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Vigencia de un anticlerical

21 de enero de 2010

Esteban Beltrán fue un republicano cordobés, nacido en Montoro, que vivió entre 1854 y 1920. Fue autor de varias obras de contenido social y autobiográfico, entre las cuales destaca la titulada “Manolín”, desconocida en su primera parte hasta que pude darla a conocer en una edición facsímil de la Diputación de Córdoba, gracias a la generosidad del bibliófilo montillano Manuel Ruiz Luque. En la presentación de la obra, caractericé al autor como masón, republicano, georgista y anticlerical, todo ello a partir de los datos que conocemos sobre su biografía

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En el ámbito local, sus planteamientos republicanos tuvieron una dimensión práctica: la creación de una Escuela laica, instalada en el Círculo Republicano, y donde Beltrán figuró como maestro. La experiencia funcionó de 1905 a 1909 en que el gobernador la clausuró; su decisión se basó en que su “enseñanza está totalmente imbuida de críticas a la Iglesia y la religión, como se observa en los contenidos de las ‘planas’ caligráficas que realizaban como ejercicio sus alumnos”. La plana a que se refiere tenía el siguiente contenido: “¿Por qué razón se cuidarán tanto los curas y la gente beata de la salvación de nuestra alma y permanecen tranquilos aunque nos vean en cueros y muertos de hambre? Es chocante que le exijan al pobre trabajador que confiese, oiga misa y guarde las fiestas y no le procuren buenos alimentos para que disfruten de buena salud y buenas ropas y calzado para evitarle molestias y enfermedades”.

En el cierre tuvo influencia decisiva la actitud del párroco de Montoro, consideraba la escuela “semillero de grandes males, en el presente y sobre todo en el futuro”. Distinta opinión tenía Beltrán, que en otra de sus obras, “Los luchadores”, narraba el nacimiento de la escuela en una asamblea del centro republicano, y su intervención cuando se planteó el problema de su mantenimiento: “Me levanté y dije: amigos míos, cuando hay necesidad de hacer sacrificios por una idea u opinión que creemos buena y justa, se hacen de intereses y si llega el caso hasta de la vida. Yo me ofrezco y comprometo a enseñar gratuitamente a todos los niños que vengan de día y de noche a leer, escribir y a cuentas y las mensualidades de los alumnos ingresarán íntegras en las cuentas para el sostenimiento del casino”. La cuota mensual era de una peseta, y llegaron a asistir más de cien niños, hasta el punto de que hubo que contratar otro maestro.

Las causas del cierre, según Beltrán, fueron que “echaron mano las beatas, beatos y caciques de todo el arsenal reaccionario”, pues les enfurecía que “a la salida de clase, por mañana y tarde, cantaban todos en coro la famosa salve republicana. Aquella salve, cantada a plenos pulmones infantiles dentro del gran salón, era una cosa admirable y acudía mucho público a oír a los niños y muchos días la coreaban también con ellos”. Una de las estrofas de aquella canción decía: “Somos niños chiquitos/ y queremos ilustración,/ estudiemos con perseverancia/ y alcanzaremos la redención”.

Aunque parezca mentira, algunos de los planteamientos de aquel autor republicano aún tienen vigencia, no tenemos más que recordar las declaraciones del obispo Munilla (aunque ahora quiera disfrazar sus ideas, dijo lo que dijo), puesto que sus palabras sobre la situación espiritual de los españoles comparada con las desgracias de los afectados por el terremoto de Haití suenan del mismo modo que esas apreciaciones de la plana caligráfica cuando se hace referencia a que los curas se preocupaban por el alma de los pobres, pero no de sus condiciones de vida. Por ello, mientras que existan opiniones como esas en el seno de la iglesia no está de más recordar también nuestra tradición anticlerical, por supuesto siempre aquella que se mantiene en un plano intelectual, nunca el que tiene como recurso la violencia, porque ese, como dijo Caro Baroja, es “amedrentador y trágico”.

* José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia

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En el ámbito local, sus planteamientos republicanos tuvieron una dimensión práctica: la creación de una Escuela laica, instalada en el Círculo Republicano, y donde Beltrán figuró como maestro. La experiencia funcionó de 1905 a 1909 en que el gobernador la clausuró; su decisión se basó en que su “enseñanza está totalmente imbuida de críticas a la Iglesia y la religión, como se observa en los contenidos de las ‘planas’ caligráficas que realizaban como ejercicio sus alumnos”. La plana a que se refiere tenía el siguiente contenido: “¿Por qué razón se cuidarán tanto los curas y la gente beata de la salvación de nuestra alma y permanecen tranquilos aunque nos vean en cueros y muertos de hambre? Es chocante que le exijan al pobre trabajador que confiese, oiga misa y guarde las fiestas y no le procuren buenos alimentos para que disfruten de buena salud y buenas ropas y calzado para evitarle molestias y enfermedades”.

En el cierre tuvo influencia decisiva la actitud del párroco de Montoro, consideraba la escuela “semillero de grandes males, en el presente y sobre todo en el futuro”. Distinta opinión tenía Beltrán, que en otra de sus obras, “Los luchadores”, narraba el nacimiento de la escuela en una asamblea del centro republicano, y su intervención cuando se planteó el problema de su mantenimiento: “Me levanté y dije: amigos míos, cuando hay necesidad de hacer sacrificios por una idea u opinión que creemos buena y justa, se hacen de intereses y si llega el caso hasta de la vida. Yo me ofrezco y comprometo a enseñar gratuitamente a todos los niños que vengan de día y de noche a leer, escribir y a cuentas y las mensualidades de los alumnos ingresarán íntegras en las cuentas para el sostenimiento del casino”. La cuota mensual era de una peseta, y llegaron a asistir más de cien niños, hasta el punto de que hubo que contratar otro maestro.

Las causas del cierre, según Beltrán, fueron que “echaron mano las beatas, beatos y caciques de todo el arsenal reaccionario”, pues les enfurecía que “a la salida de clase, por mañana y tarde, cantaban todos en coro la famosa salve republicana. Aquella salve, cantada a plenos pulmones infantiles dentro del gran salón, era una cosa admirable y acudía mucho público a oír a los niños y muchos días la coreaban también con ellos”. Una de las estrofas de aquella canción decía: “Somos niños chiquitos/ y queremos ilustración,/ estudiemos con perseverancia/ y alcanzaremos la redención”.

Aunque parezca mentira, algunos de los planteamientos de aquel autor republicano aún tienen vigencia, no tenemos más que recordar las declaraciones del obispo Munilla (aunque ahora quiera disfrazar sus ideas, dijo lo que dijo), puesto que sus palabras sobre la situación espiritual de los españoles comparada con las desgracias de los afectados por el terremoto de Haití suenan del mismo modo que esas apreciaciones de la plana caligráfica cuando se hace referencia a que los curas se preocupaban por el alma de los pobres, pero no de sus condiciones de vida. Por ello, mientras que existan opiniones como esas en el seno de la iglesia no está de más recordar también nuestra tradición anticlerical, por supuesto siempre aquella que se mantiene en un plano intelectual, nunca el que tiene como recurso la violencia, porque ese, como dijo Caro Baroja, es “amedrentador y trágico”.

* José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia

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