometió a no tocar ni uno solo de los privilegios de los que goza la Iglesia católica en España, entre ellos, el Concordato de 1953, los acuerdos de 1979 y la escandalosa financiación. También adquirió el compromiso de no acelerar la reforma de la ley de libertad religiosa, que tenía planeada y que desde entonces reposa en un cajón de Moncloa. Y todo indica que Ratzinguer va a ser tratado con honores de jefe de Estado, cuando en realidad es sólo un jefe religioso y el Vaticano es una ficción de Estado, rango que le concedió el dictador Mussolini en 1929. El Estado prevé gastar más de 200.000 euros por cada hora que va a estar en Galicia y Catalunya con su habitual boato y parafernalia.
A estas alturas de la historia no se debería otorgar a una organización religiosa un trato especial respecto a otras organizaciones civiles. Ahí radica parte del problema que afrontan muchos países del mundo. La Iglesia suplantó al poder político durante siglos en España, más recientemente durante la dictadura nacional-católica que acabó en 1976, un hecho del que no terminamos de distanciarnos.
Ratzinger, como ciudadano del mundo, puede viajar donde le apetezca. Como misionero de una determinada doctrina puede hacer lo que se le antoje, siempre que lo sufrague con sus propios medios o los de sus fieles. Como jefe de una institución que trata discriminatoriamente a las mujeres; que practica la homofobia; que ataca los avances científicos y atenta contra la salud de millones de seres humanos al condenar todas las formas de prevención en materia de anticonceptivos o en transmisión de enfermedades; que condena el sexo placentero; que no es democrática en su funcionamiento interno; que no acepta importantes principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; que no ha pedido perdón cuando ha sido partícipe de crímenes contra la humanidad, etcétera. No sólo no debería ser recibido, sino que debiera ser objeto de repudio por cualquier sociedad democrática. En el caso particular de Ratzinger, obviando su pasado político, incluso debería responder a la Justicia por haber ocultado graves casos de pedofilia cuando era “prefecto de la congregación para la doctrina de la fe”.

Francisco Delgado es presidente de Europa Laica

Ilustración de Gallardo

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