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Violencia, religiones e Islam

Afirmar que la religión islámica genera violencia y que hay que contraponer la racionalidad a la religión para que ésta no degenere, ha provocado una reacción global en muchos grupos islámicos. La quema de iglesias, las amenazas de muerte, el asesinato de una monja y la proliferación de discursos sobre una cruzada contra el Islam han proliferado en los últimos días.

 Estos grupos radicales, sin pretenderlo, han dado la razón a los que denuncian a las religiones en general y el Islam en particular como causa de violencia. Reaccionar violentamente ante los que acusan a una religión de violenta es dar la razón a la acusación, aunque esta paradoja se escape a gente fanatizada. Las excusas posteriores, las matizaciones para disculpar una desafortunada forma de expresarse, el intento de distinguir entre lo que se dijo y lo que se quería decir, resultan insuficientes para los radicalizados. Y no cabe duda de que éstos proliferan hoy, no sólo en el Islam.

El problema de estas afirmaciones es que pueden ser profecías que se autocumplen precisamente por manifestarlas. Hay un problema acerca de lo que es "políticamente correcto", ya que una personalidad pública no puede manifestarse sin tener en cuenta las posibles consecuencias de sus manifestaciones. No siempre se puede decir todo lo que se piensa, ya que hay que calibrar el contexto y las posibles repercusiones. Por eso se puede afirmar que el teólogo Ratzinger ha jugado una mala pasada al Papa Benedicto XVI, que ya no puede manifestarse como hacía antes en sus escritos, entrevistas y documentos.

Pero es que además hay una laguna en sus manifestaciones que ha dificultado la recepción de su mensaje. La historia del cristianismo está también llena de violencia y la guerra santa no es una exclusiva del Islam ni remite simplemente a un catolicismo pasado. La reciente guerra de Iraq, o la de los Balcanes, han mostrado cómo la religión juega a veces un papel crucial en los enfrentamientos y cómo se puede recurrir a ella para avivar conflictos con raíces económicas y políticas. Las religiones pueden sacar lo mejor y lo peor de la persona, y aventajan a otras ideologías en que no sólo se dirigen a la mente, a la razón, sino también al afecto y las emociones, al corazón. De ahí su enorme capacidad de arrastre y de influencia, y la ambigüedad de su potencial movilizador.

Por eso también la racionalidad y su evaluación crítica de las religiones forma parte de la historia religiosa de Occidente. El cristianismo ha tenido que aprender de su historia y también de la crítica ilustrada a la religión, que ha posibilitado la toma de conciencia de la "violencia sagrada". La paradoja del cristianismo es que surgió de una persona asesinada por las autoridades religiosas y políticas de su tiempo, y que acabó, a su vez, asesinando en nombre de Dios tanto a los enemigos externos como a sus disidentes y herejes. El que esto le ocurriera al cristianismo, la religión de un crucificado por el poder político y religioso, es una buena muestra del potencial patológico de toda religión. El respeto a la dignidad de la persona y la libertad religiosa, la aceptación del pluralismo en la búsqueda de la verdad, la separación entre la Iglesia y el Estado, la secularización de la sociedad y la laicidad del orden político han ayudado al cristianismo a superar su propia historia, aunque haya que mantenerse vigilantes para que no resurja de nuevo.

Este proceso hacia un cristianismo tolerante y crítico con el fanatismo religioso no ha concluido, porque siempre está inacabado. El fanatismo y el fundamentalismo se dan hoy más respecto a los disidentes, herejes y heterodoxos de la propia religión que frente a las otras religiones. El encuentro de Asís entre las grandes religiones mundiales, presidido por Juan Pablo II, puede simbolizar ese ecumenismo externo, que necesita complementarse con el interno. Hay que acabar con los fundamentalismos fanatizantes y ayudar a todos los grupos, religiosos o no, a esta evolución. También hay corrientes ateas y agnósticas que generan fanatismos como las religiones, como ha mostrado la reciente historia en los países del Este. Cualquier ideología o sistema de creencias, nacionalismos incluidos, tiene sus fanáticos a los que hay que aislar y no caer en una permisividad que alimente esos comportamientos. La misma libertad de expresión fácilmente degenera en agresiones ideológicas, mofas e insultos contra los que tendrían que reaccionar los no fanáticos, sea cual sea su ideología, partido o religión.

Esto es también lo que necesitamos respecto del Islam. Y ayudar a los grupos y representantes moderados, que saben distinguir entre convicciones propias y respeto a las otras creencias. Aprender que en Europa la crítica religiosa es inherente a su ejercicio, y que el Islam tiene que vivir en sociedades laicas, como ha tenido que asumir el cristianismo. Quizás el gran reto para Turquía, que quiere entrar en la Unión Europea, es la secularización de la sociedad, antes que el cristianismo. La tolerancia, la aceptación de la crítica, e incluso asumir el rechazo de la religión son parte de las confesiones religiosas en Occidente y tendrían que serlo de los ciudadanos islámicos en Europa. Mientras que no se aprenda esta lección, que en Occidente se va imponiendo tras siglos de dificultades, será imposible disociar la religión de la violencia.

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